El Miércoles de Ceniza se llamaba así por la ceremonia de imponer la ceniza en la frente de todos los fieles como signo de penitencia y aquel miércoles vino el propio arzobispo de Granada hasta Salobreña para imponer las cenizas a los críos en la Iglesia Parroquial.
En el período de Cuaresma (cuarenta días antes de la Semana Santa), se interrumpían en la mayoría de los pueblos toda clase de espectáculos y casamientos, porque se consideraban inadecuadas las diversiones, pues eran días de recogimiento y de fervor religioso. Grandes y chicos se preparaban para evocar la Pasión, Muerte y Resurrección que se conmemora en la Pascua.
En Salobreña, el cura era quien decidía la mayoría de actos no ya religiosos, si no sociales y de uso diario. La ley del ayuno la observaban con sumo rigor. No contentos con cercenar la cantidad del alimento, que ya era escaso por aquellos tiempos, se privaban totalmente de carnes, huevos, vino y todo aquello que el uso común consideraba como una gratificación.
Las iglesias, que entonces si eran sitios de reunión, no como ahora, se veían privadas durante los oficios cuaresmales del alegre Aleluya, del himno Angélico Gloria in excelsis, de la festiva despedida Ite missa est, de los acordes del órgano, de los floreros, iluminaciones y demás elementos de adorno, los crucifijos y las imágenes, que se cubrían con telas de color morado.
Mi madre, todos los viernes, sin faltar ninguno de ellos, ponía un excelente potaje de lentejas o bacalao, que tanto me gustaba y ese día terminantemente prohibido el probar nada de nada que no fuera ayuno y abstinencia.
Pero al mismo tiempo que traía tristeza, recogimiento y rezo, no dejábamos de mover los carrillos, pues entonces empezaba la elaboración de esa cocina cuaresmal y santera que tanto cuidaban nuestras madres y abuelas.
Torrijas, pestiños, roscos, magdalenas, boladillos de bacalao para mojar en miel de caña, potaje de garbanzos, alcachofas fritas y el bacalao, el rico bacalao en todas sus presentaciones.
En casa de mi madre se guardaba la Cuaresma, el ayuno y la vigilia en Viernes Santo, pero con una comida tan rica que nunca entendí que eso fuera un sacrificio. Con el paso de los años, ya no guardo cuaresma, ni ayuno, ni abstinencia, pero, sin embargo, echo mucho de menos aquellos días, aquellas comidas y, sobre todo, hecho mucho de menos a mi madre.