El 14 de diciembre quedé por la mañana en la casa de Encarnita Guerrero López, una maestra jubilada que nació en Jérez del Marquesado y que ha ejercido la docencia en Granada. La conozco desde hace varios años y con cierta frecuencia nos cruzamos en la calle. Varias veces me había dicho de enseñarme la colección de muñecas que tiene, pero por diversos motivos lo fuimos posponiendo. En 2008 publicó el libro ‘La memoria revivida. Juegos y recuerdos’, editado por la Copistería Serrano, y me lo regaló en 2009. En la dedicatoria pone: ‘A mis hijos, Marinieves y Antonio, que cuando eran pequeños y les contaba algunas aventuras de mi infancia, me llamaban ‘Antonita la Fantástica’. Y en los agradecimientos cita a su marido, Antonio Vallecillos, a su hija y a una larga serie de amigos que con gran ilusión han recordado y recopilado muchísimos juegos y canciones de nuestra infancia… A las madres jóvenes de Jérez que han participado. A los que con gran generosidad han buscado fotos en su baúles, y en general, a todos a los que he recurrido para que me contaran algo de esos años y lo han hecho con mucho cariño. Gracias a todos.
Copio también este párrafo de la contraportada del libro, y entonces nos haremos una idea de cómo es Encarnita: No sé cómo puede vivir quien no lleve a flor del alma los recuerdos de su niñez. Esto lo escribía Unamuno y lo recordaba el cronista Juan Bustos, en un artículo publicado en el periódico Ideal, a propósito de la fiebre por los ‘revival’ provocada por la vuelta de la célebre Mariquita Pérez. Pues bien, en torno a este fetiche iconográfico, voy a intentar recordar mis juegos, mis juguetes y mis vivencias de infancia, como si se tratara de uno de estos juegos: la Ruleta, pero al revés.
En ‘La memoria revivida’ vienen fotos antiguas de Jérez, con paisajes, personajes y oficios de aquella época, otro capítulo lo dedica a fotos y a libros de la escuela. El capítulo 5, habla de una selección de juguetes y toda una serie interminable de juegos infantiles, de los años cincuenta y sesenta, así como de las canciones que los niños cantaban en la escuela. El capítulo 6 está dedicado al avión norteamericano, que se estrelló en la Sierra de Jérez, en la falda del Picón, el 9 de marzo de 1960, donde por esas casualidades no hubo que lamentar víctimas, pero los jerezanos se destacaron por su valor al rescatar a los heridos, pues con apenas medios, los bajaron por las laderas de nieve. Después del rescate, Encarnita nos recuerda: «La gente salió a recibirlos a la carretera, a lo ‘Bienvenido Mister Marshall’, como en la película de Berlanga. Pero en este caso los americanos no pasaron de largo. Venían en el pesado helicóptero que se había llevado del pueblo a los atrapados en la nieve durante el invierno. Bajaron y recorrieron las calles del pueblo, saludando a unos y otros, respondiendo a los aplausos. Y luego agasajaron a los vecinos con un banquete con aperitivos extraños…»
Decir que el embajador de los Estados Unidos, en España, vino a Jérez y se paseó por sus calles para dar las gracias a los jerezanos por su generosa ayuda en el rescate, ya que contribuyeron a que se salvara toda la tripulación del avión. También menciona la coronación de la Patrona La Tizná, en septiembre de 1965, a la que los jerezanos le tienen una gran devoción. El libro finaliza así: Y don José María –el párroco– echaba el resto, tirando de repertorio, conjurando con su palabrería todos los resortes de su sermonería barroca, hasta provocar como nunca el éxtasis en la muchedumbre enardecida que llenaba la plaza y las calles, enarbolando banderas y pañuelos blancos.
Volviendo al principio, Encarnita me llevó a su Casa de las Muñecas y, cuando entré, tuve la impresión de estar en el País de las Maravillas. Nunca había visto cosa igual: el comedor y una habitación llenos completamente de muñecas, utensilios, casitas, encajes, vestidos y toda clase de muebles infantiles… En la habitación no cogía un alfiler y eché una foto desde la puerta: a la izquierda hay tres estanterías llenas de muñecas pequeñas y grandes, con maletines y estuches, y al lado de la ventana hay dos mapamundis, de los años sesenta, que pertenecieron al Colegio de la Presentación de Guadix. Algunas de las muñecas son Mariquitas Pérez, que salieron en los años cuarenta. Junto a la pared del fondo hay dos pupitres antiguos, de diferente tamaño, con lapiceros, tinteros y plumines, donde varias muñecas con gorros están sentadas. En el rincón hay un bebé en el tacataca y al lado una muñeca con un cochecito de bebé. Algunas muñecas son alemanas, del siglo XVIII, y otras son francesas, lo que da idea de su valor, junto a estuches de tazas de café. La mayoría de los juguetes y utensilios, Encarnita los ha comprado en las tiendas de antigüedades. Al lado de la puerta hay varias estanterías y, de la pared, cuelgan varios maletines de la escuela, de los años sesenta. En el suelo destacan dos caballos de cartón, de los que usaban en los estudios fotográficos para retratar a los niños. En otro estante destaca la cocina, con su horno y un panel con sartenes y cacharros. Al lado hay también dos pequeñas cocinas, con varios fuegos, de las primeras de butano. En un rincón un muñeco oficia la misa, en el altar, “son hostias de verdad, que recorté” –me dice Encarnita–, y alrededor hay niños y niñas, vestidos de primera comunión.
A continuación pasamos al comedor, aquí Encarnita abre un armario y me va enseñando toda clase de ropa, que ella misma ha confeccionado, para sus mil y una muñecas. Me enseña trajecillos de niño, pololos (bragas antiguas) de mujer, sayas, una chaquetilla como la que llevaron los infantes en la boda del rey Felipe VI, vestidos con encajes y muchos gorros para sus quecas. También me muestra cajas y maletines, con encajes y pañuelos, varios paraguas del siglo XIX, de los que llevaban las señoritas (nobles) de la clase alta, un maletín de la escuela, con dibujos dorados, de los años cincuenta y un sinfín de objetos. Junto al balcón, dos muñecas grandes están sentadas en una mecedora y en un sillón y, encima de una estantería, tiene varios maniquís pequeños, adornados con chaquetillas y vestidos de mujer.
En la pared derecha del comedor hay una casita de juguete, de tres plantas, con sus ventanas y balcones enrejados, que se los hicieron en el Albayzín. Por dentro, las habitaciones están completamente amuebladas, con muñequitas y hasta con lámparas. Una preciosidad. Al lado, en las estanterías repletas, hay tebeos antiguos y dibujos con muñecas recortables, recuerdo que se vendían en los años cincuenta. Enfrente destacan varios estantes, con toda clase de cacharros de cocina. Más allá se ven libros de la escuela, de principios del siglo XX y de los años cincuenta y sesenta, como la Enciclopedia Álvarez, el Catón y de ediciones facsímiles. A un lado hay dos bustos: de un chino y un africano, que eran las huchas que antiguamente los curas les daban a los niños para que pidieran por la calle, en el Día del Dómund (para las misiones).
Debajo de la estantería se ve una foto del maestro de Jérez del Marquesado, rodeado de niños, algunos sentados en el suelo. Es de los años cincuenta, cuando todavía no había escuela en el pueblo. Al lado aparece una muñeca vestida con el uniforme de la Presentación de Guadix. En el suelo hay dos muñecas, sentadas en un baúl pequeño y, encima de una mesa, se ven muchas figurillas vestidas con los trajes regionales. En otra estantería destacan tiovivos, un muñeco alemán y una caja con un tren de la marca Rico, un Pinocho fabricado en Londres y la famosa caja de Juegos Reunidos. Señalar que sólo he descrito lo principal y que, en Jérez, Encarnita tiene más muñecas y juguetes. Me dice que a su hija Marinieves le gusta la colección y será la que cuide de ella. Cuando se lo comento, Encarnita me responde que no quiere hacer ninguna exposición en Granada, y ella misma es la que borda y hace los vestidos, sayas y gorros de sus muñecas. Me cuenta que hay compañeros y amigos que han visto su colección y han derramado lágrimas, pues se han criado con estos juguetes. Es un mundo mágico y fantástico el de Encarnita, y las imágenes hablan por sí solas.
Texto y fotos: Leandro García Casanova
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