Cada día vemos cómo personajes de poca monta y baja estofa ocupan las programaciones televisivas en sus horarios de máxima audiencia. El éxito de las estrellas catódicas e influencers en la actualidad es inversamente proporcional a su catadura moral y niveles de PH, de modo que podemos establecer una relación prácticamente infalible entre la acidosis y la cuota de pantalla o el seguimiento en las redes sociales. Lo llamativo no es que personas con un perfil moral con amplios márgenes de mejora logren triunfar en la vida, sino que lo hagan precisamente gracias a ello. Al final, lo que nos deja a medio camino entre la aflicción y el asombro es el empeño que pone nuestra sociedad en buscar sus referentes en sus escombreras. Tanto es así que no queda ya canalla que no cuente con un club de fans cuyo número de adeptos no aumente a diario en las redes y que no repita frecuentemente como trending topic en los mentideros virtuales. Por la misma regla de tres, si le damos un giro al argumento, comprenderemos mejor el baño de incredulidad que nos dimos tras el nombramiento de nuestro primer astronauta como ministro de Ciencia, Innovación y Universidades.
Veamos a continuación algunos casos especialmente sorprendentes del poder de convocatoria y seguimiento que algunos frikis, villanos y mendrugocéfalos de distinto pelaje han conseguido reunir contra todo pronóstico de la razón.
José Rabadán, más conocido como el Asesino de la Catana, era un adolescente con un fuerte sentimiento de privilegio que un buen día decidió que asesinar a sus padres y a su hermana con síndrome de Down sería beneficioso para su vida. Aunque sorprenda, este proceso mental no es anómalo en una personalidad dominada por niveles de sadismo y narcisismo extremos. Las cotas de transgresión alcanzadas por Rabadán con su triple parricidio despertaron inmediatamente una erótica del tánatos entre la muchachada más siniestra del país. Durante su estancia en el centro de menores, Rabadán recibió multitud de cartas de admiradoras afectadas por un brote intenso de hibristofilia, o síndrome de atracción por los chicos malos. A mi parecer, estas relaciones epistolares de amor o los encuentros vis a vis que protagonizó Rabadán durante su etapa penitenciaria (y que debieron parecerse mucho a tener relaciones sexuales consentidas con una mantis religiosa) solo son posibles cuando la pulsión erótica y el impulso por matar se encuentran en el territorio común del narcisismo. Entre las integrantes más insignes del club de fans del Asesino de la Catana se encuentran Raquel e Iria, las Brujas de San Fernando, que asestaron treinta y dos puñaladas a una amiga del instituto para rendir tributo a Rabadán y, según dijeron, salir en la tele. Eran otros tiempos, ahora Raquel e Iria se habrían dado por satisfechas con unos cuantos me gusta en Instagram.
Solo han pasado unos días desde que supimos del cierre de un club de fans de La Manada en una red social. El Prenda, líder de la jauría según las otras bestias, se apresuró a salir al paso para expresar su malestar por no aplicar el mismo rigor democrático que él y sus compinches emplearon para someter grupalmente a su víctima en un acto de sementalidad sin precedentes entonces, pero que por razones incomprensibles sobre las que pretende reflexionar este artículo, ya ha creado escuela. El Prenda es un personaje más agreste que Rabadán, pero igualmente narcisista. A mí me recuerda al Tío Paquete de Goya y su lenguaje corporal destila vanidad y dominación. Podemos inferir los rasgos que nos faltan para cerrar el retrato psicológico del Prenda a partir de su crimen: sexualidad coercitiva, sentimiento de derechos adquiridos, gratificación inmediata, machismo, carencia total de empatía y desprecio de la víctima a través de su culpabilización. Respecto de su cofradía virtual, sospecho que el diagnóstico no va más allá de una heterosentimentalidad cretina cuya aproximación a la mujer exuda un espíritu de barra libre y derecho de pernada.
Todos los personajes aquí descritos comparten un rasgo en común: el narcisismo. Esto nos ayuda a estrechar el cerco y a entender mejor qué es lo que realmente nos suscita admiración. |
Para empezar a hablar de Valtonyc es preciso acudir a la famosa cita de Voltaire en la que afirmaba no compartir la opinión de un discípulo pero aseguraba estar dispuesto a dar su vida por defender su derecho a expresarla. Comparto y suscribo el clamor contra el auto de prisión emitido contra Valtonyc, faltaría más, pero no encuentro en su cancionero, rebosante de una violencia de difícil digestión, razones que justifiquen el seguimiento que ha generado en las redes por parte de los mismos amantes de las libertades que protestaron contra su encarcelación. Valtonyc ha compuesto un discurso antisistema que llama con frecuencia a la destrucción de lo establecido, una de las vertientes más veces recorridas por el nihilismo clásico. A mi juicio es aquí donde radica el magnetismo del rapero, en la falta de sometimiento a todo principio moral y autoridad que es inherente a los procesos de nihilización que predica. Para mí, Valtonyc no es un artista, es una víctima de la Ley Mordaza y un arma arrojadiza a disposición de todo hater, pues no en vano el odio es contagioso y transversal. Voltaire no lo habría encarcelado jamás, pero tampoco lo habría seguido en Facebook.
Renglón aparte merece el poder de seducción de Francisco Nicolás Gómez Iglesias, conocido por todos como el Pequeño Nicolás, no solo por haber cometido todos los delitos que un advenedizo puede perpetrar antes de cumplir los veinticinco, sino por haberles dado a todos una inconfundible denominación de origen: si Rasputín encarnó al arribista siniestro, cruel y sofisticadamente manipulador de una Rusia de época, el Pequeño Nicolás es el estereotipo del oportunista ibérico con carnet del PP deslumbrado por la purpurina del poder y el papel cuché. Este es el caladero donde el Pequeño Nicolás ha hecho fortuna, entre la población que viste chinos y náuticos y la España que premia la astucia para triunfar al margen de los límites impuestos por la ética. Es una lástima que Luis García Berlanga haya pasado a mejor vida, pues nadie habría narrado la vida inventada de nuestro Mr. Ripley nacional mejor que el genio valenciano.
España es prolífica en la producción de celebridades objetables, pero por razones de espacio debo renunciar a extenderme, así que valgan estas cuatro como botón de muestra. Sí me gustaría destacar, para rematar este artículo, que todos los personajes aquí descritos comparten un rasgo en común: el narcisismo. Esto nos ayuda a estrechar el cerco y a entender mejor qué es lo que realmente nos suscita admiración. Yo me atrevo a aventurar que la incapacidad de muchas personas para reunir una mínima cuota de autoestima para andar por la vida las empuja a maravillarse por quienes han logrado singularizar su carácter, sea como sea y al precio que sea. Además, por una mala asociación de conceptos, hemos llegado a creer que el culmen del narcisismo es el carisma, y este sí es, sin duda, el más poderoso afrodisíaco.
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