Hemos asistido durante más de cuatro meses a debates, coloquios, charletas y a confusiones extraordinarias, pero muy poco se ha debatido de la realidad española, y, por el contrario, todo ha desembocado en tesis que expresaban y defendían más puntos de vista personales en la afanada búsqueda del poder que en el interés común, utilizando no sólo métodos cínicos, sino las argumentaciones más groseras que se han podido ver y oír jamás en el Parlamento español. El hombre democrático tiene que concebir mil formas de pensar distintas a la suya, pero el político parece que está condenado a no permitir en sus concepciones intelectuales e ideológicas que la interpretación de la sociedad en cada momento de la historia sea distintas y, mucho menos, que la del adversario pueda ser más acertada. Con lo bien que quedaría que alguna vez se dijera: «Sí, estaba en un error, pero luego varié». Y no pasaría nada, porque se puede cambiar por la reflexión o por lo que sea; pero, lo que no nos valdría a nadie es pasarse a la acera de enfrente para gozar de los beneficios de los que tienen más posibilidades de ganar. Maniobra que es bastante fea, cuando se realiza para conseguir estos fines.
La obstinación de los partidos en defender modelos económicos y sociales fracasados, podría ser excusable en alguna medida, toda vez que, de no hacerse así, podría ser interpretado en el electorado de cada grupo, como la renuncia inmediata a la defensa de unos principios que aparecen en los distintos programas de algo que parece verdadero e inmutable. Y claro está, como consecuencia inmediata, la pérdida del poder, o como dirían otros, quedar fuera en «el reparto de sillones». Por eso los políticos se diferencian muy poco de los antropófagos y, en el triste negocio del poder y la gloria, les hace darse embestidas con la misma ferocidad que los carneros muflones en celo, olvidándose de los más elementales respetos humanos en una apresurada conquista de «su clientela», con argumentos, generalmente, ad hominem. Conocedores de esto, la gente es utilizada, en ocasiones, para que encuentren motivos ideológicos en su simpatía o antipatía a favor o en contra de una determinada concepción social o económica, cuando la mayoría de las veces no los hay, es el instinto el que reina como en los animales; imperan las rivalidades y los celos. Son paquetes de odio envasados al vacío tal y como hemos visto en este periodo más que preelectoral.
Lo interesante es que ahora se puede tener un criterio personal más formado, se han puesto las cartas al descubierto en este largo periodo para hacer un gobierno, ahora ya se conocen con más claridad las distintas opciones, ahora hemos detectado en estos tiempos que crujen (y que todo avanza de manera vertiginosa) que algunos no utilizan la misma medida para todo y para todos, que algunos deberían llevar el apodo de chanchulleros, que algunos nadan entre muchas aguas y que a otros les parece casi indigno que la prensa ofrezca juicios críticos. Ahora se van a presentar los mismos líderes, pero también conocemos cuál ha sido la gestión de sus grupos en la comunidades autónomas, ayuntamientos y diputaciones gobernados por unos y otros y, por tanto, ya sabemos que lo que prometieron en su día en qué ha quedado, ahora conocemos más a fondo la vulgar arbitrariedad política de ayuntamientos y el estado de nuestra ciudades, de nuestras calles y de nuestros barrios. Es la hora de España, de que se identifiquen a los que realizan maniobras arteras y que, sin embargo, se presentan poco menos que como elementos quintaesenciados de la Universidad de Harvard; que tienen una idea de sí mismos que no la tendría Newton o Stephen Hawking y que, además, pareciera que gozan de un fuero especial, porque sí, y que, sin embargo, sobreviven perfectamente entre la mediocridad intelectualizada de este país.
Será necesario pactar con más decoro en la nueva legislatura, aunque pactar signifique renunciar a refutar argumentos sólidos. |
erá necesario pactar con más decoro en la nueva legislatura, aunque pactar signifique renunciar a refutar argumentos sólidos y reflexionados de los adversarios y a no debatir exclusivamente por alcanzar las tesis de cada cual, sino que el pacto debe estar basado siempre en un ejercicio intelectual constante en la búsqueda de juicios verdaderos, y pensar en estos momentos de la necesidad imperiosa que tiene España de un gobierno que garantice el progreso social, moral y económico. Llevar esto a la práctica es muy difícil, pero los países que lo han conseguido no ha sido por una forma de gobierno, por una constitución, por la forma de sus instituciones públicas o por algo que no depende de la utopía, sino por su cultura, por su experiencia democrática y por su ciencia.
(*) Este artículo de Pedro López Ávila, catedrático jubilado de Lengua y Literatura Española y poeta, se ha publicado en la edición impresa de IDEAL, correspondiente al martes, 3 de mayo de 2016.