Francisco Giner de los Ríos, pedagogo, filósofo y ensayista, nació en Ronda ( Málaga), el 10 de octubre de 1839, y murió en Madrid el 18 de febrero de 1915. Estudió en Barcelona, Granada y Madrid. Fue discípulo de Julián Sanz del Río y se le expulsó en dos ocasiones de la Universidad de Madrid, siendo ya docente. En una ocasión, en 1868, recién obtenida la cátedra, por solidarizarse con sus maestros que habían sido expulsados también. Tiene el gran honor de haber creado la Institución Libre de Enseñanza (ILE) y ser director de ella. Impulsó también otros proyectos complementarios como el Museo Pedagógico Nacional, la Junta para Ampliación de Estudios, la Residencia de Estudiantes o las Colonias Escolares. Algunas de sus ideas se materializaron tras su muerte como las Misiones Pedagógicas, concebidas en su origen como Misiones Ambulantes. Manuel Bartolomé Cossío afirmaba, con palabras muy actuales: “No comprendo por qué odian de esa manera a las Misiones. Las Misiones no hacen más que educar. Y a España la salvación ha de venirle por la educación”.
En su planteamiento de la enseñanza ideal, Francisco Giner propuso que la Institución fuera «no sólo una corporación de estudiantes y sabios, sino una potencia ética de la vida». Tras la guerra civil española, la obra de Giner en general, y la ILE en particular, fueron condenadas por el régimen de Franco dentro del proceso de depuración del magisterio español comprometido y sus bienes fueron incautados. Fue a partir de 1982 cuando parte de las enseñanzas y el legado de Francisco Giner de los Ríos se recuperó.
Giner ejerció un influjo profundo en la transformación educativa española y en la formación de sus discípulos. Su método y sus enseñanzas contribuyeron a la renovación de la vida intelectual y moral española, ya que su objetivo vital fue regenerar el país a través de la conciencia moral, lo que él llamaba “la revolución de las conciencias”. |
Apoyándose en el krausismo español, introducido en España por su maestro Sanz del Río, en el último tercio del siglo XIX y primeros años del XX, Giner ejerció un influjo profundo en la transformación educativa española y en la formación de sus discípulos. Su método y sus enseñanzas contribuyeron a la renovación de la vida intelectual y moral española, ya que su objetivo vital fue regenerar el país a través de la conciencia moral, lo que él llamaba “la revolución de las conciencias”. Quería crear “hombres íntegros, cultos y capaces, sobre la base de la idea de que los cambios los producen los hombres y las ideas, no las rebeliones ni las guerras».
En cuanto a su método pedagógico, definido por el propio Giner como el método intuitivo, aparece como una fusión entre la filosofía socrática y la práctica franciscana, en las que el maestro influye en sus alumnos «no por su autoridad, sino por su conocimiento y su amor». En el método de Giner, la relación entre los alumnos y el profesor era íntima, cercana, familiar, para así poder influir mejor en su conciencia. En la práctica, cada alumno tenía un cuaderno (y no un libro académico) con el que trabajaba. Los exámenes memorísticos no existían. Las excursiones eran frecuentes: a museos de todo tipo, a fábricas, al campo, etc. La enseñanza no se basaba en entelequias o en conocimientos vacíos, sino que partía de la propia realidad, para conocerla primero y para intentar transformarla después, en un proceso progresivo de concienciación y compromiso con los hombres y con el mundo.
Sin Giner de los Ríos, no se hubiera podido producir la Edad de Plata que España tuvo en el mundo de la cultura y la educación a comienzos del siglo XX, gracias a la ILE, que se materializó en centros de tanta transcendencia como la Residencia de Estudiantes, donde se formaron intelectuales de la talla de Buñuel, Lorca, Dalí, Juan Ramón Jiménez, Alberti, y tantos otros. Gracias a él, se modernizó la cultura y la educación españolas en un ambiente poco propicio para ello, pues estaba impregnada de conservadurismo y de los viejos mitos de la historia española. Su obra pedagógica fue tan grande que, según afirmaba Azaña, “cuanto hoy existe en España de pulcritud moral lo ha creado él”.
Con una visión privilegiada, sólo posible en mentes diáfanas y adelantadas a su tiempo, entendió, y así lo puso en práctica en sus centros, que la educación ha de estar basada en la investigación científica y técnica desde los primeros estudios; que el medio ambiente nos pertenece y hay que conocerlo y protegerlo, de ahí su interés por que los niños tuvieran contacto permanente con la naturaleza; la importancia que en la educación tiene la formación cultural, creando un ámbito afecto a la cultura donde el alumno se encuentre consigo mismo y con los demás, y considerando que la cultura ha de basarse en el amor al conocimiento, en la solidaridad y en la ética de la acción; y, sobre todo, estaba convencido de que no es posible lograr una enseñanza de calidad si padres, profesores y alumnos no entienden que ésta es, básicamente, educación y no instrucción, como muchos mojigatos del mundo educativo pretenden hacernos creer, pues sólo educando pueden formarse ciudadanos íntegros y de bien para el mañana.
Juan Santaella López
Publicado en Ideal el domingo 3 de enero de 2016