Las palabras verdaderas no son gratas,
Las palabras gratas no son verdaderas.
Lao zi: “El libro del Tao”
(El libro ‘Lenguaje tachado’ de Manuel Ruiz Amezcua se presenta el miércoles, 5 de octubre, en el Palacio de los Condes de Gabia (19:30 h). Con tal motivo recuperamos este artículo que le dedicara Blas López Ávila, que le presentará en dicho acto).
Sólo el azar hizo posible que llegara hasta mis manos, no hace demasiado tiempo, una antología poética -“Del lado de la vida”- de Manuel Ruiz Amezcua, prologada por Muñoz Molina y editada por la prestigiosa editorial Galaxia Gutemberg. Interesado con la lectura del libro, me propuse indagar sobre el autor –poseía escasas referencias de él- y no tardé en hacerme con su recién estrenado poemario “Palabras clandestinas”. Había que dar un paso más: preguntar, indagar, conocer. Así hasta dar con la obra “Singularidad en la poesía de Manuel Ruiz Amezcua” editada por Comares; prologada, revisada y aumentada por José María Ballcells, catedrático de la Universidad de León. He de confesar que lo primero que me llamó la atención de su obra poética fue su rebeldía, su compromiso irreductible con la palabra, con el ser humano (vivo o muerto) y con la sociedad que le ha tocado vivir. Hasta tal punto esto es así que pronto en mis anotaciones de lectura calificaba su poesía como una lírica bronca. Me mantengo en esa primera intuición, tan poco académica como quizás efectiva, y que, aunque no sea este el lugar, creo que tiene sus causas. Entre ellas, y no de menor importancia, el desvalimiento del hombre, del poeta, que sabe del sufrimiento, de lo duro que puede resultar el oficio de vivir tan ligado al oficio de escribir.
Pero ha sido la publicación de “Lenguaje tachado”, en su última edición – nuevamente en Galaxia Gutemberg- el que me ha dado las suficientes claves para entender mejor al hombre y su obra. El libro recoge todas las prosas del autor desde sus inicios hasta el momento actual: estudios, conferencias, presentaciones…Estamos, a mi juicio, ante un libro inmenso, que no exhaustivo.
Transitar por las páginas de “Lenguaje tachado” es adentrarse en un refrescante oasis en medio del infernal desierto, que no es otro que el del panorama cultural del momento. Desde una mente privilegiadamente lúcida, instalado en la mejor tradición de los intelectuales de la primera mitad del siglo anterior, su labor de desenmascaramiento –de tanta zafiedad, de tanta banalidad- no sólo se extiende al mundo literario sino a los distintos estamentos de la sociedad civil. Siente en propia carne la frase que Antonio Gamoneda pronunció en su discurso de recogida del premio Cervantes: “Hablar desde el interior de la pobreza no es lo mismo que solidarizarse con ella”. Por eso jamás aparecerá como neutral (equidistante, que dirían hoy los biempensantes y progres): “Lo neutral no tiene explicación en lo humano, a no ser que se sea banquero y suizo. Ser neutral es inhumano”. Y por eso también generará animadversiones de los “hunos” y los otros en el lenguaje de la ESO y que él mismo denuncia.
“Lenguaje tachado” nos ofrece la mirada crítica de un heterodoxo impenitente, de un rebelde irreductible, no en el sentido romántico del término –que también-, sino que, consciente del devenir de una sociedad que camina hacia la nada, no está dispuesto a transigir con las mentiras y medias verdades que el poder, los poderes, quieren hacer tragar a esta anestesiada sociedad instalada en la comodidad y el hedonismo más ramplón.: “La rebelión es el acto del hombre informado que posee conciencia de sus derechos. Es lo contrario del resentimiento”. Y todo ello tamizado por un humanismo trascendental producto del valor que concede a la tradición –que no al tradicionalismo- y, en cierta medida, al mundo clásico. Su honestidad personal le lleva no a buscar la verdad sino, en todo caso, las verdades; siempre tomando como punto de partida la duda. Recurriendo a la cita de Karl Marx, con raíces heracliteas sabe que “todo está preñado de su contrario”. Sabe que la trascendencia y la universalidad del ser humano están en la palabra, que dota al individuo de la capacidad de ser lo que es, no otra cosa. De ahí que su mirada permanezca siempre atenta a quien tiene algo que decir, sea Lorca o Juanillo, el granuja. De ahí también su grandeza.
Irónico en ocasiones, mordaz en otras y dueño de todos los recursos de la lengua; su prosa, limpia, rotunda, se ve salpicada, en contadas ocasiones, de expresiones o giros del lenguaje coloquial con el propósito de enfatizar una idea. Ante el desgaste mendaz y torticero de las palabras, el autor parece limpiarlas de esa herrumbre para devolverlas a su significado virginal. Por lo demás, el libro aparece plagado de citas – sólo el inicio de cada capítulo incorpora una- producto de la vasta cultura del autor y de su capacidad de reflexión, que jamás buscará la disensión o el asentimiento de sus lectores sino hacernos más libres, más humanos, en una España plagada de hipócritas y palmeros.