Comienza octubre. Los alumnos han dejado atrás esas dos primeras semanas de adaptación. No nos engañemos cuando hablamos de una necesaria toma de contacto por parte del profesorado, de un aterrizaje y puesta en marcha de una planificación con distintas fases en pro de la consecución de unos objetivos.
La detección de ideas previas debiera ser el inicio del proceso, percibir y analizar el déficit en lo que a conocimientos se refiere. No podemos obviar una dicotomía o binomio en el que existe una clara interdependencia entre sus elementos: motivación = máximo rendimiento.
¿Qué quiero decir con ello?
Sin duda, hemos de buscar aquellas iniciativas y/o actividades que despierten interés en nuestro alumnado. Acerquémonos a ellos, conozcamos sus inquietudes y demos cabida a una metodología que destierre la monotonía. La variedad debe ser el primer rasgo que defina nuestro proceder diario.
Los alumnos aportan y mucho. Preguntemos e invitemos a sumar propuestas. Fomentar el espíritu crítico y la autonomía de nuestros destinatarios, con la motivación como premisa puede llevarnos al éxito.
“La falta de estimulación lleva en numerosas ocasiones al aburrimiento, a la desmotivación, y, en último término, al fracaso.” |
Adaptémonos a los tiempos que corren. La pizarra y tiza son instrumentos útiles, si bien no los únicos. Hagamos uso del incentivo, del sistema de recompensas que premie la labor del alumno que mostraba carencias de base (no convirtiéndolo en una costumbre que pueda desvirtuar la labor del docente y del alumno). El halago o el apoyo, la confianza depositada en nuestros receptores, haciéndoles ver que son capaces de conseguir unas metas, hará incrementar el esfuerzo, lograr esa dosis necesaria de autoestima que redundará en una mejora considerable de su rendimiento académico. La falta de estimulación lleva en numerosas ocasiones al aburrimiento, a la desmotivación, y, en último término, al fracaso.
Tocar los corazones, saber qué problemas tienen las personas a las que nos dirigimos, abrir mentes colapsadas o cerradas por diferentes motivos, enviar mensajes positivos o hacerles ver sus errores (con mucho cariño) serán actuaciones que mejoren nuestros datos, si bien conseguirán algo mucho más importante: plantear el aprendizaje como un descubrimiento.
En definitiva, despertemos el interés, hagamos copartícipes de este firme propósito al alumno, animemos y enfoquemos la enseñanza desde otro prisma, sabedores de la necesidad de cambios que potencien la motivación, porque el niño no quiere aprender desde la obligación y sí desde la inspiración, desde un aprovechamiento que le resulte enriquecedor, o, como afirmaban los clásicos, siguiendo la célebre premisa: “docere, delectare et moveré”.
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Rafael Bailón Ruiz |
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