La carta:
Un morisco de los expulsados del Altiplano en 1611 desapareció dejando a una cristiana vieja en su pueblo con la promesa de volver por ella. Al poco también desapareció la muchacha que la buscaron por toda la comarca y el cercano Pozo Alcón, pero no la encontraron…
…Y casi dos años más tarde, en un día de primavera del año del Señor de 1613, llegaron dos misivas casi iguales al pueblo: una para los padres de Isabel, y otra para Pedro Pérez, un amigo del morisco. La que llegó a la casa de los padres de Isabel contaron que decía:
Queridos padres y toda mi familia:
No sé si podréis perdonarme por el sufrimiento y las lágrimas que he debido provocaros, pero si en algo puedo compensaros, debéis saber que estoy bien, que mi cariño hacia vosotros está intacto, y que soy la persona más feliz de las que Dios tiene desparramadas por nuestro mundo.
¿Os preguntareis qué me pasó?, ¿dónde estoy y si es bien?, ¿si alguien me alejó de vosotros, o si os pido rescate…? Pues bien: debéis saber que estoy bien, que me fui muy lejos por voluntad propia y que lo hice por amor; que soy feliz y no estoy cautiva en ningún lugar… Bueno, en eso os miento. Estoy cautiva del cariño y la felicidad que me regala cada día mi esposo, pero es una cautividad tan dulce que me hace libre.
Cuando mi pluma os escribe esto lo hace con la mano de quien es muy feliz, pues en mi cuerpo ya empiezo a notar las patadas de alguien que quiere salir a la vida y, que cuando si Dios quiere me pregunte por vosotros y de la tierra que me vio partir, yo le diré de unos buenos abuelos y de unos paisajes muy parecidos a los que sus ojos verán. También que el nuestro y el Dios de los que nos rodean es el mismo, aunque ellos llamen a Jesucristo el ‘otro’ Profeta del que nosotros no compartimos esa visión de lo divino, pues todos sabemos que Jesús y su Padre son el mismo…
En fin… Aquí vivimos en cierta armonía los unos con los otros. Me recuerda cuando ahí, en nuestra tierra, también nos respetábamos cada uno en sus creencias y la vida era llevadera. Espero que dure por siempre, pues nunca entenderé el por qué si todos somos hijos de Dios nos matamos en su nombre… Eso solamente lo he podido comprender cuando he visto la vida desde diferentes posiciones, pues es verdad que siempre hay uno que oprime y otro es el oprimido.
Ya tenía razón mi esposo cuando decía que los hijos siempre siguen a la madre, pues, aunque él ha vuelto a sus antiguas creencias, dice que está seguro que nuestro hijo seguirá a una cruz cuando su padre siga a la media luna, pero que en el fondo eso es menos importante que el amor; que los cielos son los mismos y que los ríos y la tierra fueron puestos ahí por el Creador, dando agua, alimento y brisas a todos, sin importarle lo demás… A lo peor es que peleamos por lo mismo: lo que ya tenemos compartido entre todos sin saberlo.
No debo deciros dónde habitamos, pues, sabiendo el cariño y el coraje de mi padre y de todos vosotros, de sobra sé que vendríais a recuperarme y no puedo consentirlo, pues yo, como es vuestro caso, tengo ya una familia que sólo nuestro Dios y el de todos puede romper, pero, que cuando pase un tiempo, podéis estar seguros que os lo comunicaré para que estemos en contacto.
Una vez me contaron de un morisco que se ponía a aspirar el viento desde lo más alto de Jaufi y le preguntaron extrañados, qué olía; contestó que era al viento que venía del sur y que, aunque él no sabía de nada que no fuera nuestro pueblo y sus alrededores, sus sentidos reconocían las brisas cálidas y secas que llegaban del sur: la tierra de donde ellos procedían pasados ya los siglos… Lo tomaron por un demente y a punto estuvo el hombre de ser castigado por semejante despropósito.
Pues no estaba loco. Ahora, cuando llegan a mis narices los vientos del norte, los mismos vientos que antes pasaron por ahí, llegan también a mis sentidos los aromas impregnados con todo lo de nuestra tierra, que antes era la de esos que echamos, y lo entiendo perfectamente, pues los vientos nos hablan de las cosas que añoramos y de nuestros sentimientos que llevaremos siempre en la sangre y que morirán con nosotros.
En fin… ¿Qué más plasmar en este papel…? Que mi vida es muy feliz; que os quiero y siempre os querré, pero que decidí irme con el hombre de mi vida; que a veces, cuando estoy sola y vuelve a mí la añoranza, miro al cielo que también es estrellado y limpio como lo es en esa, mi tierra, y sueño mis días en el pueblo y sus paisajes; tanto es así, que cuando meto los dedos en el agua siempre parece que sea en uno de los caños tan frescos que mi piel recuerda; que cuando veo a un niño hablando por igual en árabe que en nuestro idioma, pienso que estoy en nuestra tierra y eso me conforta, pero que no puedo dejar de pensar en vosotros y en lo que mis ojos retienen siempre de lo pasado.
Que Dios os dé una larga vida en la esperanza de volver a vernos.
Os quiere vuestra feliz hija.
Isabel.
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