La economía de cada familia influye de forma directa en el mundo emocional de un ser humano. De hecho, los expertos explican que en un momento de crisis económica como el presente, han aumentado los casos de ansiedad y depresión ante la dificultad de muchas personas de organizar los gastos de forma óptima para llegar a fin de mes.
Existe un momento especialmente difícil para las familias, es el conocido a nivel popular como ‘La cuesta de enero’. Se trata de un momento crítico puesto que las navidades suponen un esfuerzo económico muy importante en cualquier hogar para poder hacer frente a los gastos de regalos, alimentación y demás detalles de unas fiestas con una clara tendencia consumista y materialista en nuestros días.
Hemos llegado a un punto donde si no consumes eres un raro, un pobre hombre o quizás seas uno de los cinco millones de parados que han dejado los distintos gobiernos
Para evitar la ansiedad y la preocupación excesiva ante la cuesta de enero conviene pensar que se trata de un momento puntual. Por eso, conviene pensar simplemente en el presente. Por otra parte, durante este mes es mejor evitar gastos innecesarios y esperar al mes de febrero para poder volver a organizar la economía doméstica de una forma más holgada.
Si necesitas algún tipo de ayuda económica seguro que puedes contar con el apoyo de algún familiar o amigo cercano que puede prestarte alguna cantidad pequeña, pues los bancos ni te atienden.
Siempre he pensado cómo pasábamos antes la dichosa cuesta en Salobreña en los años 60-70 o tal vez sea que antes no había la dichosa cuesta, pues el consumo y su enfermedad, el consumismo, no estaban vigentes. La gente compraba sí, pero artículos de primera necesidad, los caprichos y lujos apenas existían.
Me acuerdo perfectamente de la tienda de mi tía María, hija de Teresa Montes, que se casó con José ‘El Estanquero’, en la calle Cristo, pues bien, tenía una tienda que era mi delicia estar allí y observar cómo despachaba a las mujeres, pues entonces no se veía ni un solo hombre comprar. Todo estaba ordenado en grandes cajones para servir, arroz, lentejas, habichuelas, molluelo, habas secas, harina. Ver cómo metía esa especie de badil para llenar los cartuchos que se hacían con el papel de estraza era emocionante. El lebrillo lleno de garbanzos del día anterior echados en remojo, pues también se compraban así.
Si acudías a la tienda de Pepe Hernández, te vendía la mantequilla lorenzana suelta en un papel blanco y casi plastificado; el café la mitad del cuarto para moler en casa con ese precioso molinillo de madera que tenía mi abuela Laura y que tanto me gustaba. Cuando alguien estaba enfermo o en días muy señalados, te vendían también recortes de jamón riquísimos por cierto.
«He llegado a la conclusión de que no existía cuesta de enero, ya que todo el año era una pendiente muy pronunciada y era difícil de subir, pero tal vez por la necesidad o quizás porque la vida te ocupaba el día a día de cada casa, teníamos otras prioridades». |
De ahí que la cuesta de enero fuera más suave o apenas existiera, ya que se compraba según necesidades y no comprar por comprar. Así mismo, se compraba aquello que ibas a consumir inmediatamente, ya que la mayoría de casas no tenían frigorífico y los artículos perecederos se mantenían en la refresquera o ventana abierta de par en par.
Sí, efectivamente, he llegado a la conclusión de que no existía cuesta de enero, ya que todo el año era una pendiente muy pronunciada y era difícil de subir, pero tal vez por la necesidad o quizás porque la vida te ocupaba el día a día de cada casa, teníamos otras prioridades.
Decía el escritor Henry Miller «Si tu llamas experiencias a tus dificultades y recuerdas que cada experiencia te ayuda a madurar, vas a crecer vigoroso y feliz, no importa cuán adversas parezcan las circunstancias»; y, es verdad, crecimos vigorosos y sin traumas por no haber tenido cuesta de enero.