Antonio Luis Gallardo: «Comiendo ombliguitos»

 

Felicidad y nostalgia es lo que siente uno al recordar ese tiempo tan maravilloso de los cinco y siete años, cuando todo estaba por descubrir y cuando el campo era tan inmenso que parecía no acabar nunca.

Esta mañana, cuando he ido a ver a mi hermano Javier, justo al pie de una palmera en la Fabriquilla había unos matorrales de ombliguitos, que me he tirado para ellos sin pensar y he cogido uno y me he puesto a chuparlo. De repente el cuerpo se me ha estremecido y ya no sé si son los recuerdos, el agrio de la planta o el pensar cuantos perros se habrán meado encima de las plantas tan vistosas y amarillas.

Yo creo que si no has comido esta planta, es como si no hubieses tenido infancia, pues todos los niños de mi época y que nos criamos en el pueblo, nos gustaba salir de la escuela o ir al campo para recoger ombliguitos y sentarnos en un ribazo para chupar ese tallo, frío y ácido que tanto nos estremecía.

No es que pasáramos penumbra, que sí que la había, si no que era algo inherente en todos los críos de esa época. Llegamos incluso a saber los sitios y lugares en donde se encontraban los más ricos y deliciosos, esos que nadie había llegado a pisar nunca, para ello tenías que salir al campo y buscar las humedades más recientes y con una cara de sol muy fuerte, los mejores estaban en la Fuente la Raja y en el Monte Hacho.

Resultaba normal, a la caída de la tarde, con buena temperatura y en los meses aun invernales el florecer tan lindas flores amarillas y que tapizaban cual alfombras el verde campo.

Luego, con el paso de los años, leí que el agrio de los ombliguitos es debido a un tal ácido oxálico que le confiere ese sabor inconfundible y que puede ser tóxico si te lo tomas en cantidad, así mismo, puede producir cálculos renales, será por eso que ahora tenga tantas piedras en el riñón.

Si en alguna ocasión te gustaba alguna niña, nada mejor que un buen ramo de ombliguitos recién cortados justo al lado del balate, pero los jodíos eran tan perecederos que al momento de cortarlos y tratar de hacer un pequeño ramo se ponían todo «chuchurríos».

Cierro los ojos y en mi mente, aparece siempre un pueblo, mi pueblo Salobreña. El refugio de mi niñez. Intento siempre el reto de describir lo que para mí fue y es ese lugar en el mundo, repleto de recuerdos y de historias que he contado muchas veces.

Recuerdos guardados a fuego en el corazón de un niño que vivió en las calles y en el campo, despojado de problemas y preocupaciones, que cada vez que llegaba el buen tiempo y florecían los ombliguitos se lanzaba raudo y veloz a probar los más ácidos antes que nadie.

¡Todo queda tan lejano ya!…..

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