Leyendo el diario IDEAL del jueves, día 19, veo en portada, que se cumplen 25 años de la clausura en la Alpujarra de la última centralita de teléfonos que funcionaba en España. Me he puesto a recordar aquellos años en los que Salobreña disponía de la mejor centralita de teléfonos de la provincia y por supuesto con la más eficiente telefonista que podía haber, Conchita.
En los primeros años de la telefonía, hubo un personaje que se destacó por la importancia que su trabajo tenía para que las personas pudieran comunicarse, como se decía en aquellos tiempos, a través de hilos; hablamos de la telefonista. Ella era la encargada de recibir las llamadas entrantes y comunicar a la gente desde su central manual mediante la inserción de clavijas en el clavijero que tenía asignado o, más tarde, pulsando teclas si se trataba de las llamadas centrales electrónicas. La centralita de teléfonos, estaba justo debajo del Paseo de las Flores y por encima de la calle Antequera, luego, podías acceder por ambas entradas. Aquella salita tan bien iluminada y con esa ventanilla, que tenías que agacharte para que pudieran verte y oírte, respiraba ese aire de decadencia y antiguo que tanto me atraían.
La labor que llevaba a cabo Conchita era impagable, pues nunca supe si cobraba de la Compañía Telefónica de España, del Ayuntamiento, de la Hermandad de Labradores, o de los propios usuarios; el caso es que desempeñaba algo tan maravilloso como llevar el mensaje, la conversación o el recado como se decía entonces a todas partes. Raro era el día que no descolgabas el auricular y escuchabas… dime Laura! Con quien quieres hablar, y le contestabas… soy el hijo de Laura y quiero ver si mi tío Modesto está en la calle Cristo, cómo lo hacía no supe bien el cómo, pero en un minuto te daba la respuesta… está en la puerta del estanco hablando con María, la Estanquera!! Tiempo después supe que llamaba al bar de Eduardo, el Cuco o al Estanco y así averiguaba el paradero de mi tío.
Conchita era telefonista, pero realizaba labores de confesor, ayudante de cámara, santoral, misas, defunciones y por supuesto sabía el paradero y costumbres de la mayoría de la gente del pueblo. En el momento que oías doblar las campanas, descolgabas el auricular y preguntabas quién había muerto, al instante sabías el nombre, parentesco y apodo del difunto, así como la hora del sepelio y misa. Si alguna vez tenías que hacer una llamada larga, a Barcelona o Madrid, siempre había demora y tenías que esperar más de media hora el poder conectar con tu interlocutor, que en este caso era difícil de localizar. Las interferencias eran diarias y más de una vez tenías que hablar con varias personas al mismo tiempo, pues se enteraban de todas tus cuitas. Alguien dijo: “Como invento el teléfono es extraordinario, pero ¿para qué podrá servir?” Ahora que ya no hay centralitas ni telefonistas, vayan estas líneas de homenaje a nuestra querida Conchita, por esos años que nos hizo pasar de buen servicio y buena comunicación.
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