«En Salobreña yo nací y me gusta decirlo para presumir», lo sé, sé que soy un pesado, siempre hablando de mi pueblo y sus gentes, pero si yo soy feliz de esa manera a quien tengo que dar explicaciones.
Estoy en una edad de mi vida en la que ya no tengo paciencia para algunas cosas, pero no es porque me haya vuelto chulo y arrogante, si no que he llegado a un punto en el que no quiero seguir gastando más tiempo con las cosas que no me gustan o no me interesan. No tengo paciencia para el cinismo, la crítica más despiadada, ni para las demandas de ninguna naturaleza que no conducen a nada.
He perdido las ganas de complacer a quien no le caigo bien, de amar a quienes no me aman y de sonreír a quienes no quieren sonreírme por aburridos e ineptos.
Me he vuelto malo porque alzo lo voz y no me callo ninguna injusticia, porque soy independiente, porque pago mis deudas y cuentas sin tener que pedir nada a nadie. Porque no me dejo manejar, porque no me quiebro, porque me sacudo las lágrimas y me preparo a resistir.
Mi pueblo no es culpable de la barbarie e incompetencia de sus gobernantes, acaso de la desidia y abandono en el que hemos estado tantos años, con tantas tropelías y con tantos fulleros, que a lo único que vinieron era a servirse ellos creyendo era su cortijo.
Alguien gritó una vez que no temía a la represión del estado, sino al silencio del pueblo y eso es lo que ha pasado tantos, tantísimos años en Salobreña, silencio sepulcral. Silencio por el cierre de las fábricas, silencio por la ruina de la vega, silencio por las infraestructuras, silencio por la autovía, silencio solo silencio.
Hablar de democracia y mayorías es una falsa, si todo se ha hecho de espaldas al pueblo, con puñaladas traperas, con mentiras, con engaños, después el pueblo vota y todo se legitima incluso los dineros cobrados de más. La enfermedad del ignorante es ignorar su propia ignorancia y nosotros estamos repletos de ignorantes.
Pero al principio decía lo orgulloso que me siento de haber nacido en Salobreña, decía Quevedo que ninguna cosa despierta tanto el bullicio en un pueblo como la novedad y en el mío acaban de inaugurar un parque para perros o sea un pipi-can. Ya estamos felices!
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