Massimo Recalcati, en un libro interesante publicado hace poco tiempo en español (La hora de clase. Por una erótica de la enseñanza), desde su posición de psicoanalista, describe críticamente algunos de los cambios que, de modo imperceptible, se han ido operando en la educación y la sociedad, especialmente los que han afectado a los alumnos, familias y al papel del docente en el aula. En particular destaca cómo el “pacto generacional”, que vinculaba a las familias con la educación, ha quedado roto, y ya no trabajan juntos en la educación de los jóvenes.
En una entrevista a la prensa Recalcati señala que esto representa un cambio inaudito: los padres y madres, en lugar de apoyar el trabajo de los profesores, se han convertido en “sindicalistas de sus propios hijos”. En España acabamos de vivir el pasado noviembre la triste experiencia de la convocatoria de una huelga de deberes, por la que los padres agrupados en CEAPA (Confederación de asociaciones de padres y madres de la enseñanza pública) han apoyado que sus hijos desobedezcan a sus profesores, si les ponen algunos deberes. Al margen de la cuestión de si es adecuado o no poner deberes (y cuántos), es todo un punto álgido e imagen de que los tiempos han cambiado definitivamente con esta manifestación pública de enfrentamiento institucional entre familias y escuela, que marca un antes y un después en la relación de las familias con la institución escolar.
Además, de modo paralelo, estamos ante lo que Recalcati llama, desde una mirada psicoanalítica, la “era del debilitamiento de toda autoridad simbólica”. Desde otra, más sociológica y profunda, François Dubet ha hablado del ocaso del modelo institucional, cuando ya no es posible actuar bajo la cobertura que proporcionaba la institución (escuela para docentes u hospital para médicos o enfermeras). Ahora cada uno tiene que ganarse el reconocimiento personalmente en el propio contexto de trabajo, porque la institución ya no se lo proporciona. Naturalmente esto es sentido o vivido como una falta de reconocimiento social. Pero si va unido inevitablemente a la crisis de la modernidad, Recalcati y Dubet están de acuerdo en que no cabe añorar el pasado, ni tampoco soluciones simplistas (como si una “ley de autoridad” pudiera restablecer lo que está roto), sino buscar vías de salida más complejas, acordes con nuestra situación.
¿Qué papel le queda al profesorado en una sociedad que ha vivido el colapso de toda referencia de autoridad, que deja solo al docente y que, con la desintegración del pacto generacional, los enfrenta a una alianza, hasta hace veinte años impensable, entre alumnos y padres y madres? |
¿Qué papel le queda al profesorado en una sociedad que ha vivido el colapso de toda referencia de autoridad, que deja solo al docente y que, con la desintegración del pacto generacional, los enfrenta a una alianza, hasta hace veinte años impensable, entre alumnos y padres y madres?. Recalcati reivindica (subtítulo de su libro) el papel del maestro que sabe ganarse la clase a través del poder erótico de la palabra que es capaz de vivificar en los alumnos, abriéndolos a nuevos mundos. “Cuando un profesor entra en el aula (o cuando un padre toma la palabra en la familia), debe ganarse una y otra vez el silencio que honra su palabra, no pudiendo apoyarse ya en la fuerza de la tradición –que entretanto se ha desmigajado–, sino apelando únicamente a la fuerza de sus actos”, señala en su libro.
¿Y qué papel a la escuela? –“La tesis principal de este libro es que lo que perdura de la Escuela es el papel insustituible del enseñante. Función que consiste en abrir al sujeto a la cultura como lugar de ‘humanización de la vida’, la de hacer posible el encuentro con la dimensión erótica del conocimiento”. Se trata de reivindicar la figura del docente que despierta en el alumno la pasión por el conocimiento. Una hora de clase pueda salvar una vida, al abrirla a un mundo nuevo, el mundo de la cultura.
En efecto, solemos tener experiencias propias o de colegas, que se enamoraron de una disciplina, de un saber, incluso del fracaso escolar, por el poder del docente en hacerle lograr establecer una relación con el saber. Ese amor que describía Camus en su autobiografía (El primer hombre) que logró despertarle en Primaria su maestro Germain o, más recientemente, Daniel Pennac en su libro (Mal de escuela). Pero me temo que la perspectiva psicoanalítica (de Lacan y J.A. Miller) silencia otra cara sociológica del problema. Las soluciones tienen que ir por recomponer de manera más compartida, colectiva o comunitaria el ejercicio profesional. Contra las referidas tendencias sociológicas, es a nivel local, en cada centro, Consejo Escolar, AMPA, etc. donde se juega la relación. Dado que sin su concurso poco lejos se puede ir, es preciso recomponer las alianzas entre familias y escuela. Muchos centros y direcciones escolares así lo hacen y han comprendido.
Publicado en “Escuela”, febrero 2017
(*) Antonio Bolívar es catedrático de Didáctica y Organización Escolar Universidad de Granada
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