Incluso ya en la escuela, entre los críos se comentaba, en serio, ¿no sabes quiénes son los Reyes Magos? al oído en voz baja: se decía, los reyes Magos son los padres…
Mi infancia transcurrió en la calle Cristo, concretamente en el número 46, casa de dos plantas y a espaldas del cine de mi tío Pepe Cervilla, justo a continuación del estanco de María y casa que posteriormente fue la Farmacia de Encarnita.
En la planta baja vivía mi tía Encarnita y mi tío Modesto y arriba vivíamos nosotros. La alegría, familiaridad y encanto reinó siempre en toda la casa, pero para mí significó que al no haber espacio, tenía que dormir en casa de mi abuela Laura, en la calle Ingenio, donde me crié en compañía de mis tíos Eduardo, Antonio y Mari.
Las Navidades pasaban con toda la ternura del mundo, pues se hacía en la calle cantando villancicos o en las casas jugando a la lotería. La misa del Gallo era un lugar de concentración de todo el pueblo y lugar que aprovechábamos los críos para estar más tiempo fuera de casa.
El único lugar donde se podían adquirir los juguetes si no querías ir a Motril era en la tienda de Paquito Franco, también en la calle Cristo frente al bar que tuvo al principio Eduardo ‘El Cuco’. Allí podías encargar el juguete a Mari Pepa y te lo traía, ya que las existencias eran mínimas por el espacio de la tienda.
No recuerdo haber escrito nunca una carta a los Reyes, pues aunque tú pedías cosas, ellos al final te traían otra distinta a la que tú deseabas. Han pasado sesenta años y sigo recordando cada uno de los regalos que me trajeron en la casa de la calle Cristo. Un año estaba ilusionado con un fuerte majestuoso del séptimo de caballería en madera que tenía mi primo Pepe Manzano en Motril, pues bien, como era habitual vinieron con un plumier extraordinario de doce lápices de colores, goma y sacapuntas, su apariencia era maravillosa, de color gris y plastificado, casi nada.
Aunque he de reconocer, que un año no cumplieron con la norma, ya que ese año quería ser músico y habíamos creado un grupo musical compuesto por Andrés Palomares, mi primo Pepe Luis y yo, por eso pedí un saxofón y ¡¡¡oh, sorpresa!!! me trajeron un fantástico saxofón de color rojo intenso que me hizo el niño más feliz de toda Salobreña.
Estoy completamente seguro como decía al principio, que la esperanza es lo último que se pierde, pues cada año siempre esperaba que me trajeran el regalo solicitado, pero por lo visto, como no escribía carta no se enteraban bien.
Ahora eso sí, esa noche tenía en vela a mi tío Eduardo, preguntando continuamente qué hora era y subía la persiana para en el momento que clareaba el día salir corriendo calle Cristo abajo hasta llegar a mi casa y loco de contento disfrutar siempre con lo que habían tenido a bien traer. Nunca me sentí defraudado, ni engañado, a pesar de ser distinto a lo que yo quería.
La calle se llenaba de críos con todos sus regalos, balones, muñecas, caballo de cartón, flautas, etc. Y tenían que llamarnos para desayunar, almorzar y cenar, pues ese día era permitido estar todo el tiempo en plena calle para mostrar a todos lo que te habían traído y al mismo tiempo disfrutar de lo de los demás, ¡¡¡ qué tiempos aquellos donde aun no habíamos perdido la ilusión!!!
