El interés de la educación ambiental en la enseñanza es indiscutible. Organismos internacionales, como la UNESCO (desde 1968), y Cumbres mundiales, como Estocolmo o Río, han señalado su necesidad, y la legislación escolar española –en línea con las europeas- no ha ido ajena a estos requerimientos, incluyendo la educación ambiental como materia transversa en la Ley General de Educación de 1990. Aunque en leyes posteriores (L.O.E. y L.O.M.C.E.) su presencia no es tan destacada, el medio ambiente ha permanecido como materia referencial, y las Comunidades Autónomas has desarrollado programas para ayudar a la implementación y desarrollo de la educación ambiental en el ámbito escolar.
Las conclusiones de este trabajo muestran una mejora en relación a los años anteriores, aunque todavía queda mucho por avanzar. En primer lugar, sólo un 50% de los Institutos tienen programada la educación ambiental, y de ellos sólo tres, la plantean como materia transversal. Y aunque prácticamente todos realizan actividades ecológicas, bien como visitas a granjas, o en el propio centro,, éstas solo alcanzan su verdadero sentido pedagógico cuando son programadas (con definición de objetivos, contenidos, tiempo, evaluación…) y se relacionan con las demás materias. En muchos casos se orientan más al ocio que a la formación.
Que la educación ambiental esté presente, depende, en gran medida, de la implicación de los profesores, algo que no ha variado en los últimos años. Así, en algunos centros en los que los profesores están próximos a la jubilación, su implicación es menor, y al contrario ocurre con los profesores más jóvenes. Creemos, sin embargo, que una materia tan importante no debe depender de situaciones personales, algo que parece que los centros no están dispuestos a corregir al constatar que un 90% de los mismos no contempla la formación específica del profesorado en educación ambiental. Un 20% de los Institutos no dispone de recursos en esta materia y en algunos casos en los que existen, se utilizan inadecuadamente (como castigo, por ejemplo).
La Junta de Andalucía elaboró en 1990 el programa ALDEA, un programa de educación ambiental para la comunidad educativa, poniendo a disposición de los centros diferentes recursos y programas. Hemos encontrado que el 30% de los Institutos no conoce el Programa, y del 70% restante sólo el 54% participa en alguna de sus modalidades (Ecoescuelas, Kioto Educa, Repacacicla, Crece con tu árbol, etc.). Es significativo que no exista vinculación entre los centros, perdiendo la posibilidad de compartir experiencias y recursos, programas, proyectos comunes, etc.
Finalmente, es de destacar la escasa implicación de padres y madres (a través de las AMPAS) en materia ambiental, cuando su participación sería determinante para acompañar las actividades de sensibilización que se realizan desde el centro, y que si no tienen una continuidad en el hogar pierden parte de su eficacia. Ningún agente de la comunidad escolar debería quedar al margen de los programas de educación para la vida.
En síntesis, aunque la sensibilidad ambiental ha aumentado hasta el punto de que todos los IES de Granada realizan algún tipo de actividad, sin embargo aún queda mucho por hacer: programar la educación ambiental para que las actividades no queden aisladas, vincularlas con todas las áreas de conocimiento recuperando su carácter transversal, formar ambientalmente al profesorado, utilizar los recursos que la Administración tiene disponibles, involucrar a las familias y encontrar formas de coordinación entre centros para compartir experiencias y optimizar recurso.
(*) Federico Velázquez de Castro. Presidente de la Asociación Española de Educación Ambiental
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