«Latina/ en la vocal/ que se pronuncia/ con un punto encabezado.// En vertical existencia,/ mi nombre,/ se escribe con “i”,/ con “i” latina//. Soy latina hasta la médula”, este el poema número XX de la antología ‘Códices del viento’ (Ed. Artificios) que Ivonne Sánchez Barea (1955), polifacética artista neoyorquina, residente en Cájar, donde crea sus obras, bien en pintura, bien en literatura. El jueves, 9 de noviembre presenta su última obra en la Biblioteca de Andalucía (20 h) en cuyo acto le acompañarán el poeta Emilio Ballesteros, autor así mismo del prólogo, y su editora, Ana Morilla. La nota musical la pondrá Inés Musso, con su flauta. Para este poemario que abarca 33 años, de 1984 hasta este año, ha seleccionado ochenta y ocho poemas, algunos publicados en la década de los 80 y 90 y otros en el siglo XXI, que «entretejen los tiempos pasados con los presentes, la vida con la muerte, silencios, mudos espacios trazados con palabras». Volverá a presentarlo el 11 de noviembre, a las siete de la tarde, en la Casa Museo de Federico García Lorca, en Valderrubio, donde compartirá mesa con Francisco Vaquero.
Ivonne vive a escasos 30 metros del ayuntamiento cajareño en una casa con una fachada decorada por ella misma en la que igualmente se puede leer «El silencio se hace palabra. Un sagrado misterio deja su soplo». Aquí nos recibe, junto con sus gatos Rey, Chía y Zar que quieren aprovechar la visita para escaparse a la calle. Una vez acomodados, rodeados de sus cuadros y algunos de sus libros -ha publicado 17 poemarios y está incluida en un centenar de antologías- charlamos sobre su curiosa biografía, de sus obras y especialmente de su última publicación. Cuando le pedimos información sobre los libros de los que se siente más orgullosa señala que uno publicado el año pasado por la Editorial Lastura, ‘El nido’, en el que realiza un viaje trascendental que se inicia en un bosque y acaba en un vuelo, «aplicable al ser humano desde que nace» y el anterior, un trabajo de recopilación de conceptos basados en la filosofía de la ciencia, ‘Armonía versus Entropía’, publicado en Chicago en una edición bilingüe, a cuya redacción le dedicó diez años. A ellos añade ahora ‘Códices del viento que «espero me abra las puertas en Granada».
«Mi madre es una poeta madrileña y mi padre colombiano, médico psicoanalista. Yo y mi hermano pequeño nacimos en Nueva York. En el año 1967 vinimos a España y mi padre nos dio un recorrido por el Sur. Yo tendría 12 o 13 años y subí a la Alhambra. Fue como entrar en un cuento», explica antes de añadir que residió en Colombia hasta que en 1975 volvió a Granada donde decide fijar su residencia y donde contrajo matrimonio con un granadino y tuvo su hijo mayor. Tras 20 años de un matrimonio fallido se separa. También nos cuenta que el embrión de su alma de poeta le remite a la infancia pues dormía en una biblioteca y su cama estaba pegada a una estantería repleta de libros de poesía y de arte, siendo, además, «muy estimulada por lo que nunca he dejado los lápices, pinceles y deseos de expresar ideas».
Precisamente su antología lleva de portada la reproducción de la acuarela ‘Campos y viento’ y que llama la atención por su riqueza cromática. De los poemas llama la atención la ausencias de títulos aunque cada composición lleva en palabras mayúsculas y en negrita lo que se intuye es el título. «Lo he hecho así, primero para evitar redundancia para no poner un título que está implícito en el propio poema». Hay varias excepciones, un poema dedicado a Pablo Neruda -durmió con ‘Veinte poemas de amor y una canción desesperada’ durante dos años bajo su almohada- , titulado ‘América y yo’ «porque aunque llevo casi 43 años viviendo en España, América me marcó la niñez y adolescencia, por lo que quería hacerle este homenaje». Le sigue otro, ‘Junto al verbo’, que es un homenaje a Emilio Prados. Lo de no datarlos se debe a su deseo de combinar poemas que se han escrito en diferentes épocas, «por lo que puede cambiar la forma de decirlo, pero la esencia se mantiene». También reconoce su devoción por Gabriela Mistral, Rosalía de Castro, Emily Dickinson y Federico García Lorca del que utiliza en su poema ‘El agua que me habita’ como introducción unas palabras que le dedicó a Feliciano Rolán. Entre sus temáticas preferidas se mezclan, «vivencias, la experiencia, la pregunta, la indagación por el conocimiento, por encontrar respuestas y las emociones por supuesto porque un poema sin emoción no sería poema, sino una lista de supermercado».
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