Juan Santaella: «No es posible educar en familia sin un consenso básico»

Aunque es muy difícil que dos personas coincidan siempre en sus pensamientos y apreciaciones, es fundamental que la pareja se muestre de acuerdo ante los hijos, sin utilizar la educación como un arma arrojadiza que uno lanza sobre el otro, producto de los conflictos que la pareja tiene entre sí. Los niños son muy perspicaces y pronto descubren cualquier grieta que pueda existir entre ellos y harán chantaje a uno, al otro o a ambos, según les convenga.

Ningún cónyuge puede desacreditar la decisión del otro, sino que tiene que refrendarla de principio, aunque luego entre ellos discutan las desavenencias educativas. El quitarle la autoridad al otro va en detrimento del valor educativo de la pareja y del prestigio que adquieren ante el hijo. Cuánto daño les hacen los padres a sus hijos cuando desacreditan al otro cónyuge, bien dentro de la familia, o bien a raíz de una separación matrimonial, pues cuando le quitamos el prestigio al otro cónyuge nos estamos jugando el porvenir, la seguridad y el futuro del propio hijo, pues ellos necesitan tener unos padres que sean referentes para él, en los que poder confiar; y, si no es así, les estamos haciendo un daño irreparable. Los padres han de tener muy claro que la educación de los hijos es de una importancia capital y algo distinto de los problemas de pareja. No se pueden establecer complicidades con los hijos dejando al padre o a la madre fuera del acuerdo.

Además, la pareja debe aceptar que los niños crecen y no pueden impedirlo, por eso han de ayudarles en esa travesía difícil que va desde la infancia a la pubertad, ayudándoles a emanciparse. En esa emancipación progresiva, se ha de graduar la responsabilidad que les vamos dando. Conforme vayan cumpliendo lo acordado, se les debe ir dando mayor autonomía. La actitud más adecuada de los padres es confiar siempre en ellos, aunque, eso sí, poniendo límites que, aunque ellos no comprendan, los irán haciendo responsables.

  La educación es tarea esencial de la pareja, aunque pueden y deben tener el apoyo de profesores, padres, familiares, amigos y vecinos.

A un niño que penetra en el mundo de la comunicación familiar, cuando ésta existe, le resultará más fácil dialogar con los demás, entender los libros y la prensa, captar y criticar los mensajes televisivos, y conocer mejor el mundo. Un bebé está programado para conectar fácilmente con sus padres, pero, también, con el entorno. Según John Medina, miembro del Centro de Investigaciones Aplicadas al Cerebro, de la Universidad de Seattle, el mejor indicio de que un niño es feliz es que tenga muchos amigos y, para ello, debe saber descifrar los signos de la comunicación verbal y no verbal, lo cual se aprende interactuando los padres con sus hijos.

En ese diálogo necesario entre padres e hijos, los padres nunca pueden perder el control de sí mismos, por obstinada que sea la actitud de los niños, pues nuestro hijo necesita un modelo para comportarse y los más próximos e influyentes son los modelos paterno y materno.

Un tema que suele ser polémico entre los padres es la comida: durante ella, los niños sacan sus caprichos, sus manías y sus preferencias, sus inapetencias, y el clásico “ya no quiero más”. En todo esto, los padres han de evitar los caprichos del niño y, en ningún caso, dejar que elija o que se le dé una comida distinta, pues de admitirles o no caprichos dependerá, en gran parte, el futuro del niño.

Lo mismo de importante que lo anterior es no permitir que el niño tenga dinero de sobra, para derrochar y malgastar, como les pasa hoy a muchos jóvenes: ya desde pequeños han de aprender a mirar por el dinero, como un medio necesario para vivir y no como un dios, y a vivir con austeridad.

Importante hoy en día es el tema del botellón, que padres y autoridades han asumido indebidamente: está demostrado científicamente que cuanto antes se inician los jóvenes en la práctica del alcohol más se resienten sus facultades cognitivas, según el estudio realizado por la Unidad de Deterioro Cognitivo de Valdecilla, con alumnos universitarios de la Escuela Gimbernat-Cantabria, con sede en Torrelavega, dirigido por el neurólogo Pascual Sánchez-Juan. Según este estudio, el alcohol afecta más “a las áreas cerebrales que maduran tarde –más allá de los 22 años-” y entre los 14 y 21 años parte del cerebro es aún como el de un infante lo que lo hace muy susceptible al daño, desconociéndose aún si esas afecciones en el cerebro son irreversibles después. Tan grave es este tema que, según la Encuesta Estatal sobre Uso de Drogas en Enseñanzas Secundarias (Estudes), la edad media del inicio del consumo de alcohol, se cifra en 15 años.

Por último, según la socióloga Annete Laureau, en muchos hogares del primer mundo los padres practican un tipo de educación agresiva, con muchas actividades fuera de la escuela, con objeto de darles todas las ventajas competitivas posibles y, aunque la intención es buena, a veces se pasan de la raya, porque se les priva del diálogo y de la convivencia familiar. Para el psicólogo de Harvard, Matt Killingsworth, aunque estar una hora con los niños no resulta hoy estimulante, e incluso muchas veces difícil, en esta sociedad tan sobrecargada de actividades y de problemas, esa hora con ellos, en mutua compañía y con plena dedicación, es decisiva para los niños y, por ello, debe ser una hora necesaria, ¡al menos una!, y de calidad para ambos.

Juan Santaella López

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