Antonio Luis Gallardo Medina: «Estamos en riesgo»

Hace algunas décadas sesudos expertos pusieron de moda el uso del término “grupos de riesgo”. Trataban de definir a grupos humanos que eran proclives a padecer una enfermedad. Esta expresión se socializó y extendió como si se tratase de una epidemia. Se abusó tanto del término que se convirtió en un “sambenito”. Se sospechaba e identificaba a quienes se acercaban a la definición. Posteriormente se marginaba a aquellos grupos susceptibles de ser etiquetados como “de riesgo”.

Desde que el mundo es mundo, siempre nos ha gustado etiquetar a las personas y establecer distintas categorías: pobres, enfermos y extranjeros constituían el universo de marginación. Tendríamos que precisar mejor: determinados pobres, determinados enfermos y determinados extranjeros. A los poderes públicos de entonces y de ahora les obsesionaba identificarlos, controlarlos y, en algunos casos, segregarlos. En tiempos remotos fueron catalogados como un peligro social. En nuestras sociedades democráticas eran, hasta el momento, merecedores de la atención social. Hasta que llegó la penúltima crisis.

Sin embargo, han pasado los siglos, los años, las crisis y en nuestra realidad seguimos hablando de pobres, enfermos y extranjeros emigrantes. Sin embargo, hoy día, a la pobreza resultante de la carencia de recursos se le suman otros indicadores: ancianos solos, jóvenes anónimos, familias monoparentales, emigrantes con trabajo y sin derechos.

Enfermos que, aun recibiendo asistencia sanitaria, responden a patologías asociadas a una dimensión social (y por lo tanto presas fáciles de la estigmatización): enfermos de VIH, enfermos mentales, enfermos con patologías duales, toxicómanos. Extranjeros emigrantes que sabemos diferenciar, casi de forma natural, de los otros extranjeros denominados turistas. Sobre este grupo se vierten todos los prejuicios: discriminación laboral, exclusión y segregación espacial, ignorancia y rechazo de sus identidades culturales. Una batería de obstáculos legales y sociales para el ejercicio de la ciudadanía plena. Esta realidad explota en momentos de crisis.

“Se puede vivir uno, dos o tres años sin empleo, pero no sin prestaciones. Mucha gente en Andalucía, ahora, se va ahogando despacio”.

La pérdida de la casa, del trabajo, la aparición de una enfermedad, conforma un universo cada vez más grande y en Andalucía, hombres y mujeres que hasta ayer se sentían a salvo de ser catalogados como grupos de riesgo, ahora sí que están ya en el umbral de la pobreza.

Se puede vivir uno, dos o tres años sin empleo, pero no sin prestaciones. Mucha gente en Andalucía, ahora, se va ahogando despacio.

Cuando terminan las campañas electorales y nadie dedica espacio a definir programas concretos para atender a estos colectivos. Ahora falta comprobar si las fuerzas políticas que conforman el parlamento andaluz sacarán a estos colectivos de la marginalidad y los pondrán en el centro (y en el corazón) de sus programas y políticas ¿O se olvidarán? Porque cada vez somos más los que conformamos los grupos… pues estamos en riesgo.

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