Salobreña, ya era un pueblo lo suficientemente familiar, para que todos nos conociéramos, si no por el nombre o apellido, sí por donde vivíamos o «el aire» que teníamos como se decía antes.
Todas las casas, tenían su plato de recursos, con sus polvorones, algun mantecado que otro y buenos roscos de vino o aceite; asi mismo, la botella de anís del Mono o coñac Terry. Los críos, que ya sabíamos más que Lepe, queríamos ir aquellas casas que sabíamos de seguro tenían el citado plato de recursos.
La lotería no de Navidad, pues apenas se jugaba en décimos, si no en cada casa había el bombo y los cartones correspondientes, con su bolsa de garbanzos o habichuelas para apuntar los números que iban saliendo y la faltriquera donde se metían las bolas para ir sacando una a una, se cantaban con soniquete…
Luis pitin…el uno,
La niña bonita…el quince,
El abuelo…el noventa,
El erótico… el sesenta y nueve,
Los patitos…el veinte y dos,
La edad de cristo…el treinta y tres.
Y así uno por uno hasta cantar el cartón lleno, cuyo premio era nada más y nada menos que dos pesetas, sí sí dos hermosas pesetas.
Los críos cantabamos por toda la calle sin miedo al peligro con nuestros instrumentos, una pandereta, una zambomba y una botella de anis que rascabamos con una cuchara y cantábamos con toda nuestra buena intención el villancico que decía…»esta noche es Nochebuena,/ noche de comer rosquillos,/ ha parío la Estanquera/ una espuerta marranillos».
En Salobreña, no había derroche de luces ni de gasto navideño, se notaba que era Navidad por que Paquito Franco, en su tienda de la calle Cristo frente al primer bar que tuvo Eduardo el Cuco, metía en su minúsculo escaparate a Paco ‘Alicates’ sentado y vestido de Rey Melchor. Siempre nos preguntabamos cómo hacía el bueno de Paco para tener sus necesidades en tan corto espacio.
Otro hecho significado que marcaba el comienzo de la Navidad, era el olor dulzón y agradable que recorría calle Cristo arriba y que venía del Horno de Castilla, me encantaba ir y ver cómo estaban las planchas de madera repletas de polvorones y listas para envolver, ese olor y sabor aun lo tengo en mí. Esa dificultad añadida de intentar despegar el polvorón del cielo de la boca sigue presente en mí.
Tanto nos gustaban a los críos esos dulces y tan pocas posibilidades había de lograrlo, no como ahora, que en alguna casa, en concreto, la mía, mi madre encargaba una caja de tres kilos de Alcaudete y cuando llegaba, la guardaba debajo de la cama para que no le metiéramos mano hasta las fechas señaladas.
¡Qué tiempos aquellos, donde un mantecado envuelto en celofan de color rojo valían su peso en oro, pues aparte del dulce, se aprovechaba el papel que luego los chaveas utilizábamos para jugar y apostar al triángulo!.
Los Reyes Magos seguían siendo magos y te traían un regalo, eso sí el mejor del mundo, un plumier color gris con lápices de colores; otro año un saxofón color rojo intenso para la orquesta que habíamos formado mi primo Pepe Luis y Andrés Palomares.
En fin, Navidades felices sin Corte Inglés, ni comilonas, pero muy que requete muy entrañables y llenas de calor de brasero de carbón y, sobre todo, de calor del bueno, del que nunca debiera faltar en ningun hogar ni en ninguna familia. Como se decía ¡¡¡FELICES PASCUAS!!!