Se inicia un nuevo curso escolar en el que, más que en otros, reina la confusión y la duda. En este año, la LOMCE, una ley aprobada sólo con los votos del PP y la oposición del resto de grupos políticos, se debería aplicar de manera completa, tras dos años de implantación progresiva. Una vez roto el acuerdo de investidura entre PP y Ciudadanos, que preveía la eliminación de las tres reválidas que la ley contempla, al final de primaria, secundaria y bachillerato, estas pruebas selectivas así como los diferentes itinerarios, los nuevos currículos o los cambios contemplados en FP se aplicarán en su totalidad como el Ministro de Educación se encargaba de recordar el martes pasado.
El gobierno del PP, como los gobiernos anteriores, no ha sido consciente de la importancia de la educación, y mucho más en nuestro país, donde tanto retraso educativo acumulamos, y en lugar de consensuar una norma legal que obligue a todos y que ilusione a la comunidad educativa, estamos padeciendo leyes educativas diferentes cada vez que gobierna un nuevo partido. ¿Cómo es posible que se eliminara la ley educativa anterior, que tenía el consenso de todos los grupos excepto el del PP, y se aprobara otra con la oposición de todos, por el ministro peor valorado de la democracia, el ministro Wert?
¿Aún no han comprendido nuestros políticos que las leyes han de ser acordadas por amplias mayorías parlamentarias porque todas ellas, en especial las que hacen referencia a la educación, a la salud, a las pensiones, a las libertades públicas o a los derechos fundamentales en general han de tener un amplio consenso? ¿Por qué se hacen leyes basadas exclusivamente en la ideología de un solo partido, que sólo pueden perdurar el tiempo coincidente con el gobierno de éste? ¿No sería más racional que se elaborara una ley orgánica que recogiera la exigencia de una mayoría cualificada para la aprobación de normas que guarden relación con los aspectos básicos de nuestra convivencia?
No obstante, mientras que los responsables públicos logran una legislación acordada, sólo en el encuentro entre alumno y profesor, presidido por el conocimiento, la exigencia y el afecto, ineludibles en cualquier método pedagógico, puede lograrse una enseñanza de mayor calidad que la actual.
Además de ese encuentro entre los agentes educativos, es necesario que, al educar, retomemos de nuevo la preocupación por las formas: orden, limpieza, respeto a los demás, callar mientras otro habla, dar preferencia a los mayores, etc. Esta educación formal, que muchos padres y educadores ven hipócrita o convencional, muchas veces ha sido sustituida por la mala educación: carencia de saludo, nula capacidad de escucha, búsqueda del interés o gusto propio, desprecio a los ancianos… A los niños hay que imponerles normas, exigencias y buenas formas en las relaciones humanas tanto los padres como los profesores. Decía Tomás Carlyle que “educación y cortesía abren todas las puertas”.
Por último: nuestra educación es demasiado pragmática, y debe humanizarse más, cargándose de valores. Decía Sócrates que “sólo es útil el conocimiento que nos hace mejores”, y Petrarca distinguía entre saber (tener conocimientos) y sabiduría (ser buenos gracias al saber). Según Platón, “el objetivo de la educación es la virtud y lograr buenos ciudadanos” pues, como decía Cicerón, “en el sentido moral del ciudadano reside el bienestar de la nación”.
(Nota: Este artículo de Opinión se ha publicado en las ediciones impresas de IDEAL Almería, Granada y Jaén, correspondientes al día, 8 de septiembre de 2016)