Según la Wikipedia la casualidad está en el origen de la que pasa por ser la primera discoteca del mundo. Fue el 19 de octubre de 1959 cuando en la sala de baile Scotch-Club de Aquisgrán (Alemania), al no poder tocar la banda que habitualmente lo hacía, se decidió utilizar un tocadiscos con una grabación de ellos. Klaus Quirini, se convertiría en el primer disco hockey y el formato de local público de pago con horario preferentemente nocturno para escuchar música grabada, bailar, interaccionar con otras personas y consumir bebidas se extendería por todos los rincones del mundo donde hubiese jóvenes con ganas de divertirse. En Caniles, al norte de la provincia de Granada, está la Discoteca Scorpio que regenta Tomas Gil Martínez y su familia, con la singularidad de que 44 años después mantiene el mismo nombre, ambiente muy parecido y la licencia de actividad como cuando abriera sus puertas el 8 de diciembre de 1973 siendo el paso doble ‘España cañí’, el primer tema que se pudo oír en este local.
«La Discoteca se abrió el Día de la Purísima del 73. Mi primer trabajo aquí fue recogiendo y fregando vasos. Cuando el disc jockey se fue a la mili, a principios del 77, me quedé de encargado de la música y en 1984 mi padre y yo la compramos», nos cuenta Tomás con una voz ‘cascada’ de tanto forzarla.
«Creo que de la provincia de la Granada es la más antigua que sigue funcionando con el mismo nombre y la licencia fiscal. Puede haber algunas más antiguas pero con el mismo nombre con el que se abrió por primera vez, creo que es la única», añade después de informarnos que para salir de la duda se dirigieron a la Cámara de Comercio de Granada que les ha dado la callada por respuesta.
El local se encuentra en el número 33 de la calle Capel, muy cerca del paseo de Caniles. Sobre el letrero, se puede ver el logo del establecimiento, un escorpión. Tras cruzar la puerta nos encontramos un salón cuadrado y en el centro, pista de baile, la barra y, sobre parte de ella el escenario para los grupos. En el techo la característica bola giratoria de cristalitos del centro, primer efecto que tuvo este local junto con el triángulo de cuatro bombillas en cada una de las cuatro esquinas.
«En el 1975 se construyeron los reservados. Se le sacaba mucho partido a las partes oscuras, pues en aquella época no todo el mundo tenía coche», cuenta Tomás con humor de este espacio con asientos para unas 30 parejas siendo el aforo de la discoteca de 250 personas. Al parecer se corrió el bulo de que se habían puesto camas y algún padre se coló buscándolas. En los primeros años de Tomás como disc jockey, este admirador de Mariscal Romero hacía sonar mucha rumba, mucho pasodoble, los temas de Los 40 principales, en especial el pop español de la movida madrileña, que llegaría un poquito más tarde, y el sonido disco de los 80, en especial Donna Summer y Alvin Cash. «Después vendría Bob Marley, Los Diablos, Peret, Carlos Cano que funcionaba muy bien. Entones la música no era de usar y tirar y un disco permanecía hasta varios años».
También recuerda que se empezaba con la música suelta, las rumbas, «que se aprovechaban para echar el ojito. Luego se apagaban las luces y comenzaba el lento. Todas las noches había dos sesiones. La discoteca se abría a las seis de la tarde, siete o siete y media en verano, y a las 10 y media cada mochuelo a su olivo. Para despedir se ponía la música blanca y la hora del cierre se anunciaba con el sonido de Filadelfia,MFSB. Con ella sabía todo el mundo que era la canción de la despedida». También nos cuenta que conserva una amplia colección de vinilos, de 18.000 a 20.000, que compraba en la tiendas de discos de Mesones y en Callejas, repartidos al 50 % entre él y su hermana y repartidos entre la discoteca y la casa de su padres. «A día de hoy tengo unos 203.000 títulos, 6 terabytes de música digitalizada», añade.
Rarezas discográficas
Entre las rarezas discográficas que conserva, un sencillo de los Street Boys, de los que solo sabe que actuaban en el Metro de Londres, y el primer disco de Alejandro Sanz, ‘Los Chulos Son Pa’ Cuidarlos’ que por entonces se hacía llamar Alejandro Magno (según la etiqueta que aún conserva se vendió por 1270 pesetas) y cuyos representantes recorrieron toda España pagando 18.000 pesetas por lo que quedan muy pocos vinilos. Aunque el más valioso de todos y por eso lo guarda en la caja fuerte es el primer disco de John Lennon en solitario con la Plastic Ono Band, y por el que le han ofrecido mucho dinero. Aquí se han divertido varias generaciones no solo de canileros sino también de de toda la comarca. También se ha disfrutado de la música en vivo y en directo de bandas de otros puntos de la provincia, Jaén y Almería. «Los viernes tocaba la discoteca de Tíjola y Pozo Alcón, los sábados en Baza y los domingos en Caniles donde se concentraba toda la gente de la comarca. Los sábados la entrada era gratis y los domingos costaba 200 pesetas los hombres y las 100 mujeres».
Tomás recuerda con cariños las fiestas del Emigrante que se hacía a la vuelta de los canileros que se habían ido a trabajar a Francia y antes de comenzar la campaña de la recogida de la aceituna. «La elección del emigrante más feo y más bonico y de míster aceituno era muy entrañable», añade. También nos habla de la evolución en las preferencias de las consumiciones. A la ginebra y el ron con la coca cola o el calisay, le sucedería el wiskey. «Al principio solo se conocía el Dyc y Doble W. A finales de los 70, el propietario trajo el JB pero era un lujo. Por entonces estaban muy de moda las bebidas dulces, como Licor 43, Cointreau, y los ponches o coñac con cola o naranja y el famoso logumba, coñac con batido de chocolate».
Tomás prosigue contándonos vivencias de este establecimiento que contaba con una cabina telefónica que construyó el primer propietario aprovechando un hueco de las escaleras. «Los novios que estaba en Francia llamaban al 125 y se formaba auténticas colas». También que para comprar la entrada había que ir a la casa de enfrente donde las vendía Estrellita, una chica soltera. Entrada que luego había que entregar a Serafín ‘El Pata’, el primer portero hasta que se murió. ¡Ay, si las paredes de la discoteca hablaran!