Carolina Molina se autodefine como “una granadina nacida en Madrid”. Y efectivamente fue en Madrid donde la escritora vino al mundo el 26 de octubre de 1963. Estudió periodismo en su ciudad natal y se licenció en Ciencias de la Información en la Complutense. Su amor a Granada le llegaría años más tarde, a raíz de las primeras lecturas de las obras de Federico García Lorca y muy especialmente “La casa de Bernarda Alba”. La obra del genial poeta la llevó a interesarse por la ciudad y, cuando visitó por primera vez Granada en 1995, le produjo tal impacto, que ya son incontables las visitas que ha efectuado y las páginas que le ha dedicado. En la fecha actual podemos contar hasta siete novelas de Carolina Molina cuya acción transcurre en Granada. Todas en distintos momentos históricos, pero siempre en Granada.
A ellas habría que añadir las segundas ediciones de algunos de estos libros y varios capítulos de la novela, “Carolus”, ubicados en Granada. Si contamos todo esto llegan hasta once los libros que la escritora madrileña ha dedicado a nuestra ciudad. Son once granos, casi una docena, de una Granada que Carolina aún no ha terminado de abrir y ofrecernos, pues a estos once granos –estoy seguro-, van a seguir muchos más. Hay en este granadinismo de Carolina Molina un matiz muy importe que me parece oportuno señalar: escribir sobre Granada no quiere decir ofrecernos una ciudad bella y perfecta en la que todo el mundo es amable y simpático y todo marcha a maravilla. No. El granadinismo de Carolina es severamente crítico y, al lado de los elogios, también van las críticas y los reproches. Creo que todos los granadinos debemos aceptar los reproches, que deben ser un estímulo para evitar que en el futuro se repitan los errores y desatinos del pasado. Incluso, por más que nos duela, debemos agradecer esta actitud crítica.
“El último romántico” es también el último tomo de una trilogía que se inició con “Guardianes de la Alhambra”, tuvo su continuación en “Noches en Bib-Rambla”, y ahora se cierra y concluye con la mencionada novela. Una larga saga de la familia Cid, iniciada en 2010 y concluida en 2018. Son siete años de investigación y creación de la escritora madrileña. Es indudable que estos tres libros pertenecen a lo que se ha dado en llamar “novela río”, (“roman fleuve”) un género o subgénero narrativo muy cultivado en los finales del siglo XIX y principios del XX que tuvo en Roger Martin du Gard su más destacado escritor. Su larga saga “Les Thibault”, iniciada en 1922 con “Les Thibault: Le Cahier gris” y concluída en 1940 con “Les Thibault: Thibault, l’Épilogue, es el mejor ejemplo de novela río. La saga, que comprende nueve novelas, le valió a su autor el premio Nobel en 1937.
La saga de Carolina Molina no es tan larga y complicada. Sólo comprende tres libros. En el primero de ellos, “Los Guardianes de la Alambra”, la acción se sitúa ya pasada la primera mitad del siglo XIX y, como su título indica, en la Alhambra. Es en este libro donde aparece el primer ejemplar de los Cid con el que se inicia la saga. Le sigue el tomo titulado “Noches en Bib-Rambla”, muy crítico con los destrozos que, bajo el pretexto de modernizar la ciudad, se cometieron, en la mencionada plaza granadina, auspiciados por el propio Ayuntamiento de la ciudad. Cierra el ciclo “El último romántico” que la autora inicia en una fecha muy precisa -1890- y aprovechando un acontecimiento que hizo historia: el incendio de la Alhambra.
El laborioso trabajo investigador de la autora es lo primero que se percibe en este libro al comenzar su lectura. Así, al iniciar el libro con el incendio de la Alhambra, la escritora, haciendo marcha atrás, nos recuerda que ya tuvo la Alhambra de Granada dos incendios anteriormente: el primero en 1524, del que los cronistas de la época nos dejaron muy pocos comentarios, y otro en 1590, del que sí tenemos abundantes referencias. Fue un incendio provocado por la explosión del polvorín que había al lado izquierdo del Darro, justo en frente de la iglesia de San Pedro, cuya explosión dejó en la colina de la Alhambra el enorme socavón que todos conocemos. Este trabajo investigador continuará a lo largo de toda la novela.
Época difícil la que Carolina Molina trata de resucitar en su novela. Corresponde a lo que se ha dado en llamar la época dorada del azúcar. La Vega se convirtió en un enorme campo de remolachas, entre las que sobresalían, aquí y allá, enormes y enhiestas, las chimeneas de las fábricas azucareras. Con ellas surgía una nueva burguesía, inculta y voraz, cuyas “hazañas” principales fueron el cubrimiento del río Darro y la construcción de la Gran Vía. La primera de estas obras puso fin al tipismo de las casas levantadas a orillas del río y la segunda arrambló con palacios y conventos de gran calidad artística. También, justo es reconocerlo, fue esta burguesía del azúcar la que dotó a Granada de una de las mejores redes de tranvías de España; red de tranvías que, algunos años después, la burguesía del ladrillo, aún más zafia y voraz que la del azúcar, liquidaría para siempre.
La autora ha optado por la narración en primera persona y es Maximiliano Cid, hijo del pintor Cid de los libros anteriores, el narrador. Él mismo se define como el último romántico. Una apelación al romanticismo que el propio interesado sabe muy bien que en nada le favorece. Es una moda literaria definitivamente pasada y, para cualquiera de sus contemporáneos, decir romántico es sinónimo de decir anticuado y, lo que es peor, falto de sentido práctico. Pero este hombre, además del último romántico, también va a ser un gran luchador. Lucha contra la desidia de la ciudad, contra el falso modernismo, contra la corrupción de los políticos de turno, contra la ignorancia y la pedantería, y siempre en defensa del patrimonio artístico y monumental de la ciudad. Sabe que al final va a ser una batalla perdida, pero no cede en su intento.
¿Cómo era la Granada de entonces? Granada aún no se ha repuesto del todo de los terremotos que en la Navidad del año 1884 asolaron parte de la provincia y la epidemia de cólera que le siguió poco después. El periódico “El Defensor de Granada”, dirigido por Luís Seco Lucena, consiguió que en el año 85 viniera el rey Alfonso XII a contemplar la desolación de aquellos pueblos y aldeas. La visita real ayudó a la reconstrucción de los pueblos. A la ciudad no afectaron los terremotos. En el año 86 tuvo lugar lo que podríamos llamar “l´affaire” Mesa de León. El periodista Mesa de León, director de “La Publicidad”, que ya se había ganado el odio de las élites adineradas de Granada por sus artículos contra el caciquismo, es detenido y preso en las mazmorras de la Audiencia por haber publicado en su periódico un artículo de opinión de marcado carácter republicano. El fiscal pedía para él nada menos que 31 años de cárcel. Muy pronto comenzó a correr por la ciudad el rumor de que Mesa iba a ser defendido por Nicolás Salmerón, quien pensaba convertir el juicio contra el periodista en un alegato contra la monarquía, y, antes de que hubiera juicio, el periodista fue puesto en libertad.
¿Benevolencia del Poder? No, simplemente, que el castigo vendría por otro camino: unos meses después de su puesta en libertad Mesa de León fue abordado por un robusto mocetón, provisto de sólida llave inglesa, que le proporcionó tal paliza que lo mantuvo varios meses en la cama. En el año 87, ante el temor de que terminaran asesinándolo, Mesa de León se marchó de la ciudad. Pero la figura más importante de la Granada de finales de siglo es indudablemente Ángel Ganivet. En esa época ya había comenzado a rodar por varios consulados de Europa, pero continuaba presente en su ciudad gracias a sus colaboraciones en el “El Defensor de Granada” al que le unía una gran amistad con Francisco Seco de Lucena, hermano del director del periódico. Algunas de las obras más importantes de Ángel Ganivet, como “Hombres del Norte” o “Granada la bella”, antes de aparecer en forma de libro, fueron publicadas como artículos sucesivos en “El Defensor”. Fue también este periódico el que movió y programó la coronación de Zorrilla que tuvo lugar en 1889. El lector va a encontrar amplia información sobre el tema en el libro de Carolina.
Ésta es la Granada por la que se va a deslizar Maximiliano Cid protagonista de la novela. Maximiliano observa y escribe. También viaja. La ciudad a la que hace más viajes es Madrid. Allí va a encontrar lo más florido de la cultura española de aquellos años: Pérez Galdós, Valle-Inclán, Unamuno, Emilia Pardo Bazán, Juan Valera, etc., etc. Maximiliano pertenece a una familia desgarrada y esto, unido a los aconteceres de su biografía, va a producir en él un sentido crítico y una decidida voluntad de lucha. Pero no vamos a contar aquí la novela. Es algo que el lector debe ir descubriendo y gozando por sí mismo.
Como en toda novela histórica en “El Último Romántico” los personajes reales –Luis y Francisco Seco de Lucena, Gómez Moreno, Mesa de León, Francisco de Paula Valladar, Rafael Gago y Palomo, Garrido Atienza, José Zorrilla, Juan Valera, etc., etc.-, se mezclan y entrecruzan con los personajes de ficción creados por la imaginación de la autora. Pero aún cabe señalar, dentro de los personajes reales, otra sutil variedad: las personas actuales, vivas y activas en este siglo XXI, que Carolina Molina, con nombres y apellidos, traslada al XIX. Tal es, por ejemplo, el caso de Remedios Sánchez. Se trata de un alarde novelístico de una gran modernidad.
Un punto muy importante es el del retrato de los personajes principales. Por lo general la autora logra definirlos con muy pocas y certeras palabras. Veamos algunos ejemplos: José Zorrilla: “un viejo romántico, de compostura caballeresca, pero quebradiza”. Juan Valera: “tenía semblante agradable, cuadrangulado y firme, con impecable bigote recortado”, Fulgencio Terrón: “cara aviesa, torcida por la arrogancia, patán de cejas como cerdas”. Esta agilidad estilística, a veces un tanto mordaz, se mantiene en todos los retratos de los personajes. El lector, con sólo dos líneas, ya sabe a quién tiene delante.
Carolina Molina trata de revivir en su novela los principales acontecimientos de la Granada de aquellos finales de siglo XIX y principios del XX. También los del Madrid de de esa misma época. Tarea difícil la de encajar estos acontecimientos dentro de la trama de la narración –los amores del protagonista, que se debate entre dos mujeres, la mujer virtud y cordura y la “femme fatale”; su lucha contra el poderoso caciquismo local y los problemas familiares y de su entorno-, pero la autora lo consigue con una envidiable facilidad. En capítulos sucesivos el lector asiste a las fiestas del Corpus de aquellos años, oye los gritos de los vendedores de helados y refrescos, conseguidos con la nieve que bajan los neveros de las Sierra, participa en las discusiones de los partidarios y detractores de la Gran Vía de Granada y sueña disfruta contemplando una ciudad todavía no invadida por los coches, las motos y la contaminación actual. Un arduo trabajo de investigación y la lectura de los principales autores costumbristas de la época -Afán de Rivera, Garrido Atienza, Nicolás López, etc.-, ha precedido a la redacción de estas páginas. En esta evocación del pasado, a diferencia de los autores costumbristas que siempre presentan un panorama marcadamente paradisíaco y feliz, la visión de Carolina Molina suele ser severamente crítica. A veces, de la crítica a la ciudad, la autora pasa a la crítica a la nación, con lo cual, aunque exista el gran murallón temporal de más de un siglo por medio, Carolina Molina enlaza con los grandes escritores del 98, sobre todo con Baroja y Valle-Inclán. He aquí algunos ejemplos: “Éste es el país de los cicateros y entre ellos mismos se enfrentan para ver quién es más mezquino” “España palurda y rancia”. “Para que a uno lo tengan en cuenta en España tiene que morirse o esperar a que lo alaben desde fuera”
¿Cabría calificar “El último romántico” de novela “engagée” (comprometida)? No, la autora roza el género, como antes ha rozado el costumbrismo, la novela galante y psicológica, sin quedarse en ninguno de ellos. Su habitáculo natural es la novela histórica, un género o subgénero que cada día tiene más cultivadores y lectores. La autora nos presenta un lugar y una época, con toda su historia, grande o menuda que le acompaña, y sobre él deja caer su mirada de novelista con sus personajes reales y ficticios, su trama y desenlace. El resultado es el libro que la editorial Miguel Sánchez acaba de publicar.
Francisco Gil Craviotto, Granada, Noviembre, 2018