No es que tenga fama de haber sido un gran trasnochador, pero sí que siempre me ha gustado disfrutar de la noche, tal vez porque todos los gatos son pardos o quizás por demostrar que sin la luz del sol, también es posible vida animal. La gente, trabaja, vive, ama, incluso sabe reír pasadas las 12 de la noche, no sé el motivo por el que todo lo bueno tiene que suceder a plena luz del día.
Ya de jovenzuelo, me atraía el mundo nocturno, pero en Salobreña era muy difícil, por no decir imposible el estar fuera de casa pasadas las 12 de la noche, entre otras cosas, porque nunca ha habido ambiente nocturno. Los bares cerraban pronto y en invierno ya no te digo, no teníamos como Motril Puti Club ni lugares de alterne y el único lugar para bailar hasta altas horas era la Discoteca Manuel´s en los Faroles y el bueno de Manolo solo abría los fines de semana y en días de fiesta.
Así que ante el panorama que teníamos, no se me ocurrió nada mejor, para estar fuera de casa hasta altas horas que apuntarme en la Adoración Nocturna. Poca vocación había, pero sin embargo, entre turno y turno, en la plazoleta de la Iglesia te fumabas uno tras otro pitillo de celtas cortos, que habíamos comprado a medias en el estanco de María.
Gracias a este fervor religioso podía llegar a mi casa a la hora que quisiera, pues siempre tenías la excusa perfecta para decir que te había tocado, como siempre, el último turno y por eso llegabas tan tarde.
Al llegar a Granada para estudiar, fue una verdadera eclosión, pues el simple hecho que de un día para otro, ya no tenía que dar explicaciones de turnos ni otras excusas, me dejó un tanto recluido las primeras semanas en la ciudad de la Alhambra.
Pero pasado ese tiempo, descubrí un mundo entero por vivir. Bares que no cerraban nunca, tertulias culturales, conciertos clandestinos, trabajos por desarrollar, amores prohibidos, asambleas políticas y todo ello sin horario de cierre, como ocurría en Salobreña. Fueron años buenos, de desarrollo personal, político y social que labraron mi carácter de emigrante a 70 Kms. de tu casa, pues siempre seguía pegado al cordón umbilical de mi madre.
El tiempo pasó, me casé, vinieron mis hijas, acudieron los deberes, las obligaciones y la disyuntiva entre la vida ácrata y sin horarios, a la vida contemplativa y responsable. Nunca me he planteado cuál fue mejor, pues afortunadamente no se ha dado el caso, ya que muy joven la vida me golpeó fuerte, muy fuerte. La muerte de mi Padre, a los once meses la muerte de mi Madre, tener que abandonar los estudios y desplazarme a Salobreña para llevar las tareas de mi padre.
La vida nocturna pasó a un segundo lugar, no sin demorar su retiro, ya que por unas cosas o por mi manía de escribir, siempre se me echaban las horas encima. Dicen algunos viejos, que el tiempo pone cada cosa en su sitio, pero creo equivocado ese pensamiento, pues si para llegar a eso, tienes que pasar por una terrible enfermedad, prefiero no progresar ni siquiera intentar levantar el vuelo.
Ahora, peleo con las gallinas por ser el primero en irme a descansar, pues al llegar el final de la tarde, me siento realmente fatigado, tanto física como psíquicamente y he de reconocer que el primer sueño lo cojo bastante bien, aunque al instante ya estoy de nuevo en vigilia, de ahí lo que comentaba al principio de levantarme a la hora en que antes me acostaba.
No me gustaría acabar como Gregorio, el personaje de Franz Kafka muerto por no molestar a su familia. Admitir que el tiempo pasa, la vida continua y hay una edad para cada vivencia, no es una derrota sino más bien un principio para seguir en la brecha. El optimismo debe de llenar mi vida, al menos por esas personas que siempre esperan algo bueno de ti. Aunque haya que hacer malabarismos para seguir.