El fajín que sobre la cubierta porta el último libro de Juvenal Soto (Málaga, 1954), titulado ‘Horizonte interior’ (Dauro Ed.), lo acredita como ganador del primer Premio Andalucía de la Crítica, 2017, en la categoría de Poesía, aunque curiosamente no se ciña exclusivamente a este género. Galardón que está previsto reciba en Guadix, el próximo 2 de junio, y que para el autor supone un reconocimiento a su trabajo, al tiempo que le «abruma de responsabilidad para los próximos libros». Lo presenta en la Biblioteca de Andalucía el martes, 9 de mayo, en un acto en el que estará acompañado por la presidenta de Dauro, Pilar Sánchez (20 h).
– ¿Cómo se le queda el cuerpo cuando se entera de que ha ganado el XXIII Premio Andalucía de la Crítica en el que también eran finalistas Luis García Montero, Juan Cobos Wilkins o Francisco Domene, entre otros?
– Los tres poetas que cita son excelentes y, además, con algunos de ellos me une una buena amistad y, desde luego, conozco la obra de los tres. El hecho de que el premio haya recaído sobre mi libro no significa más, según creo, que ese texto, ‘Horizonte interior’, en ese momento era quizás el más oportuno, el más adecuado a las circunstancias y al ánimo de los críticos que optaron por distinguirlo. En fin, cualquier texto premiado es hijo tanto de condiciones objetivas como subjetivas.
– En una reciente entrevista afirmaba que no volverá a escribir poesía en el sentido clásico del género, sin embargo en el libro premiado recoge siete sonetos, ¿No es una contradición?
– No sé si es una contradicción. Tal vez la contradicción esté en la génesis misma de los llamados géneros literarios. Nunca los he visto con buenos ojos, porque la línea que separa a un género de otro es tan delgada y sutil que puede romperse con suma facilidad y, además, personalmente considero que debe romperse. En cuanto a los sonetos, me siento muy bien escribiendo ese tipo de textos. Son una mezcla de matemáticas, música y poesía que me parece merecedora del esfuerzo; entre otras cosas, porque demuestra la relación entre disciplinas aparentemente muy alejadas, Y conste que digo “aparentemente”. Los grandes matemáticos y los grandes músicos siempre han sido personas que se han adentrado en lo desconocido hasta llegar a un descubrimiento. En cierta forma eso es también, al menos para mí, un soneto: una indagación hacia algo por descubrir, hacia algo
que estaba ahí y que es preciso desentrañar mediante la disciplina y el esfuerzo.
– Igualmente ha afirmado que este libro de 51 textos y 88 páginas le ha llevado dos años, suponemos que lo ha compaginado con otras actividades y creaciones literarias…
– Sí, lo he combinado con algunos artículos periodísticos -pocos, porque el género me parece que pasa por uno de sus peores momentos, como toda la prensa escrita-, algún ensayo literario, algún curso de poesía española contemporánea y muchas lecturas. Además, está mi trabajo en la dirección de las publicaciones literarias de Fundación Málaga y, por encima de todo, mi afición por viajar sin rumbo fijo, sin previsiones de lugares y tiempos. Tal vez por esto último navegar sea una de mis
pasiones predilectas.
– ¿A qué se debe esa preferencia por los títulos de sus textos en francés, inglés o y italiano: La voleuse des mots, The black book, Un bel di vedremo, The best friends, La caduta degli Dei, Ne touchez pas les rêves, Petit point,…?
– A veces resulta difícil traducir a tu propia lengua -el español en mi caso- cosas que conoces en otra lengua. La traducción es un arte imposible. Los infinitos matices de cada una de las palabras que componen un idioma son imposibles de trasladar a otro idioma. Por eso a veces prefiero respetar el idioma original, especialmente si lo conozco claro está.
– Afirma que antes de enviarlo a su editora, le pasó el original a varios amigos, a los que le dedica el libro, como es el caso de Beatrix Brunn-Schulte-Wissing, Alicia Guerreo Tolosa, Mark Aldrich, José Manuel García Agüera, Estanislao M. Orozco y Francisco López Barrios ¿quién ha sido el más crítico y el más benévolo?
– Todos los que leyeron el libro antes de que fuese entregado a la editorial me aportaron visiones interesantísimas sobre lo que había escrito. A veces, esas visiones estuvieron acompañadas de apreciaciones y correcciones igualmente importantes. No siempre les hice caso, pero, desde luego, siempre fueron extraordinariamente enriquecedoras.
– En la crítica literaria ‘Vida de un escritor y viceversa’ dedicada al libro de Gay Talese, afirma que los editores tienen derecho de pernada sobre los títulos ¿le ha ocurrido con algunas de sus publicaciones’
– Ningún título de un libro mío ha sido modificado por sus editores. Sin embargo, no puedo decir lo mismo de mis artículos periodísticos. Pasé varios años de mi vida escribiendo un artículo diario -a veces incluso dos-, y en ocasiones hubo cambios sobre lo originalmente escrito por mí. Salvo en algún caso que prefiero no recordar, esos cambios fueron acertados, porque, entre otras cosas, es muy cierto que mi paso por el articulismo de opinión no obedeció más que a un interés económico por mi parte. En la época en la que yo escribía en El País, en Cambio 16 y otros medios, los artículos se pagaban muy bien, al menos a mí me los pagaban muy bien. Tanto es así, que pasé varios años de mi vida viviendo de lo que cobraba por mis artículos periodísticos, y, por cierto, viviendo muy bien.
– En quién pensaba cuando redactaba el texto más breve del libro titulado ‘Esto sí es un epitafio’ donde escribe «Nunca supiste cuánta felicidad provoca tu ausencia»
– No pensaba en nadie en concreto y pensaba en varias personas muy concretas. Prefiero omitir sus nombres, está claro, porque sigo pensando lo mismo sobre esas personas y, al parecer, se empeñan en no necesitar aún un epitafio. Todo, sin embargo, es cuestión de tiempo.
Mi labor como crítico me ha granjeado tanto amigos como enemigos, es lógico, pero sobre todo me ha granjeado grandes oportunidades: presentar un programa como ‘Entre líneas’ en la primera cadena de TVE o ejercer la docencia en algunas universidades extranjeras, son buenos ejemplos de lo que digo. |
– Su labor como crítico ¿le ha granjeado más amigos o enemigos?
– Mi labor como crítico me ha granjeado tanto amigos como enemigos, es lógico, pero sobre todo me ha granjeado grandes oportunidades: presentar un programa como ‘Entre líneas’ en la primera cadena de TVE o ejercer la docencia en algunas universidades extranjeras son buenos ejemplos de lo que digo. También me permitió dirigir durante varios años el suplemento cultural del diario Sur, de Málaga. Ahí, en ese periódico, aprendí mucho y conviví mucho con dos cuestiones aparentemente irreconciliables: la transigencia y la intolerancia. Fui ambas cosas mientras que la dirección del periódico me lo permitió. Cuando eso dejó de ser así -coincidió con un cambio en la dirección del periódico- dejé el suplemento. No lo digo como un reproche al medio ni a ninguna persona en concreto, lo digo como el hecho constatable que es.
– ¿Desea añadir algo más?
– Hay algo que sí deseo añadir. Redactar no es escribir, en el sentido literario de la palabra; un buen redactor no tiene por qué ser un buen escritor. Lo digo por la enorme proliferación de ‘talleres’ y ‘academias’ en las que se promete enseñar a escribir cuando, en realidad, están enseñando a redactar. Quizás por eso, la literatura española última, sin distinciones de géneros, esté tan saturada de redactores como falta de escritores. Supongo que también el tiempo acabará con ese ‘fenómeno’.