Hace poco leí la jocosa anécdota, que unos ingleses desembarcaron en el puerto de Hong Kong y vieron a un estibador sonarse la nariz con los dedos de la mano y luego sacudirlos hacia el piso para después aplastarlos con su pie. Los ingleses le reprocharon su «mala conducta» y le espetaron que era «un grosero maleducado», a lo que el chino, en un acto de gran sabiduría les contestó: «para ti yo seré cochino, pero tú guardas tu moco en tu bolsillo» de esta manera el chino les hizo ver que todo es cuestión de costumbres, concepciones culturales y paradigmas, vaya que todo es relativo.
Las costumbres, que tengan que ver con la caballerosidad son anticuadas, o son hechas porque alguien dijo que están bien y a las mujeres les dijeron que eso es caballerosidad… o sea, puros condicionamientos. Algunos actos valen la pena, siempre y cuando se haga a conciencia, como ceder la vez a las señoras, el asiento, ayudar a cruzar la calle, etc. Existen ideas, actitudes, formas de ser, de sentir y de pensar, que se mantienen a través del tiempo y se convierten en costumbres y reglas.
Un país con tan poca cultura como el nuestro y sin embargo, los que pasamos los 60 y vivíamos en un pueblo, en mi caso Salobreña, recibimos unas costumbres, modales o educación extraordinarias, hasta el punto de que aun hoy día nos extrañamos cuando alguien pone cara de no muy buenos amigos porque cedemos el asiento del autobús a un mayor o a una señora. En nuestro país, muchas costumbres se han ido perdiendo a pesar de que favorecían la convivencia; por ejemplo, saludar a las personas que se encuentran en un lugar cuando llegamos a él; por el contrario, algunas otras tienen tal fuerza y reconocimiento que se han convertido en leyes.
En casa de mi abuela Laura, donde pasé los primeros 11 años de mi vida la educación era simple, natural y nada artificial; todo fluía sin necesidad de recortes, ajustes o regañinas. Después en casa de mis padres, continuó esa educación y costumbres aprendidas de generación en generación. En la escuela de doña Nati, colegio de los Agustinos y mi posterior paso por la Universidad no hizo más que seguir poniendo en práctica todo lo aprendido anteriormente. Con los años, sí que he aprendido que no hay que ser leído, ni universitario para tener buenos modales y costumbres.
Con los años, sí que he aprendido que no hay que ser leído, ni universitario para tener buenos modales y costumbres |
Existen reglas de urbanidad y mínimo respeto para una mejor convivencia en sociedad (en ésta que nos toca vivir) y entonces no está demás aprender las reglas, digo!. Es lógico ceder el asiento a una mujer o un hombre con un niño en brazos, quien está embarazada, ancianos, un discapacitado.
Adaptarse a la situación. No parece muy educado abrir un envase de salsa con los dientes, esparcirla sobre una bandeja, tomar un alimento grasoso con las manos y mojarlo en la salsa de la bandeja. No, no parece muy elegante. Pero es la manera correcta de comer papas fritas en un local de hamburguesas. Y seguramente los adolescentes serán los campeones de la destreza en este campo. Muchas de esas normas han perdido vigencia en el país, lo que habla de cómo nos afectó el individualismo. Veo que los chicos representan cada vez más lo que se vive en la sociedad.
No todo tiempo pasado fue mejor, claro, pero seguro fue distinto. En la casa de mi niñez, no podíamos decir: »Esto no lo quiero»; había que comer lo que te servían. Había que tener los codos contra el cuerpo, sentarse limpio y bien aseado a la mesa. Había que lavarse las manos antes de sentarse, comer con la boca cerrada y manejar con destreza los cubiertos». Los mayores, ay! los mayores eran respetados en todo momento.
Gestos, modales, maneras de decirle algo al otro, imagen. Ya no se estila ponerse para cenar jazmines en el ojal, como dice la canción de María Dolores Pradera, pero los mensajes que esos gestos transmiten siguen vigentes.
Como no va a seguir vigente el comer con la boca cerrada, no escupir donde sea, respetar a los ancianos, niños y embarazadas, principalmente en transportes públicos, ahora gritamos en lugar de hablar, no saludamos ni a los vecinos que viven puerta con puerta, en fin que cada cual piense si sus modales o costumbres son las más adecuadas para su felicidad. Yo seguiré siendo siempre el mismo y echando de menos ese pañuelo blanco y limpio que cada mañana mi madre me ponía en el bolsillo para ir a la escuela.
|