Las clases, microsistemas sociales, abarca un amplio espectro de roles sociales. Tenemos por un lado al alumnado “bueno” y por otro al “malo” o problemático, y como hacemos en el macrosistema, al etiquetar la conducta de una persona, le estamos confiriendo un rasgo estable e inmodificable. Le estamos diciendo que es “malo”, y por tanto que nada o poco puede hacer para cambiar.
La respuesta en las aulas, como en la sociedad, es condenar, tachar y expulsar a quien no respeta las normas, obviando que es su conducta y no la persona la que habría que pulir, mejorar, y transformar en algo mejor que logre, ante todo respetarse a sí mismo, y lograr que esa etiqueta conductual desaparezca. Pero no, es más fácil quitar de en medio a quien nos molesta, a quien nos hace la vida imposible, situándonos en un papel de víctimas que hace visible que no nos responsabilizamos de nada, que nosotros nos hemos hecho nada y que la culpa es de ellos/as.
Considero que podríamos hacer un ejercicio de introspección necesario, y preguntarnos en qué hemos fallado todos; como sociedad, como padres, como docentes, ¿en qué hemos fallado? Asumiendo la parte que nos toca, sería más fácil considerar qué soluciones podemos aportar para conducir a estos niños/as a ser la mejor versión de sí mismos, libres de prejuicios, libres de reproducir conductas que lo alejan de lo que realmente pueden llegar a ser.
Mi hijo, en 1º de la ESO, me comunica, que sus compañeros, en su mayoría repetidores, provocan muchos altercados, desorganizan la clase y son molestos. Yo siempre le digo lo mismo, le transmito que se ponga en su lugar, que piense en su situación familiar, ¿qué puede estar pasando en sus casas para que se comporten así?, ¿qué oportunidades se le han negado?, ¿cómo se sentiría él si lo tacharan de “malo” y no pudiera hacer nada para cambiar, y lo único que pudiera hacer es llamar la atención, decir existo, como sabe que le hacen caso: realizando conductas disruptivas? También le digo que desarrolle la compasión, que intente hacer algo para ayudarle, para mostrarle un acara amable, a la que quizás no están acostumbrados, que intente no juzgarlos, y que aprenda que no es una víctima, que él también tiene en sus manos cambiar, con su ejemplo, a sus compañeros.
“Expulsar a un niño/a por su mal comportamiento es una medida que corto plazo libera, y que a largo plazo los convierte en adultos inadaptados.” |
No sé si surtirá efecto mis lecciones morales, hasta el momento sí. Lo que sé que no puedo hablarle de otra forma, ya que yo también me considero culpable de lo que socialmente nos rodea y que puedo y debo hacer algo para mejorar la realidad y es el no enjuiciamiento y la búsqueda de soluciones a largo plazo, y no inmediatas, lo que podemos hacer. Expulsar a un niño/a por su mal comportamiento es una medida que corto plazo libera, y que a largo plazo los convierte en adultos inadaptados.
¿Qué podemos hacer desde las aulas ante este alumnado?
- Considerar métodos de instrucción cooperativos. La realidad de nuestras aulas es que sigue imperando una pedagogía transmisiva, que contradice la metodología constructivista (Feito, 2000). Sin ernbargo, frente a esta enseñanza transmisiva, los psicólogos/as de la educación señalan que la autonomía, la responsabilidad personal y los sistemas de trabajo cooperativo favorecen la motivación del alumnado (Alonso Tapia y García Celán, 1990). El temor a que surjan episodios de indisciplina provoca que muchos profesores/as opten por una pedagogía transmisiva y dejen a un lado la posibilidad de ensayar metodologías más participativas. Es curioso que las actuales leyes de educación nos hablen de que “la metodología didáctica en la educación secundaria obligatoria se adaptará a las características de cada alumno, favorecerá su capacidad para aprender por sí mismo…”, esto se aleja un poco de la realidad, son las medidas coercitivas las que se imperan en la institución escolar.
- Reducir la mirada crítica del alumnado sobre la educación, su visión de inutilidad, y considerar su forma de actuar simplemente a problemas de conducta, conduciría a resolver la problemática de una forma más constructiva. Para ello, tener en cuenta su opinión y la de otros alumnos, podríamos encontrar las claves para acabar con algunas de las rutinas que lastran la educación. Esta tendencia a pensar que es el alumnado el que tiene que cambiar y no la institución hace difícil que encontremos en el profesorado una crítica al modelo escolar en su conjunto. La autocrítica debería ser constante para ser realmente creativa y generar nuevas propuestas educativas.
- La prevención y precocidad ante alumnado con problemas de conducta en Primaria es clave. Para ello, los Equipos de Orientación Educativa deberían están más reforzados profesional y materialmente, atendiendo sólo a un centro educativo, en vez de hacerlo de forma zonal como actualmente trabajan.
- Investigación y propuestas educativas innovadoras para poder enfrentarse con sus propios medios sin que esperar que la administración solucione los problemas de dificultades de aprendizaje de sus alumnos/as, los conflictos que surgen en las aulas, etc. El rechazo de muchos estudiantes hacia la escuela sólo se puede combatir con mayores dosis de creatividad, autonomía y riesgo. Deben desarrollarse proyectos de centros experimentales que puedan alejarse de lo marcado por las directrices oficiales, más allá de polémicas reformas y contrarreformas. No se puede creer en un modelo de enseñanza único. Habría que pedir a la escuela pública que opte por la pluralidad frente a la uniformidad. Hay suficiente espacio para desarrollar nuevas propuestas educativas y atreverse a ello.
- Profesorado motivado que ame su trabajo, ya lo vimos que en las investigaciones de Hattie (2016), el profesorado es la clave en todo el proceso educativo. Un profesorado creativo, impulsador, dinámico y que sobre todo que haga de su trabajo, día a día, algo extraordinario, será capaz de motivar, de crear espacios de libertad, responsabilidad, respeto, con nuevas formas de entender y actuar con todo su alumnado.
Vivir con responsabilidad, desde la propia libertad en la elección de hacer la vida propia y ajena mejor está en nuestras manos, sabiendo que etiquetar a las personas por lo que hacen, obviando lo que pueden llegar a ser con un adecuado andamiaje, es un grave error.
No somos lo que hacemos, no nos define nuestra conducta ni las circunstancias, somos un proceso continuo que se trasforma, donde no cabe ninguna definición. Podemos ser aquello que imaginamos alcanzar, superándonos con la adecuada compresión de los demás.
No seamos quien juzgue a los demás sin antes hacer hecho un buen lavado de conciencia, tan necesaria, tan precisa para comprender a aquellos que creemos tan diferentes a nosotros.
No desarrollemos una actitud de rechazo, y sí una actitud de apertura y compresión.
Ver más artículos de Psicóloga especializada en Mindfulness y |
|