Lo malo que tienen los viajes (al igual que la vida) es que antes o después se terminan. A veces duran unos días, tal vez unos meses, pero muy pocos una década como es el caso del periplo en bicicleta del granadino Salva Rodríguez que, durante casi diez años (del 24 de enero de 2006 a mediados de agosto de 2015), ha estado dando la vuelta al mundo en bicicleta, que, además, del enriquecimiento vital, una buena colección de amigos, una pareja, podrá contar siempre una experiencia que no se llevará el olvido pues ha quedado reflejada en cuatro libros. Publicaciones que seguro servirán de acicate a otros aventureros que como él un día decidan hacer un alto en su vida y hacer lo que realmente les gusta. Su tetralogía se cierra con ‘Un viaje de cuento: Europa’ que acaba de salir de imprenta y que presentará en la Biblioteca de Andalucía, el jueves, 22 de diciembre, donde compartirá mesa con el expedicionario ártico, himalayista y escritor, Javier Campos (19.30 horas).
– ‘Un viaje de cuento: Europa’ es tu cuarto libro de tu vuelta al mundo en bicicleta, pero el primero que ha escrito una vez concluido ¿van a notar los lectores esa diferencia?
– Sí, por supuesto. Es el único libro al que he querido dar un considerable tiempo de distancia antes de escribirlo, y no partir del propio viaje por Europa, último continente, sino desde una visión retrospectiva, cuando ya estaba instalado en Granada y llevaba seis meses «reinsertado» en la sociedad. Hay en el libro una alternancia entre el tiempo presente, los meses de invierno y de primavera por Europa, e igualmente entre el joven e inocente Salva que salía de Granada y el Salva que regresa, no tan joven y no tan inocente. Creo que esa mirada a los grandes cambios interiores que producen un largo viaje, a las circunstancias finales, era también una deuda con los lectores de los otros tres libros, más centrados en las aventuras vividas.
– ¿Por qué le ha defraudado tanto Europa?
– Porque el olvido nos hace ingenuos, y la ingenuidad no tiene vacuna. Yo llevaba 9 años sin pisar Europa y sólo recordaba sus luces; tenía además la esperanza de que el invierno y la estampa de un ciclista solitario expuesto al frío abriese puertas y corazones de los europeos, pero sólo encontré indiferencia. Durante 9 años el mundo había sido mi familia, en África, en Asia y en América; desde ese punto de vista, no esperaba disfrutar de la riqueza material y del desarrollo en Europa, sino nuevos amigos, conversaciones, hospitalidad. Me había acostumbrado a unos valores que ya no existen en una Europa subdesarrollada humanamente, como bien ha descrito Javier Nart en el prólogo; una Europa donde tampoco existen viajeros, sino turistas.
– ¿Qué resaltaría de cada uno de los continentes recorridos sobre dos ruedas?
– De África, su universo mágico, su generosidad extrema y la alegría de la gente para afrontar el día a día; su actitud vital es una bofetada que pone en su sitio mucha de la apatía occidental. De Asia, la diversidad; la maravilla de recorrer un continente donde cada mes aparece una raza diferente, comidas nuevas, paisajes, lenguas, religiones…, rezuma exotismo. De América -de la América latina-, su acertado respeto y conservación de valores tradicionales como la solidaridad, la justicia, la palabra dada, sin dejar de estar presente en un mundo nuevo, y su actitud abierta hacia la celebración de cada día; siempre hay una excusa para un brindis, para una felicitación; es una cultura que rezuma positivismo. Y de Europa, en lugar de lamentar nuestra indiferencia al prójimo, resaltaría cierto espíritu todavía minoritario que se ha dado cuenta de que vivimos para trabajar y que quiere darle la vuelta a la tortilla: necesitar menos para trabajar menos y vivir más.
– ¿De los países europeos por los que ha pasado con que se queda? ¿Cuáles son los rincones que merece la pena visitar?
– Puede parecer un tópico, pero Suiza es una apuesta segura; un país bellísimo donde en invierno se puede acampar libremente sin problemas. Sobre rincones…, pues como todo el mundo conoce Viena y Praga, yo abogaría por Lodz, una sorprendente ciudad polaca que conserva cientos de edificios y fábricas del boom textil del siglo XIX; me transportó a otra era. Y también en Polonia algo sorprendente: dos ríos que se cruzan, el Welba y el Nielba.
– Habiendo visitado 13 países europeos considera que la idea de Europa es una realidad o una utopía.
– Hay una homogeneidad obvia en Centroeuropa, donde sólo te das cuenta de que cruzas de un país a otro, por ejemplo de Francia a Bélgica, porque cambian las matrículas de los coches. Y también hay cierta homogeneidad en la antigua Europa del Este. Pero ambas zonas, y luego el norte, son muy diferentes entre sí. La sensación no es optimista, en mi caso; creo que es una utopía que se sustenta por la fortaleza económica y que si alguna crisis llega a mayores se derrumbaría el castillo de naipes.
– ¿Por qué recomendaría, especialmente a los jóvenes, que viajen por las rutas alejadas de los tours operadores?
– Por supuesto. Viajar y hacer turismo son dos actividades diametralmente distintas.Viajar es dialogar con quien piensa diferente, es hacer tuyas costumbres ajenas, descubrir que la razón del “otro” te hace pensar y cuestionarte; es dormir en el suelo, comer con las manos, mancharse, transformarse, cambiar para siempre los ojos con los que ves la vida. Y eso, con un tour operador es imposible.
– ¿Le ha faltado algún país o rincón para cumplir el sueño por el que un día decidió dejarlo todo para viajar y ver mundo?
– Sí. Me he quedado con las ganas de llegar en invierno a Cabo Norte, en Noruega. No conseguí adaptarme a mi propio continente y a la indiferencia de la gente, y eso me impidió continuar el pedaleo más al norte de Lituania. En otro extremo, no conseguí cruzar la selva del Darién en Panamá. Pero creo que un par de derrotas en casi una década por el mundo, con todo lo que he vivido, son perfectamente asumibles.
– ¿Qué se pierden los turistas que viajan en otros medios de transporte respecto a los que como tu lo hacen en bicicleta?
– El contacto con la gente, inmediato y sin barreras; un ciclista provoca curiosidad. También la exposición a los elementos, sean fríos extremos o calor sofocante o lluvia monzónica, lo cual te endurece. Y en tercer lugar la libertad, sentir que llevas la casa a cuestas y que tienes todo el mundo por delante es una experiencia maravillosa que sólo se puede resumir en esa palabra: libertad.
– ¿En que consiste su proyecto ‘La vuelta al mundo en bicicleta en concierto ‘?
– «Mil músicas y una bicicleta» va a ser una presentación del viaje con la Orquesta Ciudad de Granada, el 12 de febrero próximo; una combinación insólita de músicas del mundo con fotografías y narraciones intercaladas. La verdad, es un concierto que no se ha hecho antes, una vuelta al mundo contada junto a una orquesta, y para mí va a ser un privilegio inmenso, una satisfacción enorme con la que cerrar este círculo de una década de mi vida: la aventura del viaje y la aventura literaria. Creo que tanto los músicos como el director y yo estamos muy ilusionados con este concierto.
– ¿Desea añadir algo más?
– Agradecerte a ti, Antonio, el seguimiento que has tenido de mi viaje y que has tenido a bien compartir con los granadinos a través de las diferentes entrevistas en Ideal. Y a los lectores de mis libros, cuyo boca a boca es muchísimo más satisfactorio que cualquier promoción televisiva.
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