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DEJAR HUELLA: HOMENAJE A ALFONSO ÁNGEL CUADRÓN DE MINGO
Querido Alfonso Cuadrón, No recuerdo ninguna otra ocasión en que haya tomado la palabra con tanto gusto, con tanta ilusión, como en esta de hoy, en esta precisa y preciosa ocasión; aquí, en nuestro antiguo colegio redentorista Ntra. Sra. del Perpetuo Socorro. Tengo que decir de inmediato –porque me bulle por las venas el sentimiento desde hace mucho tiempo–, que en este momento estoy cumpliendo un sueño mil veces acariciado y siempre pospuesto por los caprichos de la vida. Tomar la palabra, hoy, aquí, en nombre de tantos compañeros, para dirigirme públicamente a quien fue nuestro tutor y nuestro maestro hace ya… unos cuantos años, es un honor inmenso. Hoy hay mucho que decir, mucho que agradecer, a quien tanto nos dio, a manos llenas, en un momento en el que nuestras necesidades afectivas, intelectuales, espirituales y sociales eran muchas y apremiantes. Y reconocemos que lo que entonces recibimos de ti, Alfonso Cuadrón, en aquellas circunstancias, no sólo llenó el morral de nuestras expectativas de adolescentes, sino que lo colmó con generosidad para que nos durara de por vida. Hay mucho que agradecerte, digo, y me temo que me voy a quedar corto, porque yo, como todos sabéis, soy parco en palabras. Ten la seguridad, por tanto, de que las pocas que diga son girones del alma que se me desprenden para llegar hasta ti desnudas y sinceras. Tuvimos la fortuna de estar contigo, que entonces eras un joven recién salido del seminario, durante dos cursos (1968-69 y 1969-70). Tu juventud, tu modernidad; tu comprensión, tu acompañamiento, tus reflexiones; tus cualidades humanas, tus cualidades intelectuales; tus gustos y tus conocimientos musicales, tu pelo llamativamente largo para ser cura; tu fibra poética; tu habitación siempre abierta para nosotros (para nuestras inquietudes, para nuestras diversiones); tus palabras, tus silencios; tus consejos, tus reprimendas, tus confidencias; tu testimonio, tu visión de futuro… (te recuerdo que soy de pocas palabras)…, y tantas cosas que por ti poblaron nuestras vidas de alumnos inquietos, se nos agolpan hoy en la mente y no aciertan a otra cosa que no sea formar la palabra “gracias”. Para atenuar la seriedad de este sentido discurso, quiero introducir aquí la reseña que de ti, Alfonso Cuadrón, cantamos en un acto cultural y festivo, con motivo del Día del Profesor, el 6 de marzo de 1969, en el salón de actos. El texto decía así: “¡Hombres de tercero, Alfonso Ángel Cuadrón es cura joven Quizá haya algunos ripios y alguna falta de métrica en esa letra…; pero no cabe duda de que menciona dos de las principales características tuyas de entonces: el empeño por formarnos en los más importantes aspectos humanos y sociales, por una parte; y, por otra, tu modernidad. Porque eras, muy “modelno”. Y fumador. No lo dice la canción, pero todos recordamos que tu habitación, era el reino del humo; fumabas mucho, Ducados, creo. Tampoco lo dice la canción, pero sí se intuye, que tu habitación estaba presidida por dos frases en la pared, adornadas con motivos de actualidad entonces, que decían “Es la hora de hacer felices a los demás”, Y “Siempre hay por qué vivir, por qué luchar” (Julio Iglesias). Tenemos, todos, muchos y muy gratos recuerdos tuyos, Alfonso. Yo tengo además, documentación fehaciente de bastantes de esos recuerdos y de tantas cosas que vivimos contigo. Tengo, por ejemplo, un diario completo, de mi puño y letra, de todo el curso 1969-70, cuando estábamos en 4º de bachillerato. En ese diario escribí tu apellido, Cuadrón, más de 50 veces. Ahí decía yo, entonces, con palabras de niño: “24 de octubre (viernes): Primera misa del curso 4º en sí, un invento muy interesante del P. Cuadrón. El tema ha sido sobre “la vida sigue, desgraciadamente, igual”. Creo que Cuadrón tiene razón cuando dice que estamos inmersos en una inactividad que nos paraliza por completo y nos hace individualistas. Ello es por causa de la eterna monotonía que machaconamente se cierne en estos tiempos y es necesario propagar las ideas, nuestras ideas, para que, junto a las del vecino, se construyan nuevos caminos, nuevas metas: una vida renovada”. No sé si habremos estado a la altura, querido Alfonso. Nos dejaste una misión complicada. Pero puedes estar seguro de que tu carisma nos ha acompañado desde entonces, como la voz del amigo al que no podemos defraudar. Así, a lo largo de todos estos años, hemos hecho, en nuestros respectivos cometidos, más o menos, mejor o peor… Cada cual donde las veleidades de la vida le ha llevado. Y, lo digo con total rotundidad, siempre hemos querido ser, como tú, buenas personas. Termino. Por fin has podido ver hoy, querido maestro, querido amigo Alfonso, lo mucho que te recordamos y lo mucho que te queremos. Eso es todo. Juan Rodríguez Titos (Pulsar sobre la imagen para agrandar)
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