Hemos tenido muchas reformas educativas, por lo que se demanda –con razón– un marco de referencia estable que pudiera establecer el añorado Pacto. Sin embargo, se suele caer menos en la cuenta, que ninguna ha tocado (y, si lo ha hecho, ha sido muy tangencialmente) eso que se ha llamado la “gramática básica” de la escuela, es decir las reglas básicas que gobiernan los tiempos, los espacios, conocimiento asignaturizado (un profesor, un grupo, una asignatura, una hora). Es una lección aprendida que sin tocar dicha gramática básica, las sucesivas leyes o cambios quedan como “olas” que pasan, que agitan fuertemente la superficie, pero el fondo permanece estable. Habrá apariencia de mucho movimiento, pero lo esencial continúa impasible. Algo de eso nos ha pasado.
Este formato escolar, heredado de la modernidad, acrecienta progresivamente sus déficits, vividos cotidianamente por alumnos y profesores. La sociedad de la información o el aprendizaje por competencias cuestionan un conocimiento dividido en asignaturas. Otros tiempos, espacios, grupos y equipos son necesarios, lejos de la homogeneidad y uniformidad que –como sueño de la igualdad– dibujó la modernidad. Ahora todo se ha vuelto más complejo, la igualdad como homogeneidad se ha trasmutado en desigualdad. En fin, una escuela para todos ya no puede ser uniformada, debe reconocer formas diferenciales de atender y personalizar los aprendizajes de cada alumno.
Lo que pretendamos que quiera ser la educación. no es independiente de los contextos organizativos en los que se lleva a cabo, más bien –al revés– nuevos diseños organizativos suelen ser condición necesaria para posibilitar los cambios curriculares deseados. Por eso, no basta declarar que el currículum es “abierto y flexible”, cuando no se crean las condiciones, “cultura escolar” y cambios organizativos que lo haga ser abierto no en el diseño, sino en las escuelas y aulas. Las nuevas tareas y demandas educativas están exigiendo espacios y tiempos flexibles, en una profunda reestructuración de las estructuras organizativas tradicionales con una versatilidad mayor. En caso contrario, las estructuras organizativas absorben o embeben las nuevas propuestas, asimilándolas a la cultura escolar establecida.
El formato disciplinar, heredado de la modernidad, parcelado en diferentes materias, fragmentado en tiempos y espacios para el aprendizaje, crecientemente se está viviendo como insuficiente. |
Dar una respuesta contextualizada y personalizar las trayectorias de formación no es posible en el marco de un grupo-clase inmutable. El lema de La Salle de “enseñar a todos como si fueran uno solo” se está convirtiendo en un grave obstáculo para llevar a cabo la educación, particularmente en Secundaria obligatoria. El formato disciplinar, heredado de la modernidad, parcelado en diferentes materias, fragmentado en tiempos y espacios para el aprendizaje, crecientemente se está viviendo como insuficiente. Seis asignaturas cada mañana, con seis discursos distintos, con media hora de recreo, algunos alumnos no lo pueden aguantar. De hecho, hasta la normativa oficial se ha visto obligada, en estos contextos más problemáticos, a romper con dicha estructura, posibilitando “enseñanza por ámbitos” (que agrupan materias y tiempos).
Ya se están multiplicando iniciativas potentes de rediseñar las estructuras de organización pedagógica y curricular. Así, han tenido amplia difusión las experiencias en los colegios de los Jesuitas de Cataluña (“Horizonte 2020”) eliminando las asignaturas, los exámenes, horarios habituales, un profesor por aula. De modo similar, la Escuela Pía o los colegios Monserrat. Más allá de estas experiencias en centros privados, el Movimiento “Escola Nova 21”, que agrupa ya a 500 escuelas, está realizando cambios organizativos en el centro y en el aula, con metodologías de trabajo globalizado interdisciplinar y una evaluación competencial. Se trata de hacer de cada escuela una organización dirigida al aprendizaje de todos los niños y niñas. Pero también hemos leído cómo Finlandia está cambiando, en lugar de asignaturas, por el trabajo por proyectos y en aulas donde los alumnos trabajen por equipos.
En fin, todas estas experiencias ponen de manifiesto la necesidad de transformar físicamente las aulas tradicionales para poder desarrollar nuevos métodos pedagógicos y mejorar la educación de los alumnos. La transformación de aula y de los tiempos y contenidos habituales se están convirtiendo en una de las piedras angulares para la renovación pedagógica. Sin tocar estos “pilares básicos” que gobiernan la escolaridad desde la modernidad, cualquier cambio renovador queda impedido por estas barreras estructurales. Por eso, como ponen de manifiesto los referidos movimientos, es preciso comenzar por ellos. Pero mucho me temo que el añorado Pacto no entre en esto.
Publicado en “Escuela”, febrero 2017
Antonio Bolívar. Catedrático de Didáctica y Organización Escolar. Universidad de Granada
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