Nunca he escrito o comentado nada relacionado con la religión o la iglesia y quizás ahora, ya me esté arrepintiendo de hacerlo, pero la verdad, sea dicha, es imposible permanecer callado por más tiempo.
Tal vez por nacer en una familia católica, recibir educación católica y estar siete años cursando el bachillerato en un colegio religioso, siempre me he sentido atado a esa tradición no escrita de no molestar a personas con creencias e ideología distinta.
En mi pueblo, la Iglesia tenía en aquellos tiempos mucho poder e influencia. Los domingos se obligaba a la gente a ir a misa, durante la cual tenía que haber un silencio absoluto. Las mujeres en un lado y los hombres en otro. La vida religiosa en esa época era más intensa que ahora. La asistencia a las iglesias era enorme. Los niños tenían que aprender el catecismo desde pequeños. La gente que no iba a misa los domingos era mal vista y los que no podían ir se escondían para no ser vistos.
El cura en Salobreña, al igual que en todos los pueblos, era una autoridad principal que decidía la vida de los ciudadanos, llegando a tener más poder que el propio alcalde. En los años de la posguerra, la Iglesia tenía mucha rigidez hasta castigar y prohibir entrar en los bares durante la Semana Santa. En las escuelas tenían que estar presentes un crucifijo, una imagen de Franco y otra de José Antonio Primo de Rivera. Eran los inicios de la durísima posguerra, que casi fue más dura que la propia guerra.
Pero hemos llegado a nuestros días y la iglesia está de capa caída, ya no decide grandes cosas, ya no arrastra grandes masas y lo que es aún peor ya no convence.
Hace falta una iglesia comprometida, al lado del pueblo, del que sufre y padece los rigores de la escasez. Esa Iglesia que tanto predica y tanto me gusta del Papa Francisco. Un papa cercano, nuestro, que habla y dice las cosas que nos gusta oír a casi todos.
Ya va siendo hora que la iglesia se desvista de tanto oropel y clasismo, que sea nuestra y para los nuestros y por supuesto que no mande ni sea mandada.
Me viene a la memoria un chiste que contaba mi padre, referido a la capa del cura y que decía…Van los mozos de un pueblo haciendo una colecta para comprar una capa nueva para el cura y le preguntan al ateo del pueblo:
– ¿Nos da algo para la capa del cura? preguntan los mozos
– El ateo responde: 5.000 duros; pero al cura lo capo yo. Y aunque maldita la gracia que me hace ahora el chiste, yo también daría para capar a tanto hijo de mala capa.
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