Blas López Ávila: «Nochecita de San Juan»

Cae la tarde en el Palacio de los Condes de Gabia. Un nutrido grupo de amigos, compañeros y allegados acudimos a la convocatoria de presentación del nuevo poemario de Pedro López “A propósito del recuerdo y el olvido”, que con tan serio como acertado criterio ha publicado Ediciones Dauro. He de confesar que lo primero que llama la atención del libro es la cuidadísima y bella edición que Dauro ha hecho de la obra, con una impresionante cubierta diseñada por Ágata Lech-Sobezak y que recoge el cuadro del extraordinario pintor Pedro Roldán :” Contraluz”. Por lo demás, y aunque no sea yo la persona más adecuada –al menos de momento- para hablar del contenido del libro, les puedo asegurar que la obra ofrece un esfuerzo importante que se advierte en la evolución de una rica capacidad expresiva, llena de imágenes y contrastes puestas al servicio de la emoción y del mundo íntimo del autor.

Como suele ser habitual en este tipo de actos, con posterioridad a la presentación, muchos de los asistentes nos fuimos de cañas a un local de moda próximo al lugar en el que se había desarrollado el acto. Y, como correspondía a tal fecha, fue una noche mágica, plena de reencuentros y espacios para el diálogo y el recuerdo. Fue allí, a la entrada del evento, donde me tropecé con ese viejo gran amigo y poeta que no es otro que Enrique Morón –Enrique y yo siempre acabamos reencontrándonos. Y como siempre, “tenemos que hablar de muchas cosas”: de la familia, de los amigos, de nuestros viejos recuerdos… Al comienzo fue una conversación discreta –si hay alguien a quien le guste la discreción más que a mí ese es Enrique- pero pronto, quizá interesados por nuestros asuntos, se incorporaron a nuestro grupo ese buen médico del Zaidín que es Carlos Aguado y su pareja, Rosa.

Y la noche –como en tantas ocasiones- comenzó a atropellarnos y hablamos de los críticos literarios, de la osadía de muchos de ellos que lejos de implicarse en la obra se permiten interpretar el yo más íntimo del autor sin el menor rubor, que pretenden hacer literatura de la literatura para tener mayor protagonismo que el propio compositor. Y hablamos de lo cómodos que nos sentimos con los clásicos. Hablamos de Bécquer, de Juan Ramón, de Hernández, del Romancero Gitano y del Albaicín. Fue entonces cuando me acordé de otro amigo, Paco Pastor, el del Restaurante Mirador de Aixa, que tantas noches mágicas nos ha proporcionado a mi familia y a mí y que pertenece a esa raza de conversadores natos y al que desde aquí prometo que no tardaremos en vernos.

Fue entonces cuando se unió al grupo esa gran persona y escritor que es Jesús Amaya y seguimos hablando de teatro: “Esta noche todos los ríos del mundo llevan una gota del Jordán” (“La dama del Alba” de Casona) y de la obra dramática de Enrique –esa gran desconocida. Y también se incorporó al grupo Francisco Trigueros, hiperrealista notable y presentador del poemario, que se mostró sumamente interesado por la obra de Morón. Y hablamos de Antonio César Morón y de lo orgulloso que su padre se siente de él. Y hablamos de los ausentes, de Quisquete, de Juan León… de tantos otros. Hablamos de Albondón y de don Natalio Rivas.

Cuando cruzamos la Plaza del Campillo para llegar a Puerta Real para coger mi coche y dejar a Enrique en su domicilio, tuve la impresión de que Granada tiene contraída con él una deuda impagable. 

La madrugada nos alcanzó embocando San Matías y descendimos por ella paseando lentamente. Y hablamos de la Granada canalla en blanco y negro de los años sesenta; de sus putas y de los mariquitas, algunos de buena familia, que les hacían los “mandaos”; de la hipocresía de algún que otro adorador nocturno que se valían del piadoso acto para sus noches de farra y desenfreno, de día esposos y padres ejemplares. De algún que otro falangista que por encima de su homosexualidad había de colocarse el cinturón y correaje negros para parecer otra cosa. Y así, en nuestros devaneos, llegamos a la Plaza de la Mariana que nos sorprendió hablando de la desmemoria de este país, de lo que costó alcanzar la libertad y de lo sumamente fácil que es destruirla. De la lucha permanente diaria que hay que mantener por conservarla porque no se nos da como un don del cielo pero que para eso hay que creer en ella previamente. Y ese es el motivo por el que me estremece oír a los jóvenes políticos, y no tan jóvenes, presentándose como paladines de ella cuando en realidad son hijos del pelotazo, de la corrupción, la mentira y la falta de escrúpulos.

Cuando cruzamos la Plaza del Campillo para llegar a Puerta Real para coger mi coche y dejar a Enrique en su domicilio, tuve la impresión de que Granada tiene contraída con él una deuda impagable. Y Granada me pareció un suspiro ¡un suspiro de belleza eterna.

(Nota: En la foto, el poeta Enrique Morón (izda) y el autor de este artículo, Blas López Ávila)

 

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