En aquel tiempo, en la enseñanza predominaban métodos antiguos, con maneras que incluso pasaban por el temor o por el cumplimiento riguroso de unos principios. Fue, no obstante, un periodo decisivo, no solo para la enseñanza, sino también para el país, pues después de la muerte de Franco se atisbaban horizontes nuevos. Don Francisco era muy joven, estaba recién licenciado; tenía entonces el pelo corto, era rubio, con aspecto de campesino, los ojos azules, la tez siempre encendida. Era, según supimos sus alumnos, de Olivares; todos los días venía de allí en un Renault 4. Nos dio clases de Francés y Ciencias Sociales. El Francés, por cierto, tenía que prepararlo en una academia de Granada para impartírnoslo después a nosotros. Sus clases eran dinámicas, muy participativas.
Don Francisco, sin duda, nos traía ideas nuevas, quizá en consonancia con las que ya estaban apuntando en otros ámbitos. Era un maestro muy cercano; nos trataba como adultos. Fue en realidad un curso muy intenso, pues teníamos una edad en la que empezábamos a discurrir de un modo autónomo. La labor de don Francisco no se limitó a la docencia: desarrolló actividades deportivas por las tardes, se relacionó con jóvenes del pueblo, participó en reuniones en las que ya se comenzaba a debatir sobre los nuevos tiempos.
Aunque organizó con otro maestro el viaje de estudios, no pudo venir con nosotros, pues se casaba unos días después. La noche que salíamos hacia Galicia, se subió al autobús; por un momento creímos que nos acompañaba, pero se bajó en la puerta del instituto. Fue la última vez que lo vimos. Lo destinaron, según alguien nos informó, al País Vasco; en aquellos años, a los maestros se les podía destinar a cualquier punto de España.
No supimos más de don Francisco. Pasaron los años. Yo muchas veces me preguntaba qué habría sido de él. Cuando iba a Olivares en bicicleta, no podía evitar acordarme de aquellos tiempos. Hoy yo soy profesor, llevo ya seis años destinado en el IES “Illíberis” de Atarfe, donde estudié por cierto el bachillerato. Hace poco se acercó a mí un compañero que se había jubilado el año pasado. Se llama Paco Carvajal; había dado clase a alumnos de Compensatoria, casi todos muy difíciles; había llevado a cabo en el centro varios proyectos, como el del huerto escolar o el de la redacción de relatos como un método de autoaprendizaje. Con él había colaborado en este último, pues a mí también me interesan mucho los relatos. Habíamos hablado de muchas cosas, siempre me había parecido una persona encantadora. Hace poco, como decía, se presentó ante mí. De vez en cuando se pasa por el instituto a pesar de estar ya jubilado; apareció y me dijo muy sonriente: “¿Sabes de lo que me enteré ayer? De que yo fui maestro tuyo en el año 75.” Yo enseguida me acordé de aquel maestro al que tenía idealizado y le dije: “Así que tú eres don Francisco.” La vida, a veces, nos depara estas gratas sorpresas.
(*) Pedro Ruiz-Cabello es profesor de Lengua y Literatura en el IES Ilíberis
Fotos de Paco tomadas en el instituto, en sus dos últimos cursos y de sus compañeras en la comida que tuvieron en Órgiva con motivo de su jubilación, a la que también asisitió en autor de este texto.