Observo cómo una estampida de hombres y mujeres se pasa a cuchillo por las concertinas que protegen nuestras fronteras y llego a la conclusión de que la vida que dejan atrás no vale la pena ser vivida. Tampoco compartimos el mismo concepto del horror. Ante la pantalla, barrunto que estas personas no abandonan país y familia, sino el espanto y todas sus plagas: hambre, humillaciones, enfermedad, guerra, violaciones y muerte. No sorprende que partan en multitud, porque su arraigo es con el infierno.
Son seres en ruinas, esquilmados, provistos de una limitada dosis de esperanza sin la cual solo cabría dejarse morir. Poco importa el lugar de destino, bastará con que se encuentre a una distancia disuasoria de la barbarie. Saben que solo disponen de una bala y que no pueden errar el tiro. Es así de crudo: escapar de la muerte o dejarse la vida en el intento.
En tiempos recientes, Europa ha sido impúdicamente insensible con las oleadas migratorias que le ha tocado soportar y ha llenado de infamia, día sí y día también, las cuatro esquinas de nuestros televisores inteligentes. En el peor de los casos, basta con cambiar de canal o desviar la mirada hacia el móvil. Una de las reacciones más habituales consiste en reclamar atención prioritaria para los nuestros en una sonrojante réplica del America First con el que Donald Trump hizo fortuna entre el electorado más cazurro de Estados Unidos. En realidad, a los voceros del apocalipsis, por lo general la población biempensante y de comunión frecuente, les importa tanto el vecino del quinto como el subsahariano que se ahoga en aguas del Mediterráneo. No son racistas, son indigentes morales vigilantes de su precarizado bienestar.
A nivel internacional, el último episodio de abyección ha sido protagonizado por Italia y Malta, que sintieron su tejido social amenazado por la llegada de seis centenares de africanos a sus puertos. Temían crear un efecto llamada, los viejos miedos que no nos permiten dormir a pierna suelta una vez cumplidos con nuestras oraciones. Qué curioso, el Primer Mundo se pasa media vida advirtiendo de la llegada del lobo, y la otra media poniendo a la zorra a cuidar de las gallinas.
“De repente, España copaba los titulares de la prensa internacional por las razones adecuadas.” |
En medio de la partida apareció España para romper la baraja. El gobierno español se sacó un as de la manga al comunicar al mundo que se sentía en la obligación de acoger a los migrantes en nuestro país para evitar una catástrofe humanitaria. Estas explicaciones vinieron acompañadas de un paquete de medidas complementarias entre las que se incluían la restitución del sistema sanitario universal para inmigrantes y la retirada de concertinas de nuestras fronteras. De repente, España copaba los titulares de la prensa internacional por las razones adecuadas.
Me ha llamado poderosamente la atención la movilización de la ciudadanía para acoger a estos migrantes, señal inequívoca de que nos colma de satisfacción poder prestarles auxilio. Me enorgullece, igualmente, que esta movilización ciudadana esté acorde con otras recientes, como las concentraciones de jubilados, la histórica marcha del 8M, las protestas contra el veredicto del juicio a La Manada o la participación masiva en la búsqueda del niño Gabriel Cruz.
Hay otros acontecimientos que vienen a apuntalar la creencia de que los españoles nos hemos resuelto a restaurar la decencia nacional, tan depreciada en los últimos tiempos. Por su fuerte carga simbólica mencionaré solo tres: la cantidad de ministerios importantes tripulados por mujeres, la purga instantánea de un ministro que despertaba sospechas y la resignificación del Valle de los Caídos. Sobre todas las cosas, el hecho de que los españoles, a través de nuestros representantes parlamentarios, hayamos echado al anterior gobierno transcurrida apenas una semana desde la publicación de la sentencia Gürtel, anuncia un cambio en el estado de ánimo de un país que abandona la perplejidad para asumir las riendas de su destino.
Volviendo al asunto que nos ocupa, el gran mérito del gobierno de España al acoger a los migrantes del Aquarius no solo radica en haber resuelto una situación que estaba bloqueada y haber evitado, por tanto, una catástrofe humanitaria. A mi juicio, la gran victoria consiste en haber doblegado la estigmatización que Occidente ha vertido sobre los migrantes como portadores de todas las plagas asociadas al Tercer Mundo. El valor de esto es sensacional si pensamos que el propio Albert Einstein afirmó encontrar más dificultad en la desintegración de un átomo que en la de un prejuicio. Esperemos que sea esta circunstancia la que produzca el verdadero efecto llamada y otros países de nuestro entorno sigan el ejemplo de nuestro país.
|