Blas López Ávila: «Granada, ciudad muerta»

 

Estaremos perdiendo el tiempo mientras los cabrones del partido
estén mendigando un asiento en el congreso”.
Gabriel García Márquez, “Cien años de soledad”

Que la percepción que tiene el ciudadano de la clase política actual de este país es poco halagüeña es harto evidente. No insistiré, una vez más, en el profundo desprecio que me merecen estos políticos modernos -emparentados muy cercanamente con la abundancia, la comilona, el festín y la foto en redes sociales- sí acaso para poner el énfasis en, a mi juicio, los peores de toda España: los granadinos. Porque de otra manera no podría entenderse el perjuicio económico, social y cultural que están causando a esta ciudad y su provincia entera. Un perjuicio, como digo, que está arrasando nuestro patrimonio e identidad culturales hasta alcanzar proporciones de plaga bíblica. Díganme, si no, cómo pueden explicar sin ruborizarse que seamos la única ciudad española sin conexión ferroviaria durante casi tres años ya, o como Motril es el único puerto de España sin dicha conexión ferroviaria, o los más de diez años de espera para poner en funcionamiento el tranvía, o la famosa fusión hospitalaria, o la llegada a la ciudad del legado de Lorca, que esa es otra, y las inquietantes noticias que llegan sobre el mismo, o…

No es posible quedarse por más tiempo callados y denunciar que las luchas intestinas, en unos casos, y partidarias, en otros, de los dos grandes partidos que han gobernado la ciudad durante los últimos cuarenta años están dejando Granada como un solar. Echar sistemáticamente la culpa a Sevilla o Madrid, según interese, habla muy a las claras de la incompetencia, ausencia de compromiso y falta de cariño que por esta bendita tierra sienten estos chalanes. Políticos que se han burocratizado –funcionarizado incluso- hasta el extremo de resultar un mal remedo jurídico-administrativo de don Casto Avecilla –chusco protagonista de uno de los relatos de Clarín-, aunque sin tener siquiera la pretensión de ser una ruedecilla en el engranaje del Estado, tal como la tiene nuestro engolado personaje.

El último botón de muestra de esta desidia y de la falta de capacidad para remar todos juntos en la misma dirección es la precaria situación en la que se encuentra la OCG. He leído, con honda preocupación, la entrevista que publicaba IDEAL, el pasado día 16, al director artístico de la orquesta, Andrea Marcon. No daba crédito a lo que leía. A ver, a estas alturas de la vida uno ya está curado de espanto en lo que se refiere a las preocupaciones intelectuales y culturales de esta peña de ágrafos con cargo, con corbata o sin ella. Pero, al menos, podían tener una idea, aunque fuera de oídas, de la importancia y personalidad que el señor Marcon tiene en el panorama internacional de la música clásica. Lo encontré desanimado, un tanto perplejo. Deseo fervientemente que no tire la toalla. Ni él ni la gerente, Alicia Pire. Durante veinticinco años la OCG ha prestado a Granada y a los granadinos un servicio impagable, no sólo en el plano artístico sino también emocional y afectivo, convirtiéndose en una de las señas de identidad de la ciudad. No seré yo quien apele a razones de política local –la capitalidad cultural del 2031- para solidarizarse con la orquesta y sus músicos. Por encima de cualquier otra razón están la dignidad y el orgullo de ser granadinos y tener conciencia de que la OCG es algo muy nuestro, que forma parte ya de nuestro patrimonio artístico y cultural y semillero de valores presentes y futuros que llevarán el nombre de Granada por todo el planeta.

La OCG cuenta con un plantel de músicos excelentes, mejores que la media nacional, a los que Granada no debe ni puede dar la espalda. Tenemos una orquesta, cuando menos honesta, –poca gente trabajaría en las penosas condiciones en las que trabajan estos artistas- con un director más que solvente y generoso para poner el nombre de Granada en el plano musical internacional. Esta partida tenemos que ganarla la sociedad civil frente a estos indocumentados que hacen de la palabrería y la impostura su modus vivendi, ajenos a cualquier interés o inquietud de los ciudadanos. Ya sabemos que la cultura es cara, que hay que pagarla, pero que una política seria tiene que asumir que, a la larga, los mayores beneficios que puede obtener el Estado de sus ciudadanos es la formación intelectual y cultural de todos sus miembros. Granada no se puede permitir el lujo de prescindir de su orquesta para aligerar el gasto público, más bien todo lo contrario, incrementar el gasto en cultura que sirva, de una puñetera vez por todas, para recolocar a la ciudad en el sitio del que jamás debió salir. Vaya desde aquí mi homenaje y admiración a estos músicos y disfrutemos de ellos en el próximo concierto. Otro simpar granadino estará al frente de ellos, Pablo Heras Casado.

Redacción

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