Para Ana B. Mesas Quesada,
en cuyos cabellos se dora el otoño.
Los días de calor están llegando a su fin, el ocaso del sol cada día es más pronto en la tarde, las hojas de los árboles del Paseo comienzan a dorarse, ya pronto caducarán. Estamos asistiendo al final de lo bueno, nuestro período de vacaciones y descanso. Las frescas y concurridas noches tertulianas en el Paseo se han terminado. Los visitantes de la villa regresan a sus lugares habituales de residencia; el pueblo, paulatinamente, se va quedando mustio, callado y silenciado; ya no suena su atronadora voz veraniega, falto de bullicio y algarabía cuan árbol estéril de fruto en el período invernal acercándose a las humeantes y hollinadas chimeneas por Navidad.
Cuando llega el otoño a la villa vuelve la tranquilidad, paz y sosiego que caracteriza a nuestra localidad, villa colmada de beldad. Se vuelven a ver salir por sus calles a nuestros respetables ancianos, a las siete de la tarde, hacia la Iglesia caminan para, así poder, la Palabra de Dios escuchar. No obstante, no quiero dar una imagen de esta villa que consista en un vetusto pueblo abandonado, nada más alejado de mi intención y de la misma realidad, lo que quiero poner de manifiesto es la paz y tranquilidad que en la villa se puede gozar.
El Instituto abre sus férreas puertas para recibir a los muy queridos jóvenes del pueblo que, con ilusión y energía, van a comenzar su nuevo curso académico y su formación cívica e intelectual continuar. Ya se puede percibir el olor a recién pintado en las paredes de las aulas, pasillos y hall. En la madera de la baranda, se puede palpar su suavidad, se percibe en el ambiente la apertura de las puertas a las musas del ateneo. El claustro de profesores está ya preparado para recibir al alumnado, a las más jóvenes generaciones. En el ambiente se puede respirar, casi palpar, las brumas de octubre. Los alumnos se vuelven a encontrar, muchos amigos que por unas razones u otras han estado distantes en los meses de verano, la amistad comienza a estrecharse de nuevo. Entre los chicos y las chicas las musas del dios Cupido comienzan a aflorar como así lo definió Ovidio en “El Arte de Amar”.
Comienza el primer día de clase: nervios, impaciencia, alegría en unos casos, tristeza en otros…, son los sentimientos más comunes y normales que albergan los corazones de los alumnos, tanto los más veteranos como los más jóvenes. |
Comienza el primer día de clase: nervios, impaciencia, alegría en unos casos, tristeza en otros…, son los sentimientos más comunes y normales que albergan los corazones de los alumnos, tanto los más veteranos como los más jóvenes. Los profesores se presentan a sí mismos y, de la misma forma, presentan las asignaturas que van a impartir con sus correspondientes programas temáticos. Los alumnos están un poco extrañados, quizás porque no han comprendido totalmente la dinámica y tónica que se va a seguir en las clases, pero esa situación tiene fácil solución, puesto que todos los comienzos son difíciles con un breve tiempo de adaptación (un par de semanas son) y, ya, todo comienza a funcionar con toda normalidad. Los alumnos abren sus libros de texto por las primeras páginas, los ríos de tinta comienzan a manar de las plumas y a extenderse a través de los campos de papel en los cuadernos. El departamento de Literatura ya ha decretado cuales van a ser las lecturas obligatorias para realizarlas durante los primeros tres meses. Un río de letras y una avalancha de números es lo que se avecina como si se tratase del torrente de agua en al arroyo cuando generosamente llueve como si los cántaros del cielo se hubiesen destrozado. La sirena va anunciando el final de una clase y el comienzo de la otra. Los alumnos, debido a la falta de costumbre, terminan las primeras jornadas de clases muy cansados.
Por las tardes, las calles están casi desiertas puesto que los alumnos tienen que comenzar con fuerza los estudios y la realización de las diversas tareas que las materias requieren consumen buena parte de los caminos circulares del astrolabio del tiempo. Al término de la tarde, casi en el ocaso del sol, se pueden ver a varios jóvenes, jugando al fútbol en los distintos recintos deportivos municipales o paseando por las angostas calles y el romántico Paseo. Y tras estas pequeñas reflexiones, el azul verano se va dorando como si fuera una hogaza de pan dentro del obrador, paulatinamente, hasta convertirse en el amasado y dorado otoño.
FOTO: ‘Paseo de Caniles’ de Jesús López Moreno (Asociación Fotográfica de Caniles, AFOCA)
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Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino
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