A sus 68 años Manuel Barahona sigue siendo un apasionado del campo influenciado sin duda por su nacimiento en el municipio de la campiña sur cordobesa donde pasó su infancia, pues actualmente reside en Sevilla. Aparte de la unidad temática la exposición tiene en común la técnica, pues todos son óleos sobre lienzo de vendimiadores, recolectores de algodón, recogiendo ajos o zanahorias y, sobre todo, realizando tareas en el olivar, cuadros que en opinión de Alberto «quedan bien en cualquier sitio pues son auténticas obras de arte». Por su parte, Manuel Barahona también se muestra muy satisfecho por volver a esta galería que se ha destacado por traer grandes firmas y porque para él, «Granada ciudad es punto y aparte».
Interrogado por su pasión por las labores agrícolas responde con humor que no tiene campo ni olivos pero que cierra los ojos y se ve pintando estas escenas campesinas. También aclara que «nunca he ido al campo a pintarlo, es el campo el que ha venido a mí para que lo pinte». Hablando de pasiones indica que «siempre voy persiguiendo la luz para que sea la protagonista», a lo que añade que, tanto es así que su hija se llama Luz pues hasta ahí llega su ilusión por captar la luminosidad de Andalucía, que se diferencia de la existente en otras partes de España. Escenas agrícolas en las que el hombre y la mujer tiene un protagonismo preponderante y que debido a la mecanización del campo está a punto de desapareciendo. «Normalmente hago una gran cantidad de bocetos como se puede ver en el libro que he traído. A partir de los ellos compongo en mi casa la obra con las figuras que quiero que aparezcan. A veces he utilizado la fotografía pero el problema es que las figuras salen estáticas, muertas, y entonces tienen que pasar por el cerebro, lo que me obliga a realizar un dibujo y tomar conciencia de lo que quiero pintar, en especial a las personas que le dan vida», aclara a la hora de explicar el proceso de creación de las obras expuestas. También señala que lo intentó con vídeos para llevarse el campo a su estudio pero que «en definitiva tengo que pintar a lápiz o tinta china con la que me encuentro muy a gusto, hasta disfrutar con el boceto. Hago mis composiciones y veo de dónde quiero que venga la luz».
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Barahona se considera afortunado pues puede vivir del arte, y además, sus tres hijos, le han salido artistas. De hecho, Antonio ha terminado Bellas Artes y «va fantástico como pintor»; a Mª Luz le brota el arte y pinta con una fuerza fantástica, y el tercero estudió piano y es director de coro. También con la proyección de su obra, pues recientemente la Diputación de Córdoba le ha brindado un merecido reconocimiento con una exposición de la que ha salido otra itinerante que la Fundación Provincial de Artes Plásticas ‘Rafael Botí’ habrá llevado cuando concluya a 47 municipios cordobeses. Obra por la que igualmente el público extranjero se muestra muy interesado al tratarse de faenas agrícolas normalmente desconocidas en su países. El catedrático de Lengua y Literatura, Pedro López, le ha dedicado una crítica a este maestro de la luz y del color, cuya temática llama la atención pues nos lleva a épocas pasadas. «Sus obras nos dejarán en el recuerdo la paja y el trigo en las manos, la recogida en el olivar en un trazo de sol apagado, el acarreo de aceitunas o del algodón con nombres de sufrimiento, al labrador atravesando los siglos y la experiencia silenciosa de un alma que expresa con sus colores el hallazgo de la luz y de la vida», indica.
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