Su garaje es un auténtico museo del automóvil. Una docena de coches singulares ocupan todo el espacio, unos protegidos con su funda identificativa, otros cuyo motor está en proceso de restauración. Además del Willis Overland de 1914, objeto de nuestra visita, un Citroën del 1924, un Cadillac descapotable del 29, en proceso de restauración, un Rolls Royce del 37, un Mercedes Adenauer del 58, un Jaguar V12 del 84, entre otros, nos hacen viajar en el tiempo y en el espacio. “Tengo muchas aficiones y entre ellas ésta por los coches clásicos pues me encanta la mecánica, y no se me da mal por lo que me ha gustado desde siempre”, nos explica cuando le interrogamos por el origen de esta colección de automóviles.
Tras darnos un pequeño paseo en el Overland hasta el próximo Laurel de la Reina y explicarnos un sin fin de curiosidades y mostrarnos el doble arranque, con llave o con manivela, regresamos de nuevo al garaje. “Este coche se matriculó el 1 de enero de 1915 lo cual significa que se fabricó en el 14”, indica al tiempo que nos recuerda la placa que lleva en el motor donde se refleja esta afirmación. Igualmente expone cómo llegó a sus manos pues por su afición fue a EEUU en busca de un Cadillac Lasalle que está en proceso de restauración junto con un compañero del Club, ya fallecido, y dio la casualidad de que en el mismo almacén donde lo prepararon para enviarlo a Europa, entre otros coches estaba este Overland que le gustó por los años y su estado.
De su anterior etapa solo sabe que procede del Museo de Automóviles de Massachusetts. Reconoce que lo normal es que con estos años -un siglo- el coche estuviese muy deteriorado, sin embargo cuando lo adquirió “estaba muy entero, aunque luego le han ido saliendo cosas, entre otras un nido de ratones, las chapas podridas en algún sitio y ha habido que arreglar la parte de los asientos y la pintura. Eso sí de motor estaba muy bien”. Referente al corazón de este vehículo nos refiere varias anécdotas y es que cuando lo vio por primera vez hacía mucho frío, 15 ó 17 grados bajo cero, por lo que no creía que pudiera arrancar, “sin embargo arrancó a manivela muy bien. Me sorprendió lo bien que sonaba el motor y me animé a comprarlo”.
En cuanto a la buena respuesta del motor indica que estos coches se fabricaban lo mismo para ir a Alaska que a Arizona, es decir 50 bajo cero o 50 sobre cero, con distancias de 4.000 o 5.000 millas por lo que “de potencia son supergenerosos, tanto es así que en el primer rallye por la Alpujarra mi mujer se sorprendió de la potencia que tenía y le apodó ‘El búfalo’, por su capacidad de reacción. Nunca se calienta, porque van sobrados de motor, sin embargo lo que no tienen, y en aquella época no es que fuese muy necesario es un buen freno pues solo lo tiene en las ruedas traseras y claro si lo lanzas para pararlo tienes que tener margen, o sea que hay que anticiparse”.
En efecto, en el pequeño trayecto de ida y vuelta hasta el Laurel se nos antoja que no es fácil llevarlo salvo que se tenga un poco de uso. El acelerador va entre el pedal de embrague y el freno, hay que hacerle doble embrague al no estar sincronizado sobre todo para reducir, y es algo duro de volante pues las ruedas son muy finas. También tiene grandes singularidades como el volante de madera de una sola pieza enlazado con cola de milano que después de cien años está perfecto, “como si fuese el primer día lo que significa que los materiales eran de calidad y bien trabajados”. En este original volante se incluyen varias palancas: un acelerador y el avance del encendido. El salpicadero tiene un indicador de presión del aceite que lleva una pequeña turbina con dos tubos, uno por donde viene la presión del aceite y otro por donde regresa al cárter. “El que la trae la lanza sobre una pequeña paleta y al caer comienza a girar lo que se puede ver a través del cristal la presión y evitar que se queme. Es mecánico totalmente”, añade. El cuentamillas lleva un engranaje que se puede desconectar al igual que el contador de velocidad por lo que nunca podremos saber el número de kilómetros que ha recorrido.
Volante y ruedas de madera de roble
Respecto a la tapicería nos cuenta que solo llevaba piel en los costados y que el respaldo y el asiento era de loneta por entre la que salían los muelles por lo que decidió ponerlo todo de piel. En el momento de su fabricación no había limpiaparabrisas, en su lugar un doble cristal que se podría abrir e inclinar lo que permitía ver sin que te cayera agua, e incluso quitarlos para que te diera el aire. Las ruedas como el volante son de madera de roble y además de las cuatro solían llevar dos de repuesto “como las de un carro de madera con su llanta de hierro sobre la que se colocaba otra llanta donde se acoplaba la cámara y la cubierta”. El depósito de la gasolina hay que saber que está debajo del asiento delantero. Por último, Carlos nos cuenta que suele acudir con su Overland a concentraciones de su Club, también que ha participado en dos concursos de la Fundación Race Centenario (2012 y 2013). Respecto a su mantenimiento nos explica que lo hace personalmente con la colaboración de su hijo y sobre el consumo señala que no es muy costoso “teniendo en cuenta los 4.000 cc que tiene.
Próxima semana: Raúl Hernández y su Ford Maverich del 72
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