Antonio Luis Gallardo: «Mañana de sábado lluvioso»

Qué bonito es mirar a través de la ventana y ver la lluvia resbalar en hilillos por los cristales, la Torre de la Vela, la Iglesia de San Nicolás y la de San Cristóbal asoman entre brumas. Mi mujer teje una bufanda color azul para Marcos y suenan canciones antiguas de Serrat que me trasladan años, muchos diría yo cuando oía diariamente sus casetes una y cien veces en aquel desvencijado aparato que me trajo mi cuñado Eduardo cuando hacía la mili en Ceuta.

Este agua me encanta como cae, pues siempre recuerdo la expresión de mi padre ‘agua calaera‘ muy buena para las patatas y para todo el campo. El panadero José, esta mañana ha llegado muy contento, pues dice que en su pueblo Alfacar ha estado lloviendo toda la noche y que él puede realizar el reparto perfectamente. Hoy pegan migas de harina, con bacalao, pimientos fritos, boquerones y todo aquello que quiera uno añadir, pues me gustan tanto que le añadiría cualquier cosa.

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Cuando llueve así lentamente, casi como sin querer, pero al mismo tiempo sin parar, parece que el cielo quisiera purificar no solo la atmósfera, ya cargada de contaminación si no todo aquello que nos hace ser más frágiles y vulnerables.

Esa agua debiera hacer que no perdiesen siempre los mismos, que no mueran niños de hambre, que la enfermedad y la tristeza no salpicara siempre a los desheredados, que ganara el mejor y que la fuerza no fuera la razón. Que todo fuera como está mandado y que nadie mandara.

Ahora, a mis años todo fluye con la misma rapidez de los tragos que tomaba en mi adolescencia y que tan mal me sentaban, de esas noches de juerga y estudio, una prórroga efímera de mi juventud pasada, es cierto, la lluvia siempre me embriaga el cuerpo como un recuerdo perenne de los azotes del tiempo, que algunas noches te castigan, y otras, como esta noche lluviosa, te premian.

La lluvia cuenta mientras cae, si alguien quiere escuchar, lo que vio cuando la ciudad duerme. Me dijo que al espiar por las ventanas encontró gente como yo, unos cuantos rebeldes, sinvergüenzas, soñadores furtivos recorriendo la ciudad. Gente que le sonríe a los árboles y tararea las melodías de los colibríes, gente que no ahuyenta a los gatos callejeros, gente que está dispuesta a luchar por todo aquello que anhela y desea.

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La lluvia sabe que incluso en las grandes y ruidosas ciudades hay gente que quiere escuchar lo que la lluvia quiere contar. Solamente hace falta tener oídos y eso sí, mucho sentimiento para dejarte llevar por esas gotas y que te transporten a todo aquello que realmente deseas.

No es exagerado decir que ‘huele a lluvia‘, no sé si es la tierra mojada, la hierba o el vaho que sale ya de la boca de las personas que caminan, unos apresuradamente para resguarecerse y otros con parsimonia, casi queriendo empaparse de ese agua purificadora que tanta falta hace, que tanto ansiamos.

Sentir la lluvia en tu rostro es vivir la vida y sentir cada gota caer en tu cara es soñar en todo lo bueno que te puede pasar a cada paso que das, la lluvia trae esperanza no la rechaces, en este mundo complicado, convulso y confuso que te ha tocado vivir, camina bajo la lluvia y vas a sentir todo lo bueno que la vida te regala. Como dice Serrat… “Se va la tarde y me deja la queja que mañana será vieja de una balada en otoño«.

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