Antonio Luis García Ruiz: «El imperceptible poder de las imágenes en televisión: el ejemplo de Cataluña»

Hay un proverbio chino que nos dice que “una imagen vale más que mil palabras”, y, por supuesto, es completamente cierto; yo, al menos, así lo entiendo, y es más, creo que aún no hemos calibrado lo suficiente, la trascendencia y la enorme repercusión de dicha afirmación. Ocurre que las imágenes, por su contenido y elementos, llaman más la atención que las palabras e igualmente las podemos retener y recordar mejor. Pero nada de ello le quita valor a las palabras, que siguen siendo la esencia, las piezas claves que componen nuestro lenguaje, la forma más auténtica y completa de comunicación y relación entre los seres humanos. Todos retenemos imágenes y palabras, que nos han dejado alguna huella imborrable. Unas y otras forman parte fundamental de nuestro bagaje personal y cultural, de nosotros mismos: experiencias, creencias, sentimientos, conocimientos, pensamientos, etc.

Las palabras fueron originariamente emitidas por los primeros homínidos, en los albores de la humanidad. Hacia finales del tercer milenio antes de Cristo, aparece la escritura y, por último, en el año 1440, el alemán Johannes Gutenberg descubre la imprenta. Este fue el invento más revolucionario y adecuado para extender y vehiculizar los avances técnicos, los conocimientos y las grandes transformaciones ideológicas y políticas de la Edad Moderna, y que aún seguimos empleando. El profesor Marshall McLujan autor de la “La galaxia de Gutenberg”, equiparaba esta obra a la cultura de la escritura (aldea global), que contrapuso con “La constelación de Marconi”, que representa a la cultura electrónica y visual, anunciando que eclipsaría a la primera. Algo semejante hizo Alvin Toffler en su libro “La tercera ola”. Estamos pues en la era postindustrial, de la globalización, en la sociedad de la información, de la comunicación, de las imágenes y de la crisis de valores que Toffler analizó con grandes esperanzas.

Pero, a pesar de la cantidad de avances y herramientas técnicas que aparecen cada día, la televisión sigue siendo todavía el arquetipo de los medios de comunicación; es decir, el más visto y extendido. En ella concurren y hacen sinergia la imagen, el color, la palabra, la voz, sonido, la música, el movimiento, etc. Aunque inicialmente llamada caja tonta, lo cierto es que la televisión ha alcanzado una implantación total; está presente en todos los hogares, donde ocupa el lugar preeminente, y se propaga por doquier: bares, cafeterías, líneas aéreas, marítimas, terrestres y hasta en los automóviles particulares. Su bondad está en la rapidez y simultaneidad de la información, en su tremenda atracción, en su gratuidad, en su fácil manejo, en cierta variedad dentro de la monotonía, etc. aunque también hemos de reseñar su pérdida de calidad, debida a los programas basura, a la politización completa, a la ausencia de programas sobre educación, etc.

“Se les está yendo de las manos esa continua, errónea y profusa profusión de imágenes de hechos o personajes siniestros, a los que se pretende censurar, consiguiendo con ello el efecto contrario”.

Fue el citado Marshall McLujan, uno de los primeros estudiosos de la comunicación, el autor del aforismo “el medio, es el mensaje “, y efectivamente así parece. Todo lo que se ve, se dice o se hace en televisión, es aceptado ciegamente; no necesita ningún tipo de demostración, es indiferente a la crítica. El envoltorio, la máscara televisiva no se yuxtapone al mensaje, sino que lo fusiona y se adueña de él. Así se explica el enorme interés de la clase política por controlar las televisiones públicas, especialmente de las autonómicas, que se convierten en cajas de resonancia del gobierno que ostenta el mando en cada una, siendo especialmente significativo el caso de la televisión catalana TV3. Su tremenda influencia no sólo afecta al consumo de bienes, sino también a nuestras formas de vivir, de actuar y, sobre todo, de pensar políticamente. Dicen los médicos que somos lo que comemos; igualmente podríamos decir que pensamos, lo que vemos y oímos. Todos sabemos, por tanto, que quien controla inteligentemente las cadenas televisivas, tiene aseguradas las elecciones.

Pero, además de ello, estoy convencido que a los responsables de las distintas cadenas de televisión o a los directores de determinados programas, se les está yendo de las manos esa continua, errónea y profusa profusión de imágenes de hechos o personajes siniestros, a los que se pretende censurar, consiguiendo con ello el efecto contrario; es decir, ensalzar su figura, darle la máxima difusión y hacerle la mejor propaganda. Cuando las cadenas una, tres, cinco, sexta, trece, etc. en sus espacios informativos o de debate, hablan de un determinado individuo (véase el prófugo ex presidente de la Generalitat, cuyo nombre no quiero citar), durante todo el programa, están apareciendo imágenes del mismo, pero con los suyos, con ruedas de prensa, con arrogancia, con triunfalismo y casi con veneración.

Aquí puede estar la explicación – no encontrada – del éxito del “ex” en las pasadas elecciones. Cierto que los independentistas son muchos, pero no tantos como votos obtenidos por un líder nefasto y un partido corrupto, con todas sus sedes embargadas; aún más, si tenemos en cuenta a Esquerra, que se daba por ganadora. En consecuencia, hemos de retomar la frase inicial: las imágenes televisivas han hundido a las palabras, a las encuestas, a la razón, a la justicia, a la responsabilidad, a la legalidad, al respeto, etc. pero, por el contrario, han aupado el abuso de poder, el cinismo, la discriminación, la insolidaridad, la desfachatez, la mentira y la estupidez. Su éxito electoral en Cataluña, se ha producido en falso.

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