En varios escritos Juan Carlos Tedesco se ha referido al comentario de George Steiner, en un encuentro poco frecuente entre el erudito y la joven profesora de Liceo Cécile Ladjali, que ha dado lugar a un espléndido libro (Elogio de la transmisión: maestro y alumno, publicado por Siruela). En un momento del diálogo, la profesora se queja de los problemas que tiene para enseñar con los jóvenes de barrios pobres de París, a pesar de haber acudido a libros de pedagogía, que no le han resuelto la práctica docente y relación didáctica en el aula. Frente a esta incapacidad pedagógica en la educación de los jóvenes, Steiner le recuerda la famosa frase de Goethe: “El que sabe hacer algo, lo hace. El que no sabe hacer, enseña” y a continuación añade, como contribución propia a esta visión denigratoria de la tarea educativa: “El que no sabe enseñar escribe manuales de pedagogía”.
Yo también pienso, como Tedesco, que en lugar de escandalizarnos, cabe tomarse en serio qué ha pasado como para que un intelectual de la talla de George Steiner tenga tal opinión de la pedagogía y de los pedagogos. El asunto se agrava cuando es compartido por la opinión pública en general y, en particular, por gran parte del profesorado. Lo habitual es identificar el discurso pedagógico con algo abstracto, poco realista, descontextualizado, al margen de la práctica cotidiana y sus problemas. Particularmente duro es que los “pedagogos” (no se sabe cuál es esta nebulosa homogénea) hagan un desprecio generalizado al conocimiento, la cultura y el mérito-
Viene esto a cuento de la aparición reciente en España de libros que vuelven sobre el tema, con una amplia repercusión en la prensa y un clamoroso silencio de los acusados. Me refiero al libro de Alberto Royo (Contra la nueva educación), con prólogo de Antonio Muñoz Molina. Ricardo Moreno Castillo acaba de publicar La conjura de los ignorantes, que se subtitula “De cómo los pedagogos han destruido la enseñanza” y con prólogo de Arcadi España. Hace unos años (2006) publicó Panfleto antipedagógico. La verdad que leyéndolos, uno añora que la crítica en España estuviera a la altura de pensamiento de Finkielkraut o Debray.
Si el mal comportamiento de los alumnos o la “bajada del nivel” fuera fruto, por seguir con las críticas de Ricardo Muñoz, de los pedagogos españoles y su expresión en la legislación educativa, estos problemas no se darían en Chile, Argentina o México. Por desgracia están globalizados y no son fruto de los pedagogos, que además no tienen poder alguno para tales cambios degenerativos. |
Si el mal comportamiento de los alumnos o la “bajada del nivel” fuera fruto, por seguir con las críticas de Ricardo Muñoz, de los pedagogos españoles y su expresión en la legislación educativa, estos problemas no se darían en Chile, Argentina o México. Por desgracia están globalizados y no son fruto de los pedagogos, que además no tienen poder alguno para tales cambios degenerativos. Tomar algo como “chivo expiatorio” puede ser divertido, pero distrae de la verdadera resolución de los problemas. Todos los males, por desgracia, no provienen de la “pedagogía oficial”. Esta, por último, no existe como conglomerado, con unas líneas comunes y un plan prefabricado para “destruir” la educación pública. Una entelequia inexistente. Los problemas que tiene la educación en la actualidad no provienen de pedagogos, sino de políticas educativas y, sobre todo, de cambios sociológicos, como ha diagnosticado muy bien, entre otros, François Dubet.
Nada que ver estas críticas con la profundidad del análisis que, en el contexto postsputnik, escribió Hanna Arendt sobre la crisis de la educación. El mal es más profundo: haber renegado los adultos de su “responsabilidad por el mundo al que han traído a sus hijos”, porque la esencia de la educación, sin la cual deja de tener sentido –o es sencillamente imposible– educar, es conservar un “mundo”. Las pedagogías “progresadas”, a juicio de Arendt, no serían sino una renuncia de esta responsabilidad. Poder cambiar el mundo por las jóvenes generaciones sólo es posible partiendo del mundo heredado: «precisamente por el bien de lo que hay de nuevo y revolucionario en cada niño, la educación ha de ser conservadora; tiene que preservar ese elemento nuevo e introducirlo como novedad en un mundo viejo» (Arendt, 1996: 204).
Publicado en Escuela, marzo 2016
(*) Antonio Bolívar Botia. Catedrático de Didáctica y Organización Escolar. Universidad de Granada