Es el mundo de la educación un reto que debiera llevar al docente a buscar herramientas y/o instrumentos que estimulen al alumnado. Iniciativas que fomenten el aprendizaje resultan necesarias. No podemos crear rutinas que conlleven una desmotivación por parte de nuestros destinatarios.
Los refuerzos positivos suponen disparar o incrementar el interés del alumno. En este sentido, no podemos operar con estrategias pasivas y sí activas, convirtiendo al receptor en protagonista activo. Premiemos el buen hacer o la intervención voluntaria, sin recurrir nunca a la humillación o el castigo (ello lleva al hundimiento de nuestros pupilos). De igual forma, hemos de implicar en el proceso de enseñanza- aprendizaje a los padres. Un trabajo cooperativo en el que intervengan todos los miembros o actores de la comunidad educativa siempre resultará positivo. Los padres o tutores deben facilitar todas las vías posibles de comunicación, mostrando preocupación por sus hijos/as. Sin convertir la recompensa en costumbre diaria, reconozcamos el esfuerzo o el afán de superación, haciendo ver al alumnado que creemos en ellos. Cuando alguien muestre desesperación, ganas de tirar la toalla, intervengamos con todos los recursos posibles. Hagámosle ver que el abandono no tiene cabida y sí la mejora, siempre educando en la cultura del esfuerzo.
“Los padres o tutores deben facilitar todas las vías posibles de comunicación, mostrando preocupación por sus hijos/as. Sin convertir la recompensa en costumbre diaria, reconozcamos el esfuerzo o el afán de superación, haciendo ver al alumnado que creemos en ellos.” |
El empleo de frases motivadoras, diseñando un plan de estímulo que constate nuestra confianza en el progreso se convierte en clave. Eduquemos en y para la diversidad, a sabiendas que cada persona tiene un ritmo distinto de evolución, si bien hemos de reconocer los avances de todos y cada uno de nuestros destinatarios. La corrección acompañada de palabras de aliento (cuando el alumno se equivoca) debiera ser un primer paso hacia la consecución de nuestros objetivos. Seamos sensibles a las especificidades o características de cada uno/a. Si somos tutores de un grupo, planteemos reuniones con los padres (grupales y particulares), así como llevemos a cabo tutorías individualizadas con los alumnos. Potenciemos las habilidades (cada persona es distinta, con sus puntos débiles y sus fortalezas). No ahondemos nunca en las carencias y sí en los aspectos favorables.
¿Cómo podemos fomentar el estímulo?
No hay un único método o una pócima que resulte infalible. Podemos afirmar que contamos con numerosas posibilidades y todas ellas positivas. Así, ceder el protagonismo al alumnado en el proceso de enseñanza-aprendizaje (intentando implementar el denominado ABP), usar conceptos novedosos, reconocer la evolución con emoticonos (hay profesores que corrigen los cuadernos y valoran el buen hacer con caritas sonrientes), personalizar el trato con el alumno, comenzar las clases con incógnitas que se resuelvan en el aula y posibiliten llegar a los objetivos planteados a través de las mismas o proponer el trabajo en equipo (diseño de tareas grupales en las que cada uno asuma un rol y ayude al compañero), son algunas de las muchísimas propuestas que destierran el rol protagonista del docente frente a la pasividad del alumno (nunca provechosa si queremos abogar por educar en el estímulo en pro de fomentar una disposición positiva hacia el aprendizaje).
Porque los profesores tenemos motivos para erradicar el pesimismo, cunda el ánimo o propósito de todos nosotros para lograr nuestro cometido.
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Rafael Bailón Ruiz |
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