– ¿Cómo lleva el ‘exilio granadino’ en tierras gaditanas?
– Es un exilio más que relativo. Nací en Granada y me siento granadino. Mis padres estaban asentados en Granada desde hacía tiempo, pero ambos eran gaditanos, así que esos veranos interminables de la infancia están ligados a mis tíos y a mis primos, a esas playas bellísimas y -entonces- casi desiertas de Conil y La Barrosa. Para remate, mi primer destino como profesor fue en Cádiz y, salvo un año en Granada, desde entonces ando por esas tierras, que también son las mías.
– ¿Por qué y para quién escribe José Pallarés?
– Por continuar con el hilo de la anterior respuesta, citaré un estribillo de los Guatifó, probablemente la mejor chirigota callejera de Cádiz: «Esta isla es misteriosa, / nadie llega aquí queriendo: / llega el que ha perdido el rumbo / o el que de algo viene huyendo.» Cuando a un niño chico le preguntas que por qué ha hecho esto o lo otro, te puedes encontrar con respuestas contundentes: «¡Sí, porque sí!» o «¡No, porque no!» Pues lo mismo. Se escribe porque te acostumbraste a leer y te gusta devolver el tiempo que otros han dedicado a ti de la misma manera que ellos lo hicieron, con la palabra. A la vez, igual que ellos te enseñaron a conocerte y a conocer el mundo, ahora te conviertes tú en el protagonista de esa aventura, en la del que se mira al espejo sin narcisismo y quiere compartir con los demás las pocas certezas y muchas perplejidades que su mirada le provoca. Hay además en la escritura un deseo -esto es muy machadiano- de apresar el tiempo, de intentar que no se nos escape aquello que queremos, de hacer presente el pasado que añoramos y el futuro con que soñamos.
– ¿Cuándo arranca su pasión por Saramago? ¿Y por Lisboa?
– Fui por primera vez allá por el año 77, cuando todavía las calles conservaban las pinturas de la Revolución de los Claveles. Desde ese momento quedé atrapado por esa ciudad, a la que he vuelto no sé cuántas veces y en la que tuve el privilegio de vivir durante todo un año, tiempo más que suficiente para que los vendedores de souvenirs no se te acerquen, porque ya has perdido la pinta de turista y te has convertido en un vecino más. En cuanto a Saramago, es un escritor que siempre me ha interesado. Me gustan su escritura y su actitud cívica. En su Historia del cerco de Lisboa asistimos a un doble cerco: el cerco de la ciudad por los cruzados y el cerco amoroso al que el protagonista y la mujer de la que se va enamorando se someten mutuamente. Por eso he querido que el título de mi libro sea un homenaje a esta novela. Porque en él hay efectivamente un doble enamoramiento: puedo pasear solo por Lisboa, me encanta, el cuerpo me lo pide como una necesidad, pero sabiendo que volveré a la casa, que no estaré solo y que la compañía será la de la mujer que quiero.
– ¿En qué periodo de tiempo ha escrito este poemario?
– Estos poemas empezaron a fraguarse en el 2008, así que podemos hablar de seis o siete años. Antes, yo había tenido la suerte de vivir un año en Lisboa y saborearla intensamente. Cuando esas experiencias se rememoran, surge el Cuaderno del cerco de Lisboa.
– ¿Qué poetas considera le han influido más?
– Probablemente no esté muy de moda decirlo, pero la actitud poética (no sólo la cívica, que también, desde luego) de Antonio Machado me conmueve intensamente. Me acostumbré a leer poesía en las ediciones de Austral de las Rimas de Bécquer y de las Poesías completas de Antonio Machado, y ahí siguen acompañándome. A esto se le llama ser poco original. De los grandes clásicos, Góngora y Fray Luis me gustan especialmente, pero no creo que haya huella de ellos en mis poemas, aunque sí probablemente en la predilección por ciertos temas o motivos (la luz, la soledad…) y en mi pasión por la literatura. Lo mismo puedo decir de Antonio Carvajal: su Tigres en el jardín, que leí en la Biblioteca del Salón cuando aún era yo estudiante de Bachillerato, me dejó deslumbrado y, desde entonces, lo he seguido puntualmente. También me siento muy cómodo con la poesía de Blas de Otero o de Claudio Rodríguez. La Historia del corazón de Aleixandre -por citar sólo uno de sus libros- me parece estupenda… Me gusta el tono y la actitud de Cernuda… En mi año de Lisboa leí no sólo a Pessoa -inevitable y fantástico-, sino también a otros poetas y prosistas portugueses maravillosos: Teixeira de Pascoães, Eugénio de Andrade, Miguel Torga, Vergílio Ferreira, Sophia de Mello, Nuno Júdice… Supongo que algo habrán influido. ¡Ojala, porque son magníficos!
– En el poemario se aprecia una persona cuádruplemente enamorada. a la ciudad, a la enamorada, a la vida y a la literatura? ¿Puede justificarnos cada uno de estos ‘amores‘?
– Enamorarse de las ciudades está bien, porque no son celosas. Así que, hablando de ciudades, me permito tener varias novias: Granada, Sanlúcar y Lisboa. Pero, claro, como a Granada y a Sanlúcar las veo más a menudo, con frecuencia discutimos. Sin embargo eso no pasa con Lisboa: nuestros encuentros son siempre intensos y satisfactorios. Y, además, Lisboa es una buena aliada para los otros amores: ella me descubrió -y perdón por la autocita- «que la felicidad / la tenías a tu lado, en la caricia simple / de la mujer que amas, la que siempre has amado.» En cuanto el amor a la vida, cuando la muerte te ha quitado mucho más pronto de la cuenta a personas a las que querías mucho y a las que necesitabas mucho, creo que está bien hacerle un corte de mangas y decirle que sí, que llegará, pero que harás lo posible para que te coja feliz, para que así le de vergüenza. Y la literatura… es una forma -e intensa- de vida.
– Si la parte que da título al poemario fuese calificada por alguien como guía poético-turística y sentimental de Lisboa ¿Qué le diría?
– Que lleva razón. El paseo por Lisboa -el cerco- es la suma de varios paseos, pero es un paseo real.
– ¿Cuáles son las primeras impresiones de los privilegiados que han leído los 28 poemas del libro?
– Como los primeros en leer el libro son los amigos, sus opiniones no son muy fiables, aunque sí muy de agradecer. A mí me gustaría -claro está- que su valoración positiva respondiera a la realidad y que el libro guste a un número amplio de lectores.
– Si tuviera que elegir uno con cuál se quedaría y por qué
– Para mí es, lógicamente, complicado. Los árboles nunca dejan ver el bosque. Los dos poemas que cierran el libro dicen bastante bien cómo me siento, pero, dentro de «El cerco…» hay poemas para mí muy emotivos, como el ‘Encuentro en la Rua Garrett’, ‘Mirador del Alcántara’ o ‘Príncipe Real’. Por el momento de felicidad tan intenso y tan sencillo que rememora me quedaría con ‘Plaza de las Flores’. Creo que este poema recoge lo que los portugueses llaman saudade, que no es solo rememoración del pasado sino añoranza del futuro.
– ¿Desea añadir algo más?
– Sí, solo un par de cosas: el agradecimiento a la editorial Dauro por dar cabida en su catálogo a este poemario y a Julia Lillo, que ha ilustrado el libro de forma bellísima e inteligente. Y por supuesto, a usted, por esta charla.