Todo empezó a ir mal desde el principio. Masha y Dasha tardaron dos días y dos noches en nacer. Todo se complicó aún más recién llegadas al mundo: tenían dos cabezas, dos torsos, tres piernas (una sería amputada en 1968) y cuatro brazos. Para colmo de males, las niñas fueron separadas de su madre en el quirófano y entregadas a un científico soviético que andaba envuelto en experimentos de dudoso rigor médico.
Pyotr Anokhin –ese era su nombre- no podía creer su suerte cuando tuvo noticias del nacimiento de las hermanas Krivoshlyopova. Anokhin estaba convencido de que las siamesas le ayudarían a dar un giro a la teoría de los sistemas funcionales para hacerse un nombre en la URSS de Stalin. Tales expectativas estaban justificadas por el hecho de que las hermanas compartían el sistema circulatorio, pero cada una de ellas contaba con un sistema nervioso propio. Convencidos de poder epatar a la comunidad científica, el equipo médico a cargo de Anokhin decidió someterlas a lo que algunos han denominado episodios prolongados de tortura médica para investigar el nivel de interdependencia entre sus respectivos organismos. Como parte de su rutina médica, Masha y Dasha fueron electrocutadas, quemadas, expuestas a temperaturas extremas y privadas de alimentos y sueño a intervalos regulares durante seis años.
Durante la adolescencia las hermanas empezaron a mostrar personalidades opuestas. Mientras que Masha era una psicópata de manual, Dasha era alma de cántaro. Eran el día y la noche, flor y espina sobre un mismo tallo maltrecho.
Además de someterla a un trato denigrante de manera sistemática, Masha negó a su hermana todos sus anhelos y proyectos personales. Dasha quiso edificar una relación con su madre, pero la parte dominante del binomio bloqueó todos los contactos con su progenitora en 1989 para no repartir con nadie el ascendiente sobre su hermana. Dasha quiso conocer el amor junto a Slava, un compañero del centro para discapacitados donde vivían, pero Masha hizo uso de toda su capacidad de manipulación y fuerza física para sabotear a la pareja. La resistencia opuesta por Masha a esta relación derivó en un intento de suicidio por parte de su hermana. Sobre todo, Dasha quiso emanciparse físicamente de su hermana, tener su propio cuerpo y escapar de una relación que en mucho debió parecerse a la de las parejas donde coexisten una personalidad sádica y otra que ha capitulado. Masha también frustró este sueño: no quería desprenderse de su sparring.
Mucho interés ha suscitado la sexualidad de las hermanas Krivoshlyopova, y también en esto eran muy distintas. Según el testimonio de su biógrafa, la periodista británica Juliet Butler, Dasha era una mujer con una fuerte pulsión sexual, un gran deseo de desarrollar su femineidad y una visión idealizada de las relaciones románticas. Durante años empeñó su vida al intento de hacer el amor con Slava, y aunque ella confesó haberlo logrado una noche en la que consiguieron emborrachar a su autoritaria hermana, hay dudas sobre la veracidad de esta afirmación. Como con todo lo demás, la sexualidad de Masha puede explicarse por oposición a la de su hermana. Butler sospecha que era lesbiana y que estuvo enamorada de su compañera de institución Lucía. Masha también prohibió taxativamente los deseos de su hermana de maquillarse y la obligó siempre a llevar el pelo corto, algo que Dasha asumió con la docilidad acostumbrada.
“Cuando miro a las hermanas Krivoshlyopova no sé si veo a dos personas o a una sola cuyos peores instintos se hicieron carne.” |
En la década de los noventa, las hermanas cayeron en el alcoholismo. Según dijeron, buscaron refugio en el alcohol para olvidar el monstruo que eran. Las borracheras no hicieron sino acelerar el deterioro de su precaria salud y envilecer aún más la convivencia entre ellas. Pensar en las escenas beodas cara a cara –a un palmo de la cara- entre la depredadora y su víctima resulta estremecedor.
En abril de 2003 Masha murió de un ataque al corazón. Murió por su parte más débil. Nadie informó a Dasha de la muerte de su hermana. Por el contrario, le dijeron que Masha estaba dormida, le administraron un sedante y aguardaron su muerte junto a su hermana ya cadáver. Tras diecisiete horas de agonía, Dasha murió de intoxicación en la sangre causada por el cuerpo en descomposición de su otra mitad. Se fueron del mundo tal y como habían vivido en él: el veneno de Masha intoxicó a Dasha hasta quitarle la vida.
Cuando miro a las hermanas Krivoshlyopova no sé si veo a dos personas o a una sola cuyos peores instintos se hicieron carne. El caso de las siamesas rusas funciona como metáfora del misterio que nos habita. La bondad compartiendo corazón con el mal absoluto, el hígado inyectando bilis en las entrañas. Al aflorar su lado oscuro, la historia de Masha y Dasha nos recuerda que sobre todo somos lo que desconocemos de nosotros mismos.
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