Blas López Ávila: «Libertad de expresión»

 

“De suerte que todo el hombre es mentira
por cualquier parte que le examinéis…”
Fco de Quevedo: “Lo sueños”

Los síntomas de la degradación ética y social a los que está llegando este acomplejado y pobre país resultan cada día más preocupantes. Es así que algunos contemplamos, con hondo desagrado, cómo cualquier paisano está dispuesto a enredarse a sopapos con sus semejantes por el motivo más nimio –ha sido noticia estos días el comportamiento de algunos padres en los campos de fútbol, en los que sus tiernas criaturas disputaban un encuentro- retrotrayéndonos en el tiempo a la España más negra de “Duelo a garrotazos” de la famosa Quinta del sordo. Y esto por no hablar de la agresividad verbal, y en no pocas ocasiones física, que en situaciones cotidianas contemplamos día tras día. Sí, la violencia parece haber encontrado en nuestra sociedad un terreno, irresponsablemente abonado por la ignorancia, para que tal tipo de interacción humana brote como flores en primavera.

Pero no crean, esto puede empeorar considerablemente, si los parámetros de convivencia siguen siendo los trazados por nuestra clase política desde hace unas décadas. En una sociedad espiritualmente yerma, socialmente desclasada y culturalmente en estado de coma profundo irreversible, esto y mucho más es posible. En una sociedad alienada con el poder –sea del tipo que sea- y el dinero, la ética desaparece; el individualismo egoísta campa a sus anchas; el raciocinio ha periclitado y eso que en su día se llamó la bondad natural del hombre ha pasado a ser una frase sin sentido, digna de ocupar un museo de fósiles.

Vienen estas consideraciones a propósito del conflicto que en estos días se ha generado entre determinadas sentencias judiciales y la publicación en redes sociales de ciertos comentarios más o menos trascendentes. Verán: considero que desde que el hombre se plantea su existencia en el mundo y su relación con él, no encuentra otra fórmula que la del empleo del término abstracto para explicar realidades que escapan al mundo material. Es así que el término abstracto se ve sometido, con frecuencia, a múltiples connotaciones que hacen de su uso un ejercicio de compleja intelectualidad. Un ejercicio, en suma, de noble raciocinio y de despliegue de notables capacidades cognitivas y, por estos mismos motivos, expuesto a su manipulación, tergiversación y uso mendaz e hipócrita del mismo. Tal ocurre con la famosa libertad de expresión, que se ha convertido así en una especie de cajón de sastre en el que caben desde el lenguaje más tabernario y rufianesco hasta la majadería más chocarrera y disparatada. Y francamente “no es eso, no es eso” que diría el filósofo y ensayista madrileño.

La libertad de expresión, que se ha convertido así en una especie de cajón de sastre en el que caben desde el lenguaje más tabernario y rufianesco hasta la majadería más chocarrera y disparatada.

Parece que apelar al sentido común –y de nuevo volveríamos a enredarnos en otro término abstracto- para discernir qué es la libertad de expresión requeriría un ejercicio de una mínima coherencia mental. Así sería muy de desear que a todo el que quisiera expresarse libremente, habría que exigirle previamente un requisito inexcusable: creer firmemente en LA LIBERTAD. Con mayúsculas, sí, tal como la concibió el más grande de todos nuestros autores, Miguel de Cervantes: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos…” Exigir que los que no creen en la libertad utilicen la libertad de expresión para destruir el bien supremo, constituye un acto tan racional como democrático. Porque difícilmente podrá considerarse como libertad de expresión todo aquello que sea utilizado para inocular odio, servir a intereses espurios, excluir, ofender o maltratar a personas, colectivos o instituciones. Difícilmente podrá considerarse libertad de expresión el eructo intelectual, por mucho que un famosete tertuliano diga públicamente, para obtener el aplauso fácil del paisanaje, digamos, poco exigente, “que las buenas formas son actitudes de derechas para no hablar del fondo de los asuntos”. Sencillamente inaceptable y le recomendaría al tal fulano que reflexionara sobre la frase de Milan Kundera (“La insoportable levedad del ser”): “Los extremos son las fronteras tras la cual termina la vida y la pasión por el extremismo en el arte y en la política es una velada ansia de muerte” .

Defendamos nuestra libertad, defendamos nuestra democracia, defendamos nuestra libertad de expresión como el vehículo contra los abusos que el poder y los poderosos ejercen tan innoble como injustamente contra los seres humanos. Sin tapujos, sin complejos, pero con toda la fuerza que la razón y los sentimientos ponen a nuestro alcance. Y pensemos que vivir en libertad es uno de los mayores logros del hombre de cualquier tiempo y de cualquier lugar. Pero que no nos den gato por liebre, que no nos confundan, los que hacen del totalitarismo su razón de ser y que sean conscientes de que siempre existiremos personas capaces de sentir la hermosísima rebeldía que nos proclama como hombres libres ajenos a cualquier ansia de poder.

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