Tato Rébora, gran amigo de Juan Antonio Cruz Maculet y cómplice de numerosas experiencias vividas en La Tertulia y en otros escenarios de acá y allende los mares, daba el lunes por la tarde la voz de alarma en un grupo de Whatsapp: «Quería avisarles que Juan está en coma grave y los mantendré informados a todos los amigos comunes que yo conozco». Rápidamente mensajes de artistas, escritores, músicos, periodistas y amigos se fueron sucediendo, primero para interesarse por la evolución, y, por último, para expresar su pésame, pues a las ocho de la mañana el director de La Tertulia comunicaba la trágica noticia: «Hoy a la madrugada ha fallecido nuestro querido amigo Juan Cruz. El entierro será mañana -por el miércoles-, 9 de agosto, a las 11 de la mañana», que, aunque esperada, provocaba el lógico impacto y sacudía la memoria de quienes en un momento u otro han compartido vivencias.
De esta forma, al mismo tiempo que se iba produciendo el último eclipse lunar del año 2017, quedaba eclipsada la vida de este artista irrepetible por un maldito cáncer, acompañado por una indeseable neumonía. Juan Cruz se autodefinía en su web personal –Donjuániman– como «docto en filosofía, director de teatro, actor, entusiasta del ajedrez, dominador del lenguaje, profundo conocedor de distintos y variopintos estilos musicales: flamenco, bolero, tango, jazz, swing,…». Muchos granadinos le recordarán como su profesor del IES Ángel Ganivet, donde enseñó Filosofía y Ética entre el 1979 y 2001, al igual que otros jienenses de Villacarrillo donde fue profesor de enseñanza media a mediados de los 60. Su alumno, José J Sáenz Sourbrier, recordaba en este periódico, a mediados de abril de 2015, cómo reconvirtió la asignatura de trabajos manuales en un taller de ajedrez, la fundación de la compañía de teatro ‘Fénix’, y, la enseñanza, entre otras muchas cosas del arte de la declamación.
Para Tato, además de gran profesor de Filosofía, fue «un pensador que ostentaba un fino e implacable pensamiento crítico. Aprendimos mucho de él fuera de las aulas. Era frecuente que alumnos suyos aparecieran por la Tertulia donde le agradecían lo que habían aprendido en sus clases. “Yo no soy yo y mi cuerpo sino que mi cuerpo soy yo” decía´. Nunca confundía la información con la opinión, ni la tolerancia con el respeto». También destaca el alto conocimiento que tenía del flamenco, lo que le brindó el privilegio ser testigo de las interminables conversaciones de Juan Cruz con Enrique Morente hasta el amanecer donde buceaban en los pliegues mas ocultos del arte y el cante flamenco. Llegó a grabar tangos, boleros, son y ha sido hasta su muerte presidente de la Academia Andaluza del tango. Igualmente participó en el proyecto ‘Cultura en la educación’ dirigido a estudiantes de enseñanza media, donde les explicaba la historia del flamenco ilustrando casi todos los palos, acompañado a la guitarra por Miguel Ángel Cortés. Asimismo, fue un gran conocedor del jazz hasta el punto de que su hija Sonia le ponía al oído algunos de sus temas preferidos cuando Juan estaba ya en estado de coma, con la esperanza de estimular su inmensa conciencia.
Entre otros momentos emotivos vividos, el director de La Tertulia, recuerda que Juan Cruz en 1984 formó parte de la embajada cultural ‘De Granada a Buenos Aires un brindis por la democracia’ junto a Carlos Cano, Luis García Montero, Antonio Jiménez Millán, entre otros. «Años después viajamos nuevamente a Argentina con Enrique Morente. Fueron dos viajes inolvidables donde la presencia arrolladora de Juan Cruz dejó recuerdos imborrables que hoy se hacen eco en las redes sociales desde Buenos Aires. Fue de los primeros visitantes de La Tertulia en 1980 y su asiduidad sólo fue interrumpida por su enfermedad».
Un docente prodigiosoJOSÉ J. SÁENZ SOUBRIER Supimos cumplir nuestro deber, y recibimos una espléndida formación. Un puñado de jóvenes y entusiastas profesores hizo tal cosa posible; pero Juan Cruz destacó como el más influyente de todos, por su atrayente personalidad y su inagotable capacidad de análisis Juan Cruz Maculet fue profesor en el Instituto Nacional de Enseñanza Media de Villacarrillo desde mediados de los 60. Nosotros fuimos alumnos suyos en esa época. Impartió varias disciplinas de la rama de letras, y reconvirtió al humanismo la de ‘Trabajos manuales’ que le fue asignada de propina uno de aquellos cursos, transformándola en un taller de ajedrez. Sobresalió de manera fulgurante en fisolofía y latín, aunque se declaraba inexperto en ésta última. Quién lo hubiera dicho: de su mano tradujimos ‘La Guerra de las Galias’ a la edad de 15 años. Aquello fue una delicia. Hoy me parece una gesta, que él hizo posible aplicando una metodología original, que desafiaba con arrogante naturalidad al modelo educativo tradicional. La filosofía que se enseñaba entonces en los institutos no iba mucho más allá del idealismo de Platón, de otros pos-socráticos menores y de un asomo a la escolástica. Pero nosotros, con aquella misma naturalidad, conocimos además los rudimentos del racionalismo, del empirismo, del idealismo, del materialismo histórico, de la fenomenología, de la filosofía analítica, del existencialismo, de la lógica matemática y hasta de la filosofía del lenguaje, de manera que terminaron por resultarnos del todo familiares los nombres de Hobbes, Locke, Hume, Kant, Bentham, Hegel, Kierkegaard, Marx, Habermas, Freud, Heidegger, Whitehead, Russell, Wittgenstein, Carnap, Popper, y tantos otros. Aparte de Ferrater Mora, cuyo ‘Diccionario de Filosofía’ sigue resultando imprescindible. Juan Cruz nos abrió el entendimiento y la visión crítica de la realidad ‘dada’, y creo que todos, en mayor o menor medida, hicimos nuestras, sin saberlo, las palabras de Russell: «Mis sensaciones se asemejaban a las que se experimentan tras escalar una montaña en medio de la niebla, cuando, al llegar a la cima, la niebla se disipa súbitamente y el panorama se hace visible en cuarenta millas a la redonda». Cada año, cuando recibo a los alumnos del Practicum de la Facultad de Derecho, los animo encarecidamente a que cultiven la filosofía, como el medio más eficaz para educar el pensamiento lógico-deductivo que se espera de todo jurista.Pero la formación que recibimos de nuestro profesor fue aún más amplia. Fundó la compañía de teatro ‘Fénix’, que cada año se enriquecía con nuevos actores, elevados a la categoría de cuasi-profesionales tras un cursillo acelerado de unas pocas semanas. Nos enseñó el arte de la declamación, que tanto allanó después el camino a quienes hubimos de ejercer nuestra labor profesional haciendo uso de la palabra en público. Su labor como director de teatro fue sencillamente soberbia. Quedan en el recuerdo como piezas de una colección irrepetible, las obras ‘Ha llegado un inspector’, de Boynton Priestley; ‘En alta mar’, de Slawomir Mrozek; ‘Anillos para una dama’, de Antonio Gala; ‘El rey se muere’, de Eugène Ionesco, y muchas otras que se pierden en mi memoria. El Instituto ejercía sobre nosotros una atracción irresistible. Cuántas veces permanecimos en sus patios, fuera de las horas lectivas, conversando sobre mil cosas, transcendentales y mundanas. Cómo programábamos las inviolables horas de estudio para, después, repasar cada día las vivencias, amores y desamores de cada cual, dominados por un romanticismo de otra época que hoy se nos antoja definitivamente perdido. El infortunio de cualquiera de nosotros lo era de todo el grupo. Y éste permanece aún unido por los lazos de aquel pasado común. Supimos cumplir nuestro deber, y recibimos una espléndida formación. Un puñado de jóvenes y entusiastas profesores hizo tal cosa posible; pero Juan Cruz destacó como el más influyente de todos, por su atrayente personalidad y su inagotable capacidad de análisis. Otras muchas cosas aprendimos de él: cómo manejar unos timbales, hacia dónde lanzar un penalti, ciertas normas de protocolo y la prioridad del tenedor sobre la cuchara en caso de duda… Pequeñas cosas, que diría Serrat, pero todas imprescindibles. Miro hacia atrás y la nostalgia me invade el corazón. Hemos perdido la pista de muchos de nuestros profesores y compañeros. Otros nos dejaron ya. Pero después de cuarenta años, Juan Cruz, imbatible conversador, maestro del bolero, del tango y del ajedrez, sigue siendo el pródigo amigo que fue siempre. Este sencillo artículo, expresión de un enorme sentimiento de gratitud, responde a la inaplazable obligación de proclamar públicamente la prodigiosa labor docente de un pensador incansable, cuyas enseñanzas siguen vivas en nosotros. Memoria temporum sit grata. (*) J.C.M. desarrolló su segunda etapa docente en el Instituto Ángel Ganivet de Granada, entre los años 1979 y 2001. Allí enseñó Filosofía y Ética, y se consagró como director teatral de primer orden. Representó entre otras las siguientes obras: ‘Nupcias’, de Francisco Ruiz Ramón; ‘Los físicos’, de Friedrich Dürrenmatt; ‘Sigfrido en Stalingrado’, de Luigi Candoni; ‘Los acreedores’, de August Strindberg, y ‘Elsa Schneider’ y ‘Caleidoscopio y faros de hoy’, ambas de Segi Belbel. Estas dos últimas obras, estrenadas en el Teatro Alhambra, marcaron un hito en esta capital por la gran acogida que crítica y público les dispensaron. Es promotor del Festival Internacional de Tango de Granada, que camina por su 27.ª edición. Pero su gran pasión sigue siendo el ajedrez, en el que diariamente se mide a través de Internet con jugadores de ambos hemisferios. JOSÉ J. SÁENZ SOUBRIER. Publicado en la página 27 del diario IDEAL, del jueves, 16 de abril de 2015 |