Juan Chirveches: «Adenda a los acentos»

 

Nos gusta a los maestrillos, para resaltar e ilustrar la importancia del buen uso de la puntuación y de los acentos en la escritura, explicar a nuestros alumnos el cuentete en que un antañón y decimonónico militarote, no muy aficionado al uso de comas y puntos, en convulsos tiempos de guerra tuvo un gesto de clemencia y escribe una nota dirigida a sus subordinados donde se compadece de algunos prisioneros y ordena: “Perdón a los condenados no fusilen”.

Pero el sargentón que recibió la misiva, puesto que ésta venía sin puntuación alguna, y además era un brutote y algo beodo, interpretó lo siguiente: “Perdón a los condenados, no. Fusilen”. Y a aquellos desgraciados se les ejecutó de inmediato, cuando en realidad, por medio de aquella notificación, se les perdonaba la vida. Murieron como consecuencia de una coma y de un punto mal colocados o no colocados.

Los cuentos, cuentos son, como su propio nombre indica, pero sirven en muchas ocasiones para abrirnos los ojos y proporcionarnos profundas enseñanzas. Se suele morir, por lo general, debido a graves carencias de salud. Sin embargo, nuestros protagonistas murieron debido a graves carencias de comas y puntos.

Este cuentecillo, amigo Ubago, seguro que lo desconocen nuestras ilustres, que no ilustradas, autoridades. Y si lo conocen no aprovechan su enseñanza. O les da igual y además les da lo mismo… Todos tenemos, como humanos, nuestros justificables despistes; nuestras pequeñas o grandes ignorancias, claro que sí. Pero cuando, por ejemplo en el campo de la Lengua, los errores se reiteran machaconamente, o proliferan con una constancia de tórrido verano agostando el consabido código común de las reglas del idioma, que permite comunicarnos y entendernos con claridad y sencillez, entonces, estamos hablando de otra cosa. De asombrosa dejadez. De vergonzoso descuido. De supina torpeza.
No es lo mismo “estas”, “éstas” o “estás”. Como no es lo mismo “revólver” que “revolver”… Sin embargo, la incorrección ortográfica, rama puntuación y acentos, es algo terriblemente generalizado. La carencia de las tildes en palabras que debieran llevarla, escandalosa. La ausencia de comas y puntos, o su colocación en el lugar equivocado, frecuente. Y si grave es esto en las rotulaciones de los particulares, el asunto deviene intolerable cuando se trata de letreros, carteles, placas o anuncios oficiales, pagados por todos nosotros.

Si nos centramos en la literaturística ciudad de Granada, aspirante a la capitalidad cultural de Europa para el 2031; autonombrada capital mundial de la poesía debido a que se aprietan en ella unos doscientos o trescientos poetas por cada metro cuadrado, etc., encontramos que en el mismísimo zaguán de su histórico -y precioso- Ayuntamiento se anuncia con muy grandes letras, sobre una puerta por la que pasan miles de forasteros y extranjeros: “Oficina de Información Turística”. Sólo que, para oprobio municipal y local, ni “información” ni “turística” tienen colocadas las virgulillas que les correspondieran.

Precisamente en cuestión de acentos, lo más fácil de aprender por los educandos, lo más simple, es que todas las esdrújulas, y también todas las agudas terminadas en “on” llevan tilde: así “especulación”, “recalificación”, “corrupción”, “millón”, “melón”… Por el contrario, “melones” no la lleva, ni aunque el término aluda a toda una panda o banda de ellos.

La incorrección ortográfica, rama puntuación y acentos, es algo terriblemente generalizado. La carencia de las tildes en palabras que debieran llevarla, escandalosa. La ausencia de comas y puntos, o su colocación en el lugar equivocado, frecuente. Y si grave es esto en las rotulaciones de los particulares, el asunto deviene intolerable cuando se trata de letreros, carteles, placas o anuncios oficiales.

Muy sonrojante es también cuando, ya en el interior del Consistorio, subimos por la anchurosa escalera que nos lleva al Salón de Plenos. Unas enormes, llamativas, doradas letras de homenaje a la ciudad ocupan buena parte del testero, y proclaman: “Muy noble, muy leal nombrada grande, celebérrima y heróica ciudad de Granada”. Muy bien.
Sin embargo, da mucha vergüenza, propia y ajena, observar cómo de tan justo y merecido lema dedicado a nuestra histórica y literaria capital, han volado o se han subido a la gloria, o sea que no están donde debieran, las comas y los acentos correspondientes. Desaparecidos. Lo cual estropea, afea y hasta bastardea por completo tan bonita inscripción. “Celebérrima” y “heróica” no llevan sus tildes. Tampoco se han puesto las comas tras “noble” y tras “grande”. Ni nadie las reclamó. Siquiera alguno de los ochenta mil escribidores que residen en la ciudad; o tal vez la Universidad, o acaso alguna de las doctas academias locales, que a veces parecieran no tener otra misión que la de mirarse su propio ombligo. Se conoce que nadie alza la voz o presiona para que se corrijan tan primarios como monumentales dislates.

En el rellano de ese mismo lugar, un broncíneo bajorrelieve reproduce la frase que en el Quijote dirige don Alonso Quijano al granadino Álvaro Tarfe, alabando a nuestra tierra: “¡Y buena patria!”. Donde resulta que los dos signos de admiración vienen hacia arriba. ¡También el de cierre!, que colocado así semejara lanza en astillero de ignorantes. A la entrada del Violón encontramos el altísimo monumento al flamenco, que casi toca las nubes -por lo cual es recomendable llevar prismáticos para visualizarlo-, todo pedestal y faltas de ortografía en la inscripción adherida a su parte posterior. Eran de tamaña envergadura y basteza que se pensó en sustituirla. Pero en lugar de eso, astracanada sobre astracanada, se picaron los errores, se emplastaron los equivocados acentos y se le dio una mano de pintura a los errados signos de puntuación. Aunque con tal torpeza que se transparenta mucho lo que había antes. Un esperpento. Y ahí sigue. Monstruo gramatical creado por el Frankenstein de la ortografía.

J. Ch.
Publicado en el diario IDEAL. Granada, 23 de mayo de 2017

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