Llegados y superados el enciclopedismo, la ilustración, la revolución francesa, el liberalismo, la revolución rusa, la guerra civil, las guerras mundiales, la caída del muro de Berlín, etc. Debilitados todos los axiomas, refutadas las teorías más certeras, destruidos supuestamente todos los totalitarismos, desaparecidas las utopías, ocultadas las creencias y olvidados de Dios, parece que, por fin, Europa y la humanidad han alcanzado la mayoría de edad, el camino correcto, la meta esperada. Ya somos más que autosuficientes, no necesitamos la tutela de nada, ni de nadie; estamos en posesión de la verdad absoluta. Hemos arribado al posmodernismo, al relativismo, a las sociedades democráticas, al estado del bienestar; hemos logrado la dignidad de la ciudadanía, la libertad plena, la felicidad total, y, todo ello, gracias al desarrollo y triunfo de la tecnología.
La nueva diosa “Tecnos”, que casi supera al todo poderoso caballero don dinero, nos ha permitido lograr altos niveles de conocimiento, consumo, equipamiento, infraestructuras, medios materiales y recursos de todo orden. En España, los cambios producidos durante las últimas décadas, han sido tan inmensos como incuestionables. Aunque también ha habido otros factores, distintos de la tecnología, que han contribuido a ello: la transición política, la concordia constitucional, la gestión de nuestros representantes, y, sobre todo, el trabajo callado, constante y resignado de la ciudadanía. ¿Quién podría imaginar en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, que el hambre, la miseria, la pobreza y la enorme desigualdad que entonces había, iban a desaparecer en tan poco tiempo?
Pero, deslumbrados y perplejos, por la intensa luz solar de la tecnología, no gozamos de la noche, no podemos conciliar el sueño, no logramos descansar, parar la ambición, serenar el alma; ni tampoco ver las estrellas que representan – mejor que el sol – todo el universo. Nos hemos quedado sin silencio, sin serenidad, sin intimidad, cortos de miras, desconectados de la noche, de la profundidad de sueño, de la belleza del alba. Estamos perdiendo poesía y filosofía, cuartetos y sonetos, emociones y sensaciones; hemos mediatizado la amistad, retardado el cariño, decaído en el amor. Pero ¿podremos quedarnos sin la luz de la Noche Oscura del Alma? ¿Prescindimos de San Juan de la Cruz, de ascetas, místicos y poetas? Y de los artistas ¿conseguiremos entender la Noche Estrellada de Vicent van Gogh? Y las tradiciones ¿Suprimimos las hogueras de la Noche de San Juan, la humildad y la esperanza de la esperada Noche Buena, las noches estrelladas de la Semana Santa Sevillana, la procesión del Cristo de los Gitanos de Granada?
“Nos podremos autodestruir en el narcisismo tecnológico, en el éxtasis de la conexión virtual, junto a la soledad de la desconexión humana”. |
Por todo ello, hemos de cuestionar el progreso tecnológico: ¿Responde prioritariamente a intereses económico? ¿Sus normas son sólo físicas y materiales? ¿Están deshumanizadas? ¿Se pueden terminar con los acosos de las redes? ¿La magnitud de residuos que genera, son destructibles, son contaminantes? ¿Podremos reorientar sus avances? Si no recuperamos la fortaleza de las grandes creencias y valores universales, si no sometemos el crecimiento económico y tecnológico al desarrollo humano, si no estamos alerta a sus muchos efectos negativos, etc. podemos llegar a la adicción total, a la enajenación plena, a ser unos desconocidos para nuestros amigos, para nuestros familiares y hasta para nosotros mismos. Nos podremos autodestruir en el narcisismo tecnológico, en el éxtasis de la conexión virtual, junto a la soledad de la desconexión humana.
Ciertamente somos conscientes de que hemos entrado en una nueva edad, en otra época histórica, cuyo nombre aún está por venir. Pero la diferencia con otros movimientos y cambios históricos anteriores, es sustantiva; todos han tenido, como objetivo fundamental, unos ideales, acertados o erróneos, y hacia ellos dirigían sus esfuerzos y actitudes. El fin o la utopía, precedían a los medios, a los métodos y a las acciones. Hoy ocurre lo contrario; se descubre un invento nuevo y al día siguiente, nos adaptamos a él. Actuamos a la deriva, arrastrados por las circunstancias, por los fabricantes de artefactos, a cuyas órdenes hacemos cola en las puertas de los grandes almacenes para comprarlos. Sin embargo, los humanistas, por ejemplo, también le daban una mucha importancia al lenguaje, al medio, a la imagen, etc. pero su preocupación principal era los Studia Humanitatis: educar al hombre en su auténtica humanidad. Hoy, al contrario, nos estamos deshumanizando, nos alejamos de ellos, porque la tecnología homogeniza y multiplica el conocimiento, pero también enmudece el pensamiento, ignora el comportamiento y contamina el campamento.
Tenemos que evaluar la verdadera repercusión de la tecnología en nuestras vidas. Sus avances y sus aportaciones son incontestables e inconmensurables; pero igualmente constituye un auténtico huracán que ha invadido la Tierra, que avanza sin control, a gran velocidad y con una meta muy ambiciosa, peligrosa y monstruosa: sustituir a los seres humanos por máquinas. ¡Cuánto nos queda que ver! Considero que aún estamos en tiempos de adviento, en los albores de un año nuevo; es un buen momento para reflexionar, diseñar estrategias para el 2018, alegrarse un poquito la vida, intentar rejuvenecer y superarse. Quedémonos al menos con alguno de los tres fundamentos metafísicos del ser humano, que sostenía Pedro Laín: inteligencia, voluntad y existencia; es decir creer, esperar y amar. Hagamos un mundo mejor, repensemos la tecnología.
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