Blas López Ávila: «Mantras»

“… ¿Le basta a usted con ver la cara a un chico para
suspenderlo?” Y le dice Mairena: “A veces me bas-
ta con ver la cara de su padre”
A.Machado: “Juan de Mairena”

Mal asunto cuando una sociedad vive de mantras. Esto no vendrá a significar otra cosa sino que la racionalidad y espíritu crítico, que tanto engrandecen al ser humano, habrá hecho aguas, y nos colocará en una situación de indefensión ante las ocurrencias del primer granuja de turno que esté dispuesto a conducirnos al despeñadero. Mal asunto, digo, cuyas consecuencias pueden resultar imprevisibles cuando no funestas. En una sociedad poco dispuesta, si ello requiere un mínimo esfuerzo, a salir al encuentro de la verdad –o de las verdades-, el mantra funciona.
Uno de esos mantras, que han funcionado plenamente, es el de que “tenemos la juventud mejor preparada de nuestra historia”. Si no fuera chusco, resultaría patético. El aserto, que podría ser válido para un escaso porcentaje de nuestros jóvenes –y sólo para las carreras técnicas y de ciencias-, no resiste el rigor de un mínimo análisis: alto índice de fracaso escolar – muy maquillado por la presión que ejerce la administración sobre el profesorado para aprobar a los alumnos-, alto índice de abandono escolar, elevado número de alumnos con severas dificultades para comprender un texto o resolver una mera cuestión de cálculo… En fin, ahí están los resultados de los distintos informes PISA. Si a todo ello unimos la patrimonialización que de la educación hacen los distintos partidos políticos, una concepción economicista de la misma y el desprestigio en que esos mismos partidos han hecho caer a las Humanidades, el dislate está servido. De otra manera sería difícil de comprender cómo la filosofía o las lenguas clásicas, por citar dos meros ejemplos, hayan ido extinguiéndose paulatinamente de los distintos planes de estudio. Un país que ha padecido tantos planes de estudio como gobiernos ha tenido está condenado irremediablemente al fracaso.

Un país que ha tenido tantos planes de estudio como gobiernos está condenado irremediablemente al fracaso, como también lo está un sistema en el que impera la desmotivación de profesores y alumnos.

Intentar ideologizar la educación, aunque paradójicamente la misma tenga una componente ideológica sustancial, a la vista está que no ha funcionado ni funcionará y resulta cada vez más perentorio un gran pacto de todos por una educación que cumpla con los requisitos fundamentales de hacer ciudadanos más cultos, más críticos y más libres. Porque en un sistema en el que la desmotivación de profesores y alumnos es moneda común es un sistema fracasado, y no es necesario ser un lince para observar las grandes y graves deficiencias que ofrece. A no ser que se quiera mirar hacia otro lado, que es lo que se viene haciendo sistemáticamente. Unos padres que, en no pocos casos, acuden a los centros, no con el sano y legítimo propósito de interesarse por la educación de sus hijos, sino con lo que yo llamo el complejo de usuarios; una inspección educativa que, lejos de asesorar, se dedica más al control y vigilancia de la pureza política del sistema –algunos inspectores de educación más parecen comisarios políticos que otra cosa-, con la consiguiente desautorización permanente del profesorado; una evaluación poco propicia a premiar el mérito y el esfuerzo del alumnado, y sí a crear un permanente conflicto entre los componentes de los distintos equipos educativos, son algunos de los factores que interviene en este auténtico caos educativo. Si a esto unimos la intervención de pedagogos –casi siempre con conocimientos más especulativos y empíricos que científicos, vendidos al mejor postor con demasiada frecuencia- el desorden y la confusión del sistema estarán servidos.

Afortunadamente algunas voces autorizadas empiezan a denunciar con mayor frecuencia el panorama anteriormente descrito. He tenido la fortuna de tropezarme con la entrevista que publicaba un diario nacional, el pasado día 13, y que sería de obligada lectura tanto para padres como docentes. La entrevistada es Inger Enkvist, exasesora del Ministerio de Educación sueco, experta en educación, autora de varios libros y numerosísimos artículos sobre el tema. La gran virtud de la profesora Enkvist es la utilización de la racionalidad y el sentido común como banderas de uno de sus postulados educativos: “Hay que recuperar la disciplina y la autoridad en la escuela”. No parecen los tiempos propicios como para desplegar esas velas, pero o lo hacemos ahora o entraremos en una etapa definitivamente irreversible donde nuestra mejor juventud habrá entrado ya, sin vuelta atrás, en una nueva y oscura Edad Media cultural. O asumimos ahora que no hay mayor fracaso educativo como el que un alumno promocione de curso sin las aptitudes necesarias o el daño será irreparable. Porque no hay mayor desigualdad social que una persona condenada a la ignorancia y a la degradación –laboral, moral…- que supone vivir en la indigencia cultural. Claro que, buena parte de nuestra clase política vive en ella y no se puede decir que les vaya precisamente mal. Pero que no jodan a los demás.

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