En Salobreña, estaba Manolico, uno de los mejores carteros que he conocido, él solo se bastaba para hacer todo el reparto del pueblo, nunca llegaba una carta tarde y siempre tenía una sonrisa en su rostro, lo que hacía que su llegada fuera aun más esperada.
Esa afición mía por leer periódicos, viene de muy antiguo, pues ya en los años 60, mi tía Carmela estaba suscrita al Diario IDEAL y Manolico traía su preciada carga en su cartera gastada y raída pero para mí preciosa, pues traía el periódico que tanto me gustaba.
Mi cariño y homenaje a todos los carteros del mundo y mi felicitación a las personas que aun reciben cartas de amor, de amistad, pues los que solo recibimos e-mail, estamos hasta el gorro de publicidad y negocio.
Si Manolico conocía a todo el mundo, no digamos la memoria telefónica de Conchita, encargada de todo el Servicio Telefónico de Salobreña, se sabía el número de cada abonado y se podrá decir, que claro con los pocos números que había entonces era bien fácil, pero no, pues cuando empezaron a instalar teléfonos y todos tenían 3 cifras, el mío era el 624, pues no llegué ni siquiera a memorizar los de la familia.
Más aun, tenía la buena virtud de estar informada de todo lo que pasaba en el pueblo; bastaba descolgar y preguntar a Conchita por quién doblan las campanas, al momento te decía quien se había muerto o a qué hora la misa de sepelio.
Esas llamadas de conferencia a Madrid o Barcelona, que se hacían interminables y, sin embargo, ella las hacía más llevaderas, pues te llamaba con cierta frecuencia para decirte que la llamada tenía demora y si alguna vez subías a la Centralita, debajo del Paseo de las Flores, donde estuvo el cine, te preguntaba por la salud, los estudios, etc.
He contado en alguna ocasión la anécdota verídica de que mi madre cuando quería contactar con su hermano, mi tío Modesto, llamaba a su casa y al decir mi tía Carmen que se había ido, llamaba a Conchita y ésta a su vez llamaba a María la Estanquera para saber si mi tío estaba en la calle Cristo o en el bar de Eduardo el Cuco, así le localizaba.
Mi padre contaba una anécdota que le pasó en los primeros días de teléfono, pues como bien se sabe había muchas interferencias y marcado equivocadamente un número telefónico, al comunicarse por larga distancia, una señora pregunta en tono angustiado. ¿Ya llegó Julio allí? A lo que mi padre respondió: no señora, no sé de qué parte del mundo llama usted, pero aquí todavía estamos en abril.
Frases de carteros antiguos “Corre, corre cartero y dile a mi novio cuanto le quiero” y frases de telefonista “Sonríe cuando hables por teléfono. La otra persona se dará cuenta”. No exagero cuando pienso y digo que en aquellos tiempos de cartero y telefonista se vivía con mayor calidad de vida que se vive ahora.
Antonio Luis Gallardo Medina