De siempre se dijo que los viejos no mueren con la vejez, si no con el olvido y creo que igual les puede pasar a los pueblos, que la gente se olvide de ellos y lo que significa para muchos de los habitantes que nacieron y se criaron por sus calles.
Me decía un compañero y amigo de mi empresa que cuando llegaba a su tierra, él era vasco, el corazón le palpitaba con más fuerza. Y eso creo nos pasa a más de uno cuando nos asomamos, al puente del río y vemos al fondo de la carretera esta hermosura de pueblo, y contemplamos aquellos lugares que para nosotros son todo un símbolo, casi un lugar sagrado.
Los tiempos cambian el perfil de los pueblos, incluso su imagen, pero sin embargo el recuerdo es algo imborrable, algo que permanece muy adentro de uno, casi tatuado en cada rincón de nuestra alma y difícil, muy difícil de borrar.
Cada vez que hecho mano al álbum de fotos antiguas, en blanco y negro, como a mí me gustan, veo lugares, personas, recuerdos de toda una vida que marcaron mi infancia y adolescencia.
Veo los hombres labrando la tierra, las bestias volviendo del campo y allá en todo lo alto el castillo coronando el pueblo. Observo la torre de la iglesia, me detengo en el pedazo de edifico del cine Yusuf, que tantas tardes de domingo me hicieron estremecer. Más abajo la casa de Calderay, donde siempre me inflaban las cámara de camión que me regaló Espinosa, un chófer de mi tío Pepe Cervilla. Veo la casa de la aduana a la entrada del pueblo y una fila de casas que podría nombrar una a una. La arboleda del Postigo, donde tantas guerrillas hicimos con mi primo Pepe Luis.
Tiempos tranquilos, pausados, donde cada uno sabía quién era quien y donde vivía. Recuerdo de aquellas gentes maravillosas, así como la imagen de un pueblo pequeño y bonito. Tal vez sea, que la Salobreña de mi niñez no es como realmente fue sino como ahora la sueño y la seguiré soñando.
Tal vez sea bueno el volver a recordar a mi tranquilo pueblo, aquellas casas, aquellas personas, aquellas fiestas, aquella vida en general; sí ya lo sé que las campanas no resonaran como antes en mi alma y el campo ya no tiene los mismos aromas, ni el horizonte desde el peñón tiene los mismos destellos que tenía en mi infancia, pues con el tiempo las ilusiones y sueños se tiñen de diferentes colores.
Pero siempre es bueno, el poder avivar la memoria, con toda la fuerza de mis recuerdos, aquellos días en los que no contábamos los años, pues todo estaba por descubrir, por vivir.
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